La inflación en Brasil llega hasta el 7,7%, la mayor tasa anual desde 2005
La subida del precio de la gasolina es una de las causas del aumento

La inflación brasileña, el verdadero talón de Aquiles de la economía del gigante americano, ha escalado hasta un 7,7%, el nivel más alto desde mayo de 2005, bastante lejos de los objetivos del Gobierno de Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), que fija en un escueto 4,5% la meta para esta variable, con una tolerancia que puede llegar hasta el 6,5%. En pocas palabras: las cuentas no salen. La escalada llega en un momento crucial para la presidenta, que ve cómo los problemas se le acumulan. Al caso Petrobras, el escándalo de corrupción que envuelve a la mayor empresa estatal se le une una crisis económica que se agudiza con el paso de los meses.
La causa de este remonte hay que buscarla en el precio de la gasolina. En enero, el Gobierno (en aras de alcanzar el equilibrio fiscal) subió los impuestos sobre este combustible. Y esto ha pesado cerca de un 25%, según varios especialistas, en el cómputo final. Hasta las elecciones, celebradas en octubre, el Gobierno de Rousseff se negó a llevar a cabo estos ajustes. Pasadas las votaciones, el equilibrio fiscal se convirtió en uno de los objetivos dado el descuadre de las cuentas públicas.
Otro factor que ha pesado en el alza de la inflación ha sido la subida de la factura de la luz, sobre todo en Estados afectados por la sequía y la falta de agua, como el populoso São Paulo. Los expertos advierten, con todo, que el precio de la factura de la luz subirá bastante más en los próximos meses, hasta llegar, en determinadas ciudades como São Paulo y a determinadas familias sin subvenciones (clase media y clase media-baja) a un 50% de incremento. Esto, naturalmente, repercutirá en el precio de casi todo, desde el café que un brasileño tome en la mañana en un bar, al del peluquero o el del precio de los electrodomésticos.
El Gobierno, para conjurar esta inflación, decidió este viernes subir los tipos de interés. Lo hizo de un 12,25% a un 12,75%. Fue la cuarta subida consecutiva desde que Dilma Rousseff ganara las elecciones. Al Gobierno de Rousseff se le ha criticado precisamente eso: que durante 2014, año electoral, mantuviera los tipos congelados y desde las elecciones aplicara esa medida antipopular en cuatro ocasiones, dejando bien claro que retrasó ciertas operaciones quirúrgicas necesarias en la economía para después de los comicios.
Elevando los tipos, el crédito cuesta más y el consumo, en principio, se contrae, conteniendo a su vez la inflación. La parte negativa de esta medida es que la economía se enfría, y la brasileña no está precisamente ardiendo, ya que coquetea con la recesión. Es decir, el Gobierno de Rousseff, comandado, en su vertiente económica, por el liberal Joaquim Levy, especialista en ajustes y en hacer cuadrar las cuentas, se ve condenado a paralizar una economía para que no se dispare la inflación, que a su vez sube porque el Estado debe pedir más impuestos a consecuencia de que no ingresa lo suficiente porque la economía está paralizada. Un círculo vicioso del que será difícil salir.
Algunos especialistas no son del todo pesimistas, y sostienen que, a lo largo de este año, con la economía en el congelador (a esto ayuda el que el precio del dólar ha subido y ya se venden tres reales por un dólar), es posible que baje la inflación y a Rousseff deje de rondarle, por lo menos, este problema. "Si se mantiene la política actual, hay una posibilidad de llegar a 2016 con una inflación de un 5,5%", explica Heron do Carmo, profesor de Economía de la Universidad de São Paulo.
No todos los pronósticos son así de prometedores. Un estudio llevado a cabo recientemente entre más de 100 bancos nacionales y extranjeros concluyó que el año acabará con una inflación en Brasil de un 7,27%, lejos, pues, de las metas autoimpuestas por el Gobierno. Y esto no es todo: los más pesimistas aseguran que alcanzará el 8%.
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