Un gol a las minas antipersonas desde El Orejón a Berlín
Un grupo jóvenes de colombianos de una zona de conflicto disputa una serie de partidos en Alemania
Fue la primera vez para todos. Nunca se habían subido a un avión y algunos no conocían nada diferente a las montañas que rodean El Orejón, un pequeño territorio de Antioquia, en el noroeste de Colombia, que alberga bajo su suelo la mayor cantidad de minas antipersona del país. Según cifras oficiales, 30 minas por cada habitante, 30.000 en total. El fútbol, ese por el que madrugan cada ocho días y que para entrenar caminan más de una hora hasta llegar a una cancha de piedra (y barro cuando llueve), le permitió a 16 niños salir por primera vez de su pueblo, montar en avión, comer salchichas y jugar fútbol en el país del campeón mundial.
Los deportistas, que no superan los 15 años de edad, fueron elegidos para visitar Alemania por el programa Diplomacia deportiva, con el que el Gobierno colombiano intenta prevenir el reclutamiento forzado y favorecer la inclusión social. “Me gusta saber que puedo correr libremente”, dice James Areiza. Tiene 13 años y ha crecido con la advertencia de mirar muy bien por dónde camina, de evitar correr. Las minas antipersona, que en Colombia ya suman más de 10.000 víctimas, han hecho que la majestuosa naturaleza del lugar en donde vive esté atestada de muros invisibles, de letreros que rezan “prohibido pisar”. Cualquier paso en falso puede ser mortal. James, que se ufana de ser muy bueno jugando en el medio campo, dice que le gusta tener el mismo nombre que el 10 de la Selección Colombia porque así “sobresale” en la cancha. Cuenta que viajar en avión era su sueño y que, aunque sintió miedo al principio, le gustó ver desde las nubes las casas de Medellín, la ciudad hasta donde llegaron para emprender el viaje.
“Donde yo vivo es muy especial y la gente es muy amable, pero a veces uno no se puede sentar en el piso o saltar porque es peligroso”, dice James, quien desde hace varias semanas se alista para los partidos amistosos que tendrán contra niños de Siria y Afganistán, miembros de Campeones sin fronteras, una asociación que integra a refugiados en la capital alemana. Durante diez días, los 16 colombianos compartirán con otros niños, que también han sufrido la violencia. Claudia Osorio, una de las maestras que los acompañan en el viaje, cuenta que la posibilidad de escuchar cómo otros jóvenes que también han vivido en zonas de conflicto encontraron en el deporte la salida a su vulnerabilidad, puede cambiar vidas.
“Es una posibilidad para ver que el mundo puede ser diferente. No estamos condenados a vivir en guerra”, dice. Ella también vive en El Orejón, el lugar elegido por el Gobierno y las FARC para avanzar en el acuerdo de desminado. “Uno cree que todo es violencia. O eso fue lo que nos hicieron creer por mucho tiempo, pero cuando ellos (los niños) hablan de sus sueños, de lo que les gusta, uno siente como si algo estuviera despertando”. Para ir a la escuela, que apenas tiene un aula, deben caminar más de una hora, cuenta Dayana Moreno. “Lo que más me ha gustado de acá son las bicicletas. Yo tengo una, pero me toca andar sobre piedra y cuando llueve se hace barro”, dice desde el centro de Berlín en un recorrido por los sitios emblemáticos de la ciudad. En el lugar en donde vive, no hay vías pavimentadas. Es un territorio que fue dejado durante muchos años a su suerte bajo el dominio de las FARC. Dayana asegura que aunque tiene el “don” de jugar bien al fútbol – su entrenadora asegura que es la que mejor pases hace – quisiera ser gimnasta. “Me gustaría estar siempre en el deporte”, repite.
El programa Diplomacia deportiva ha permitido que 1.366 niños y maestros de 65 municipios colombianos, en condición de vulnerabilidad, realicen intercambios deportivos y lúdicos en 41 países. Daysi Úsuga, la entrenadora del equipo, habla de la necesidad de que el Gobierno brinde más oportunidades a los jóvenes que viven en sectores como del que ellos vienen. “Falta que vayan más a territorio, que vean las condiciones que algunos, por la pobreza o por la violencia, tienen que atravesar”. Después de Berlín, los 16 niños estarán en Leipzig y Fráncfort. Harán recorridos por museos, escucharán charlas de historia alemana, compartirán con deportistas y jugarán al fúbol con equipos de menores de ligas locales. Al volver a Colombia, deberán replicar lo que aprendieron con sus familias, en la escuela. Otros, además habrán superado el miedo a subirse a un carro, como Érika, que antes de este viaje no se había subido a uno. “Para muchos puede ser un viaje más. Para nosotros es una experiencia de vida”, concluye la entrenadora.
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