Expulsados por la guerra siria, atrapados en el limbo turco
Kurdos sirios y yazidíes iraquíes cumplen un año como refugiados en el sur de Turquía
“Somos realistas. Ni Alemania va a traernos un billete para Europa, ni podemos regresar a nuestro hogar. No podemos elegir”, señala Bakisa Barakat, de 60 años. De semblante apacible y ojos tristes, viste de blanco, el color de luto para los yazidíes. El blanco asoma en cada tienda de esta silenciosa comunidad, recuerdo de las más de 5.000 víctimas a manos del grupo yihadista Estado Islámico, en la violenta ofensiva del pasado agosto de 2014.
Las familias Barakat y Mohamed cumplen este mes un año de exilio en Turquía, tierra de acogida para casi dos millones de refugiados. Los primeros son iraquíes yazidíes del monte Sinjar, una confesión que mezcla zoroastrismo, cristianismo e islam, y a quienes los yihadistas consideran paganos y, por tanto, objetivo de su violencia . Los segundos son kurdos de Kobane, pequeña localidad en el norte de Siria.
Ambas familias viven en la sureña localidad de Diyarbakir, a unos 120 kilómetros al norte de la frontera siria. Sin recursos, no tienen donde ir. Tampoco tienen adonde regresar. De sus hogares tan solo queda un montículo de piedras y marcos de puertas resquebrajadas.
Desde la considerada capital kurda en Turquía, los relatos telefónicos de decenas de miles de refugiados que han alcanzado Europa les devuelve un atisbo de esperanza. En un campo de refugiados financiado por la municipalidad local, a 20 kilómetros a las afueras de Diyarbakir, 3.000 de los 50.000 yazidíes que huyeron del EI, viven su particular limbo. “Han sufrido mucho, por lo que temen a todo y no se mezclan fácilmente con otras comunidades”, comenta Pinor Kaya, de la ONG turca STL.
Con la mirada perdida, Bahar Barakat, de 28 años, nuera de Bakisa, relata cómo tuvieron que huir con lo puesto cuando el ataque les sorprendió de madrugada. “Despertamos ante los gritos de vecinos que estaban siendo degollados. Salimos descalzos, en plena oscuridad”.
A esta familia no le queda energía para narrar la pesadilla de seis días que vivieron en el monte Sinjar. Sin agua, ni comida y con el miedo por compañía. Desde entonces, Bahar nunca ha vuelto a ver a su hermana, secuestrada por el EI. Las familias de centenares de jóvenes apresadas hubieran preferido vestir de blanco a levantarse cada mañana preguntándose qué ha sido de ellas. “Sentada en esta tienda hora tras hora, día tras día, el tiempo se convierte en un lastre para la mente”, afirma Bakisa.
Hace un año también que Katine, de 53 años, y Jamel Mohamed, de 55, huían apresuradamente con lo puesto de Kobane. Esta vez, el EI provocaba una estampida de hasta 350.000 almas que se agolparon durante varios días ante las verjas de la frontera turca. “Nos dijeron que aquí los vecinos nos acogerían bien y además podemos hablar kurdo”, valoró Jamel cuando tuvo que decidir a ciegas donde poner a salvo a su mujer y sus seis hijos. Muchos de los que han regresado a Kobane son testigos ahora de una ciudad arrasada, sin infraestructuras o comida.
A diferencia de sus conciudadanos sirios en Líbano, que malviven en un país de deficientes infraestructuras, con cortes de agua y luz, y ante una creciente hostilidad de la población de acogida, en Diyarbakir son los vecinos quienes han amueblado a base de parches y donaciones los nuevos hogares de los llegados de Siria.
Acogidos por el Gobierno turco, no pueden por ello disfrutar de escolaridad o servicios médicos. Contadas son las ONG que proporcionan en esta región ayuda como la turca STL y la alemana Diakonie, que en el marco de un proyecto de la Unión Europea proveen 15 euros mensuales en bonos de comida a 4.543 refugiados. Un pequeño alivio ante el rompecabezas diario de cómo juntar los 300 euros de media para pagar alquiler, agua y electricidad.
Reunir los 28.000 euros que necesitan de media muchas familias para un pasaje ilegal a Europa es un lujo fuera de su alcance. Enfocados en la supervivencia diaria, recurren a pequeños trabajos como la recogida de plásticos entre basuras por entre tres y seis euros diarios. Los más jóvenes hacen lo propio en las obras como peones. Pero numerosos hombres han quedado invalidados para el trabajo de canteras. “Cada día son más los que sufren de diabetes, de problemas de espalda o de corazón. Los traumas de la guerra han acabado por mutar en enfermedades crónicas, inhabilitándoles para el trabajo”, comenta un trabajador social de STL.
“Estamos muy agradecidos, pero ahora vivimos con ropas usadas de vecinos, y de los restos que nos dan. Es muy duro verse así. Yo construí un hogar”, dice Faruk Qanawaki, a quien dos años atrás le amputaron la pierna izquierda por problemas de diabetes. “En un solo día, perdí 60 años de mi vida. Solo quiero volver a mi tierra y morir allí”, dice el septuagenario, enjugándose las lágrimas.
Las atrocidades yihadistas ante La Haya
Dos organizaciones de defensa de la comunidad yazidí presentaron ayer ante la Corte Penal Internacional (CPI) un informe sobre los crímenes cometidos por los yihadistas del Estado Islámico en el norte de Irak en el verano de 2014. Una portavoz del fiscal del tribunal, con sede en La Haya, confirmó que habían recibido el reporte, sin ofrecer más detalles.
El texto denuncia la ejecución sumaria de más de 700 hombres, el asesinato de ancianos y enfermos, el secuestro de menores y la violación de mujeres. Más de 400.000 yazidíes, minoría religiosa perseguida por los yihadistas, lograron huir de la provincia de Nínive en agosto de 2014 con el apoyo de la aviación estadounidense y las tropas iraquíes.
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