Roban, pero ¿hacen?
El Brasil de Petrobras ofrece un contraejemplo, como el México de Iguala o la Argentina de Nisman
La política fue inventada para que la gente no salga a la calle. Cuando eso sucede, la política fracasa. Es lo que está ocurriendo en Brasil. La razón para que más de un millón de personas dejara su casa para protestar un domingo, bajo la llovizna, es bastante comprensible: el escándalo de Petrobras coincide con un doloroso ajuste económico. Ambos fenómenos están emparentados.
Los inversores internacionales miran con alarma cómo se expande la crisis de esa compañía. La inmoralidad empresarial desencadena turbulencias financieras y deriva en un bloqueo institucional.
Desde que, hace un año, comenzó la investigación, Petrobras perdió el 60% de su valor de mercado. A ese deterioro se sumó la caída del precio del petróleo. La empresa tiene una deuda de 135.000 millones de dólares. El 75% está en manos de acreedores extranjeros. El 70% está nominado en dólares.
Entre 2016 y 2017 Petrobras deberá emitir deuda por 50.000 millones de dólares. Sin embargo, no puede exhibir sus balances, porque revelaría que los fraudes le hicieron perder 27.000 millones de dólares. Si esos estados contables no se publican antes del 30 de abril, los acreedores podrían acelerar la deuda, es decir, exigir que les paguen de inmediato. La banca negocia un acuerdo para evitar la catástrofe. La incertidumbre se proyecta sobre la situación fiscal: ¿Dilma Rousseff estatizará la deuda de Petrobras como hizo Barack Obama con Freddie Mac y Fannie Mae en 2008?
Los mercados ven en la petrolera a un gigante en convulsión. Todo el sector energético, que constituye el 10% del PIB brasileño, está en tela de juicio. Las irregularidades afectan a las grandes constructoras, a los proveedores y a los bancos. Muchas compañías de servicios petroleros están al borde de la quiebra. OAS, la segunda empresa de ingeniería del país, entró en default porque Petrobras le suspendió los pagos. La misma amenaza pesa sobre Odebrecht y Camargo Correa. En Curitiba hay 18 empresarios tras las rejas.
Los mercados ven en la petrolera a un gigante en convulsión. Todo el sector energético, que constituye el 10% del PIB brasileño, está en tela de juicio
La tormenta impacta sobre la macroeconomía. El PIB podría caer 1,5% y la inflación llegar al 10%. Los intereses de la deuda pública representan el 5% del PIB. La tasa de riesgo soberano está 330 puntos por encima de los bonos del Tesoro estadounidense. Perú, Colombia, México y Chile no superan los 150 puntos. La perspectiva de que el Estado necesitará cada vez más dólares precipita la devaluación. El real tocó los 3,20 dólares, una paridad prevista para diciembre. Si quiere detener ese proceso, el ministro de Hacienda, Joaquim Levy, tendría que realizar un gran ajuste fiscal.
Esa racionalización choca contra un límite político: debería pasar por un Congreso en el cual 22 diputados y 12 senadores están en la mira del Superior Tribunal Federal por la corrupción de Petrobras. Entre ellos figuran los presidentes del Senado, Renán Calheiros, y de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha. Ambos pertenecen al PMDB, el principal aliado del PT.
En el PMDB están irritados por las torpezas del equipo de Rousseff. El jefe de gabinete, Aloysio Mercadante, intentó en vano impedir la elección de Cunha al frente de la Cámara. Ahora se le hace difícil pedirle que apruebe los antipáticos recortes de Levy. Para enturbiar más el panorama, el ministro de Relaciones Institucionales, Pepe Vargas, advirtió a los diputados que, si no sancionan las leyes, Levy dejaría el Gobierno. El mercado se sacudió porque ve en ese ministro la última garantía de racionalidad.
En la adversidad la gente suele parecerse más a sí misma. Rousseff agravó el aislamiento y la intolerancia. Apenas trata con una cofradía de ministros: Vargas, Mercadante, Wagner (Defensa), Berzoini (Comunicación) y Rossetto (Secretaría General). Ese encapsulamiento inquieta al PT. Sobre todo a Lula da Silva.
La semana pasada Dilma y Lula discutieron a gritos. El expresidente pretende una reestructuración del gabinete. Ella se resiste. El conflicto ha desatado fantasías conspirativas. ¿Es verdad que Lula aspira a que Dilma renuncie? Le reemplazaría Michel Temer, del PMDB, quien ajustaría la economía mientras Lula se desliza hacia la oposición para, cuatro años después, lanzar su candidatura.
La impopularidad de Dilma puede devorar el patrimonio electoral del PT. La consigna del domingo fue “Fuera Dilma”. Los sondeos que preparan Ibope y Datafolha reducirían su imagen positiva a un dígito. Así estaba Collor de Melo antes del impeachment. Pero eso no asegura el mismo desenlace.
El derrumbe de Rousseff es mayor debido al desencanto. Ella debería homenajear a Joao Santana: fue el experto en imagen que logró que fuera reelegida cuando los desaguisados que provocaron las protestas ya eran evidentes.
Rousseff agravó el aislamiento y la intolerancia. Apenas trata con una cofradía de ministros y ese encapsulamiento inquieta al PT
Ahora se ha corrido el velo del agotamiento de la política económica. Con Petrobras convertida en una ciénaga, suben los precios y los brasileños reducen el consumo. La promesa distributiva fue defraudada. La crisis de la mayor empresa del país es parte del problema.
Esta dinámica obliga a revisar un prejuicio de estos tiempos. La idea de que el crecimiento puede ser indiferente a la fragilidad institucional. El populismo defiende esa tesis en nombre del consenso de Pekín: China ofrecería un nuevo paradigma en el que la modernización económica puede dar la espalda a la transparencia administrativa.
El Brasil de Petrobras ofrece un contraejemplo, como el México de la masacre de Iguala, la Argentina del juez Nisman y la Venezuela con opositores en cautiverio. Las lacras institucionales impactan sobre la economía y corroen la calidad de vida. El estallido de corrupción en Petrobras está modificando la percepción de los inversores sobre todos los mercados emergentes.
En defensa de esa combinación de eficiencia e inmoralidad, Ademar de Barros acuñó en São Paulo el misericordioso eslogan “Roba pero hace”. Fue a mediados del siglo pasado, pero la frase ha servido de coartada hasta nuestros días. Brasil asistió el domingo a la mayor movilización de su historia. Fue para condenar ese cinismo.
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