El fiscal que tiene en vilo a Brasil
El país aguardó expectante a que Rodrigo Janot hiciera pública la lista de políticos involucrados en la corrupción de la empresa petrolera estatal Petrobras
Muchos columnistas y comentadores políticos brasileños han recurrido a la misma gracieta para ilustrar el momento de suspense y ansiedad que vivió el país los últimos días: “Esperando a Janot”. Janot es Rodrigo Janot, el fiscal general de la República y lo que todo el mundo esperaba de él es que fuera revelado el listado con los nombres de los políticos involucrados en el caso Petrobras que él remitió al Tribunal Supremo.
De 58 años, nacido en Belo Horizonte, tranquilo y amable, fiscal desde 1984, este hombre, al que todos los poderes de Brasil observan con prevención, asegura que cuando llega a casa duerme sin problemas. Él ha sido el encargado, junto a su equipo, de calibrar la ingente información de este caso casi infinito, y seleccionar a los políticos que, a su juicio, deben ser investigados por corruptos o por sospechosos de corrupción.
Para eso ha examinado muy detalladamente, durante meses, las delaciones y las informaciones, de entre otros, el cambista Alberto Youssef, el experto en lavar dinero y alma de esta trama que desviaba dinero hacia las cuentas de altos cargos de Petrobras, hacia los bolsillos de algunos políticos o a las arcas de determinados partidos para financiar campañas electorales. El dinero procedía en su mayoría de empresas que, mediante sobornos, conseguían contratos en la petrolera estatal.
Algunos abogados de personas involucradas en el caso consultados por este periódico avalan la discreción de un magistrado que supo, aún comandando un expediente explosivo (en la lista figuran, según revelaciones de la prensa brasileña, el presidente de la Cámara de Diputados y el presidente del Senado, entre otros) atravesar una tormentosa campaña electoral en octubre sin que se hablara (mucho) de él ni que se filtraran muchos nombres decisivos. Es fiscal general desde 2014. La presidenta Dilma Rousseff ratificó, eligiéndolo, la opinión de la Associação Nacional dos Procuradores da República (Asociación de Fiscales), que había votado mayoritariamente por Janot: desde la época de Lula da Silva, el presidente de la República acepta la opinión de esta asociación para garantizar la independencia de la institución, cosa que el anterior presidente, Fernando Henrique Cardoso, no hacía.
Es consciente del terremoto social y mediático que desencadena la lista que él ha elaborado. En una entrevista con este periódico llevada a cabo en diciembre de 2014, cuando aún examinaba las denuncias de Youssef, soltó, con una sonrisa tranquila, marca de la casa: “Todavía no sé el tamaño de la caja de Pandora de Petrobras”. También sabe que en septiembre dejará el cargo. Pero asegura que no va a convertirse en ministro de Justicia ni nada parecido. Seguirá en la judicatura. “Yo ya tengo trabajo”, aseguró.
Buena parte de la sociedad brasileña le observa y le sigue como un baluarte contra la corrupción y la impunidad que durante muchas décadas han envenenado el país. Otros, directamente, le consideran un superhéroe. El lunes pasado, en la capital, Brasilia, un pequeño grupo de ciudadanos le aclamó a la puerta de su juzgado una noche y le entregó un cartel pintado a mano en el que se leía esta frase: “Você, a esperança do Brasil (Es la esperanza de Brasil)”. En uno de los pocos gestos de cara a la galería que ha tenido en estos meses, el juez posó con el cartel para una foto que al día siguiente saltó a la portada de A Folha de São Paulo.
Meses antes, en el despacho acristalado sobre la llanura donde se asienta Brasilia, había dado su opinión sobre los superhéroes judiciales: “Lo que tenemos que tener es instituciones fuertes. Cada uno debe desempeñar su papel. En eso consiste la democracia”.
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