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Columna
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El día en que expulsaron a la casa de casa

La mayor líder popular del Xingu fue arrancada de su lugar por la hidroeléctrica de Belo Monte, la obra más brutal —y todavía impune— de la redemocratización de Brasil

Eliane Brum
LILO CLARETO

Antonia Melo fue acorralada. Durante seis meses el tiempo de su vida estuvo marcado por el sonido de las máquinas que echaban abajo el barrio de Sete de Setembro, un nombre en homenaje al Día de la Independencia de Brasil, que constituye apenas una ironía más. Allá estaba ella, sitiada, siendo testigo de cómo violaban el mundo que había ayudado a construir y lo convertían en un escenario de Franja de Gaza. Ella, sus hijos, sus nietos. Y el ruido de la destrucción avanzando, cercando, enterrando también las conversaciones, clavando sus brazos robóticos en las palabras, matando frases enteras. Un día llegó a casa y descubrió los escombros del muro del fondo, derribado junto a un pedazo de selva que ella tenía por patio. En un calor que puede rayar en los 40 grados, ya no había energía eléctrica suficiente para encender la nevera. A Antonia la fueron asfixiando poco a poco, menos aire cada día. Pero aun así la gente expulsada de las islas de Volta Grande do Xingu, en las áreas bajas de Altamira, continuaba entrando por su portal siempre abierto, evitando meter los pies en los cráteres, saltando por encima de los escombros con chanclas havaianas que parecían haber nacido ya gastadas en aquellos pies. “Doña Antonia, doña Antonia, ¿cómo pueden estar echándonos de casa?” Esos millares de familias escupidas de sus hogares por la hidroeléctrica de Belo Monte hicieron de Antonia Melo su dirección de casa. Allí, hasta el final, encontraban una silla, un vaso de agua entre los árboles que daban sombra, y los oídos de Antonia, un par de orejas que ella convirtió en brazos y abrazo al escuchar a los que nadie más escuchaba. Sin rumbo, confinados en barrios lejos de todo lo que conocían, en residencias todas iguales, hechas para no durar, la mayoría sin tener donde caerse muertos, arrancados por la raíz y tirados, esos hombres, mujeres y niños esculpidos por el sol amazónico tenían en Antonia Melo su casa. La mayor líder popular viva del Xingu se había convertido en el único punto de reconocimiento en un mapa desgarrado por una guerra tal vez peor por no haber sido nombrada. El viernes, 11 de septiembre de 2015, expulsaron a la casa de casa.

¿Qué es una casa, mi señora?, repito la pregunta que tanto oigo por las calles de Altamira, en Pará, de la boca de gente que ya no encuentra el destino de sus pies.

LILO CLARETO

El rugido de la demolición muerde las palabras de Antonia Melo, pero no consigue silenciarla:

—No hay dinero en el mundo que pague una casa. En primer lugar, porque yo no estaba vendiendo mi casa, no puse ningún letrero de “se vende”. Nunca pensé en irme de aquí, ni me pasó por la cabeza. Aquí es el lugar que elegí para vivir, donde crie a mis hijos. La mayoría de ellos nacieron aquí, han crecido aquí. Hoy tengo a mis nietos, que nacieron aquí y ya están creciendo aquí. Así que no hay indemnización en el mundo que pague la casa de una persona. La casa que voy a comprar con ese dinero nunca será mi casa. Una casa es como plantar un árbol. Las raíces se hunden profundamente en la tierra, allá abajo se agarran, para que el viento, un vendaval, una tempestad o incluso una inundación no lo derriben. Las raíces de una casa son muy profundas. Los hijos y los nietos se van, pero la casa se queda. Y embellecemos la casa con la naturaleza, con los árboles, con lo que nos gusta. Y la embellecemos también con árboles que dan alimentos. Yo planté con mis manos todas las bellezas que están aquí y que hoy me dan frutos y me dan fuerzas para resistir al ruido de las excavadoras que lo derriban todo. Una de ellas es la palmera de asaí. He aprendido a tomar el asaí, el vino, el zumo más sabroso que ya he tomado dentro y fuera de Brasil. Pero también está el copoazú, que da cacao blanco, y el mango, que daba tantos frutos y tan sabrosos que los ponía en la acera para que los vecinos y la gente que pasaba por la calle pudiesen llevárselos. Una casa es eso, es donde nos sentimos felices, incluso sin tener dinero. Estando dentro de tu casa es ser grande.

“Sin mi casa nunca
más seré la misma”

Un llanto lento va salando el rostro de Antonia Melo. Ella trata de detenerlo, pero no fue hecha para represar ríos.

—Incluso si destruyen todo aquí, como van a destruirlo, nadie va a poder negar mi casa. Me han quitado parte de mis sueños. Hay una laguna dentro de mí, nunca más voy a ser la misma. Pero la casa, incluso destruida, continúa aquí. Incluso aunque nadie más la vea, esta continúa siendo mi casa.

Antonia Melo es atravesada por una voz en el portal. Un hombre hace ojos ciegos al barrio en pedazos para ofrecer sus servicios. “Buenos días, señora. ¿Está necesitando una desinsectación?” Antonia la necesita, pero no de ese tipo. Le da las gracias. Y el hombre se va, saltando pedazos de paredes con sus sandalias, acostumbrado a un Brasil que para él nunca fue plano.

—Estoy perdiendo mi casa, estoy perdiendo el río, perdiendo todo. Esta pérdida, así, es de una vida que era, que tenía un objetivo, que tenía un sueño, que tenía un proyecto. No me siento bien cuando voy al río, veo lo que está pasando, las islas derribadas. No. Mi casa es todo esto. Lo era. El río libre. Las islas bonitas, verdes. Para mí, está todo conectado. Ahora ya no hay más que tristeza.

LILO CLARETO

La casa, las islas, el río hoy son un pretérito. Un era. Antonia Melo vuelve a llorar, antes de aferrarse una vez más al hilo de palabras. ¿Qué es una casa, sino el cuerpo inviolable de alguien, mi señora? Dígame, ¿cómo se hace para partir de sí misma?

—Las cosas materiales son las que tienen menos valor. Una silla, una cama, una estantería. El valor es insignificante para mí. Porque el valor significativo, el que nunca se acabará, es este sentimiento... (ella permanece un rato en silencio y solo se oye el ruido de las máquinas). El valor significativo es la seguridad de que aquí yo era feliz. Porque ayudé a construir esto. Es diferente de salir de aquí y comprar una casa ya lista, sin participar en su construcción. Aquí yo construí, es una pertenencia muy grande. Las manos, la cabeza... el pensamiento está todo aquí. Es la pertenencia. Por eso es difícil y es doloroso que la gente sea arrancada de sus casas a orillas del Xingu. Allá, pertenecía. Por eso es doloroso, es algo de lo que nadie se olvida nunca. Nunca se olvida de eso, durante el resto de su vida. Me están arrancando de aquí, intentando borrar la memoria, la vida. Belo Monte es eso, es arrancar todas las formas de vida, hasta que incluso la memoria se haya borrado para siempre, hasta que no exista ninguna raíz. El gobierno es un matamemorias.

La violencia del proceso de Belo Monte se convirtió en una literalidad que atravesó el corazón de Antonia Melo

El año pasado, Antonia Melo, el árbol más grande del Xingu, casi perdió el corazón. Ya había visto a compañeros de lucha como Dema, Brasília y Dorothy Stang caer a tiros por su lucha por la selva y por el río. Ella misma ya había entrado varias veces en la lista de los amenazados de muerte por conflictos de tierras en la Amazonia y había pasado a vivir día tras día bajo la sombra de los pistoleros. Uno de sus mejores amigos, el obispo de Xingu, don Erwin Kräutler, vive desde hace una década con escolta policial para que no lo asesinen. Pero tal vez nada haya violado tanto a Antonia Melo como Belo Monte y su estela de crímenes, porque a lo largo de los últimos años ella ha sido testigo de la violación repetida de la ley y de la impunidad como un derecho adquirido. Esa perversión provoca en aquel que la vive una sensación de impotencia brutal. La violencia parece haber adquirido tal dimensión dentro y fuera de Antonia Melo que ya no puede simbolizarse. Se ha convertido en una literalidad que ha atravesado el corazón de una mujer que a todo había resistido. Tuvieron que llevarla a São Paulo, donde la sometieron a una cirugía y a un prolongado tratamiento, para poder salvarle la vida. Su corazón late. Ella respira. Pero le arrancaron algo para siempre, y ese pedazo que falta es una presencia visible. Antonia carga una ausencia que ahora también es la de la casa, donde ya no hay una puerta a la que llamar.

Después de salvar su corazón, Antonia Melo emprendió un viaje en busca de la memoria. Partió siguiendo el rastro de la casa y de los parientes de su padre, Gentil, y de su madre, Elisa. Ambos del noreste de Brasil, Ceará, primos, se habían casado y sobrevivían a base de un sistema llamado meia, dándole la mitad de lo que recogían al dueño de la tierra, en el vecino estado de Piauí. Era mucho sudor para tan pocas oportunidades de soñar. Y cuando ya habían tenido a 8 de sus 13 hijos, entre ellos a Antonia, entonces una niña de cuatro años, partieron hacia la nueva tierra prometida, la Amazonia. Como tantos brasileños migrantes, antes y después de ellos, la familia de Antonia buscaba una frontera en la que hubiese tierra para los pobres. Antonia se enraizó en el Xingu, pero cuando la selva y el río pasaron a ser destruidos para convertirse en el lago de Belo Monte, necesitó cavar raíces más antiguas. Trajo de su casa de infancia, en Piauí, una piedra y semillas de buriti. Y en la casa donde la madre nació, en Ceará, agarró semillas de mango. Ese viaje travesía fue la tierra donde plantó su ya frágil corazón.

LILO CLARETO

—Hasta finales de año empiezo a escribir mi historia. A darle vida a la historia, ¿no? No van a ser palabras que se hayan dicho al viento y que nadie más recuerde. Escribir es darle vida a una historia, a un personaje, a una persona, a un lugar... a un espacio. Es probar que existió. Y que esa vida no fue una vida por casualidad. Tiene un significado. Tiene un sentido.

LILO CLARETO

Un hombre entra por el portal. El peso de la carga que lleva hace que su espalda se curve. “¿Quiere una red buena y barata, de oferta?” No, señor mío, ya no habrá paredes ni árboles para una red. “Es una red bendita, señora”. Ya no hay bendiciones en la tierra violada. Él también parte desviándose de los escombros, enredado en un mundo donde ya no se dan atado los extremos.

En las grandes obras del gobierno en la Amazonia, negarse al lavado de las palabras es un acto de resistencia

El desencuentro entre los Brasiles se ha vuelto trágico en el proceso de expulsión de las familias por Belo Monte. La empresa concesionaria, Norte Energia, y el gobierno federal prefieren darle a esta acción el nombre técnico de “remoción”, un vocablo neutral del que se vacía el contenido. Para los representantes de Norte Energia, una casa era apenas “su” concepto de casa. Uno de ellos llegó a afirmar, demostrando una ignorancia —o una conveniencia— casi del tamaño de la central: “Una vivienda es una vivienda. Todo el mundo sabe lo que es”. Y, así, las casas de muchos no se consideraron casas y, por lo tanto, no recibieron indemnizaciones, porque no cumplían con el estándar de “vivienda” del “emprendedor”, el término con el que el Brasil contemporáneo pasó a blindar la palabra “colonizador”. En las grandes obras del gobierno en la Amazonia, rechazar el lavado de las palabras es un acto de resistencia. Antonia Melo sabe eso como pocos. Belo Monte ha arrancado el árbol más alto del Xingu, pero aun así no ha conseguido derribarlo.

LILO CLARETO

—Cada vez que miro lo que están haciendo, destruyendo casas, destruyendo el río, destruyendo vidas, más me fortalezco en esta resistencia, más reúno coraje y fuerza para decir “no” y seguir resistiendo. Para mí, Belo Monte no es un hecho consumado. Lucho contra este modelo de destrucción y muerte para generar energía, lucho contra este modelo llamado desarrollo. Belo Monte es un crimen contra la humanidad. No puedo volver atrás. No puedo. No debo, jamás, ni una coma. Ni que un día llegue a ser solo yo. Pero continuaré en la resistencia.

Apenas en otra ocasión había visto yo a Antonia Melo llorar. Ella narraba el día, al principio del primer mandato de Luiz Inácio Lula da Silva, en el que se encontró con Dilma Rousseff, entonces ministra de Minas y Energía. Una parte de los movimientos sociales de la región había acabado de descubrir que el Partido de los Trabajadores la había traicionado. La tenebrosa planta del Xingu, que ni la dictadura civil militar había conseguido hacer realidad, debido a la magnitud de la resistencia de los pueblos indígenas, los pequeños agricultores y los ribereños, se había puesto de nuevo en la agenda. Antonia estaba en el grupo de líderes que viajó a Brasília a reunirse con Dilma Rousseff. Cuando ella comenzó a exponer sus preocupaciones, Dilma la interrumpió con un puñetazo en la mesa. Y un grito: “¡Belo Monte se va a construir!” La ministra, que luego sería presidenta, se levantó, les dio la espalda a todos y se fue, dejándolos allí, atónitos. Era la primera señal de que Belo Monte atropellaría todas las leyes y marcaría la mayor traición del PT a su base social en la Amazonia.

Más de una década después, Belo Monte es un monstruoso alienígena que aplasta el Xingu con sus patas de cemento y aniquila miles de vidas humanas, animales y vegetales. Belo Monte fue erguida en el mítico Xingu violando la Constitución, a pesar de las más de dos docenas de demandas presentadas por el Ministerio Público Federal e ignoradas por el Poder Judicial. La arquitectura política y económica de la megahidroeléctrica, una obra que pasó de 19.000 millones de reales (más de 4.400 millones de euros) a una cuantía estimada en 33.000 millones de reales (más de 7.600 millones de euros), que también se está investigando en la operación Lava Jato, de la Policía Federal, y tiene tentáculos que no se sabe hasta dónde pueden llegar.

En la actualidad, Norte Energia espera apenas a que el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (IBAMA) dé la licencia de funcionamiento de la central, incluso sin que la empresa haya cumplido con las medidas obligatorias de reducción y compensación del impacto, lo que en el lenguaje de los técnicos se llama “condicionantes”. Si el IBAMA lo hace, violando la ley por última vez, en plena democracia, puede responder por ello ante los tribunales. O ante la Historia, nombre a nombre. Aun así, la Licencia de Funcionamiento se da por sentado e incluso ya circula la fecha de boca en boca en los bastidores. Esta es la pregunta a responder: con un gobierno cada vez más frágil, la presidenta amenazada de destitución, la mayoría de los dueños de las empresas que están construyendo la presa en la cárcel por corrupción y las violaciones de la obra visibles incluso para quienes antes la negaban. Y aun así se da la Licencia de Funcionamiento por sentado. ¿Cuál es la lógica, por encima de todos los datos de la realidad, que hace que Belo Monte se siga moviendo?

LILO CLARETO

Después del (des)encuentro con Dilma Rousseff, Antonia Melo formó parte también de un grupo que se reunió con Lula, ya al final de su segundo mandato, en 2009. El entonces presidente prometió que Belo Monte “no se la harán tragar a la fuerza” al pueblo. Antonia Melo se dio cuenta de que Lula apenas estaba dedicándose a una de sus especialidades: fingir que escuchaba. El interlocutor se despide satisfecho, al sentirse escuchado y considerado, y el gobierno gana tiempo mientras la resistencia se desmoviliza por creer que hay una negociación en curso. Antonia fue la única del grupo que se negó a hacerse una foto con el entonces presidente.

Cuando años más tarde narró estos dos enfrentamientos con el PT en Brasília, Antonia Melo lloró por la traición. Ella había sido una de las fundadoras del partido en la región y creía que la llegada al poder de Lula marcaría el fin del tratamiento de la Amazonia como una colonia del centro sur del país. La visión de la región como un cuerpo a violar y explotar ha sido la misma tanto en la dictadura como en los diversos gobiernos de la redemocratización. A lo largo de los años siguientes, Antonia vio a diputados del PT y a parte del movimiento social ser cooptados por el gobierno federal, al tiempo que se olvidaban de todos los hombres y mujeres que cayeron a tiros para intentar mantener la selva en pie. Antonia Melo se fue convirtiendo en un árbol cada vez más solitario ante la deforestación del carácter de quien solía estar a su lado. Por este atrevimiento, el de no dejarse cooptar, fue pagando un precio cada vez más alto.

LILO CLARETO

Hoy, sentada entre las ruinas, las visibles y las invisibles, Antonia Melo resiste.

—Expulsarme de aquí es otro intento suyo de hacerme callar. No van a conseguirlo. Van a arrancarme de aquí y a destruir todo aquí, pero jamás conseguirán hacerme callar. Aunque sonrían y estén seguros de que me derrotarán, me compadezco de ellos. Porque ellos son los derrotados. Porque nunca tendrán en sus vidas la paz en la conciencia que yo tengo. La paz de quien no fue cobarde, de quien no dio marcha atrás. Yo sigo con mi bandera en la mano. Y sobre ellos, sobre el gobierno, sobre esas empresas, pesa la responsabilidad de un crimen monstruoso. Yo nunca les perdonaré. La naturaleza no va a perdonarles. Este es un crimen sin perdón. Lula y Dilma son criminales, son traidores, son cobardes. Y no tengo ningún recelo de afirmar eso delante de ellos. Aún quiero encontrarlos un día para decirles eso.

Ella hace una pausa tras cada palabra lentamente pronunciada:

—Criminales. Traidores. Cobardes.

Mientras el sonido del coche con altavoces hace propaganda de la “energía limpia y sostenible” en el reasentamiento, la familia de don Otávio das Chagas pasa hambre dentro de la vivienda estandarizada

Por la puerta entra don Otávio das Chagas, un pescador arrancado de la isla de Maria, una de las más de 400 del Xingu. Viene acompañado por su hijo Zé. Sin barco, sin río, sin peces, sin árboles, sin cultivos, sin geografía, las llagas del apellido de don Otávio se multiplicaron por Belo Monte. Está confinado en una de las “viviendas” estandarizadas, y eso solo después de luchar mucho, porque a él le habían quitado todo a cambio de una limosna de 12.000 reales (algo menos de 2.800 euros) para toda la vida, que en seguida se consumió en alquileres en los suburbios de Altamira. El pescador no se reconoce en el mundo ni reconoce el mundo a su alrededor. Era rico y ahora es pobre, miserable. Y allá dentro de la “vivienda” del barrio de nombre pomposo, “Reasentamiento Urbano Colectivo (RUR)” oye muchas veces al día el sonido del coche con altavoces que hace propaganda de los beneficios de Belo Monte. Mientras escucha que la hidroeléctrica “es energía limpia y sostenible”, allá, en su familia, pasa hambre. No como una forma de hablar, sino hambre, aquella que duele. En su nevera solo hay agua, y ellos esperan a que uno de los hijos vuelva al final del día en el que alquiló el cuerpo por 60 reales (menos de 14 euros) en la construcción civil, para alimentar a nueve personas. El hijo más joven ha cumplido siete años. No hay ni regalo ni comida. Pero la energía, esa es “limpia y sostenible”, ¿o no es eso lo que cree el centro sur del país?

Todos los días Don Otávio entra por el portal abierto de Antonia Melo, la única casa y la única dirección que reconoce. Don Otávio me pregunta si está lejos mi hogar, a mí que todavía lo tengo. Cuenta que nunca ha visto un mapa de Brasil. Dibujo un mapa muy mal trazado en mi cuaderno, para mostrar el norte y el sur y el centro, donde se decide su destino en un territorio para él desconocido. Él se asombra. Otávio das Chagas es uno de los tantos sin mapa y sin país que buscaban la casa de Antonia Melo para encontrarse. Y ahora, arruinado, se pierde en las ruinas.

El día de la partida, Antonia Melo se llevó la piedra de la casa de la infancia y las semillas de su pasado. Fue la última habitante a dejar el lugar. De su patio selva se llevó un esqueje de palmera de asaí, “lo más importante que había aquí”. Sobre esas bases, a los 66 años ella plantará un futuro en el suelo de ausencias legado por Belo Monte.

Antonia Melo es una mujer casa. Y por eso jamás se perderá.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos y de la novela Uma Duas. Sitio web: desacontecimentos.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: brumelianebrum

Traducción de Óscar Curros

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