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Barcos fantasma a la deriva para el tráfico de personas

Las patrullas de Frontex rescatan a miles de sin papeles abandonados en alta mar

Ana Carbajosa
Un inmigrante superviente de un naufragio llega a Lampedusa.
Un inmigrante superviente de un naufragio llega a Lampedusa. ANTONIO PARRINELLO (REUTERS)

Rondaban las once de la noche cuando André Jonsen se asomó a la oscuridad del Ezadeen, varado en alta mar. Ante sus ojos cobraron forma cientos de familias, con maletas en la mano suplicando que les sacaran de aquel barco de ganado, seco de combustible y a la deriva en medio del temporal. “Muchos estaban metidos en jaulas de animales. Había gente deshidratada. Otros ateridos de frío”. El Ezadeen, interceptado el pasado enero en alta mar con casi 500 personas a bordo, fue el tercer barco fantasma con el que se ha topado este marinero islandés desde el diciembre pasado. “Las condiciones eran igual de malas en los tres”, cuenta este joven de 26 años, curtido en inspecciones a pesqueros en alta mar y que ahora patrulla el Mediterráneo a bordo del Islandés Tyr. La técnica del abordaje la conoce al dedillo, pero enfrentarse cara a cara con la desesperación extrema es una novedad que le ha sobrecogido. “Esos no son lugares para seres humanos”, estima en la cocina del Tyr, en la costa siciliana.

La experiencia de Jonsen no es única. La aparición de cargueros fantasma en el Mediterráneo, atestados de refugiados de guerra e inmigrantes es un fenómeno que ha cobrado especial intensidad este invierno y que los observadores tratan de discernir si va camino de consolidarse o si por el contrario se trata de casos puntuales. En los últimos diez años, el invierno había sido temporada baja para los traficantes, que encontraban a menos gente dispuesta a morir de frío en los botes de goma. Los cargueros, mucho más seguros y protegidos de las bajas temperaturas, amenazan con poner fin a los patrones estacionales de la migración. El reguero de naufragios del pasado fin de semana hacen que el atractivo de esta nueva vía de emigración, más cara pero también más segura, aumente.

Porque fletar barcos-chatarra, llenarlos de cientos de desesperados previo cobro de cientos de miles de euros y abandonarlos a su suerte en alta mar es un lucrativo negocio. El pasaje puede costar tres veces más que en los barcos pequeños, pero a la vez, dispara las probabilidades de sobrevivir. Los refugiados sirios, muchos de ellos adinerados, están dispuestos a pagar los 5.000 euros del pasaje con tal de salvar el pellejo.

Jonsen se  econtró a  cientos de familias, con maletas en la mano suplicando que les sacaran de aquel barco de ganado

Turquía, principal punto de partida de los navíos ha endurecido en las últimas semanas su control a los grandes barcos. La preocupación de los expertos se traslada ahora a Libia.

En lo que va de invierno, 14 buques de carga con inmigrantes a bordo han sido interceptados en el Mediterráneo central según el recuento de Frontex, la agencia europea de Fronteras que coordina la patrulla de barcos como el islandés, que aportan los países europeos. En cada barco viajan entre 200 y 800 personas. Sólo el Tyr ha rescatado a 2.000 personas encerradas en cinco cargueros, según calcula Einar Valsson, el capitán islandés, cuyo país no pertenece a la UE, pero sí comparte con los europeos las fronteras exteriores que dibuja el acuerdo de Shengen. “Cuando hay un barco sospechoso, nos avisan desde Roma y navegamos a toda prisa hacia allá”, explica Valsson.

Las entradas de refugiados e inmigrantes a Europa sin documentación se han disparado, según los datos que recopila Frontex. Unas 278.000 fueron detectadas en su intento de poner pie en Europa el año pasado, el doble que en el pico de llegadas de 2011 (141.000) provocadas por el estallido de las primaveras árabes. Las huidas de los últimos meses las protagonizan en buena parte los sirios que escapan de la guerra en busca de la protección internacional que les concede el derecho de asilo. Cuatro millones de sirios han dejado ya atrás su país, dando pie a la mayor crisis de refugiados desde la segunda guerra mundial.

Fletar barcos-chatarra, llenarlos de cientos de desesperados previo cobro de cientos de miles de euros y abandonarlos  en alta mar es un lucrativo negocio

Entrevistas a emigrantes y refugiados llegados en barcos fantasmas han permitido a los analistas de Frontex conocer cómo funciona el sistema de los llamados barcos fantasma. En la agencia con sede en Varsovia sostienen que captan a sus clientes a través de Redes sociales como Facebook. Allí, ofrecen sus servicios, en árabe, a los desesperados. Una vez hecho el primer contacto, se fija la hora y el lugar de la partida, lo que evita a sus clientes tener que esperar durante semanas hasta ver si salían a bordo de un bote hinchable o de pescadores.

Suelen ser barcos oxidados y moribundos, que en lugar de acabar en el desguace, terminan a la deriva, cargados de seres humanos en aguas internacionales. Por cerca de medio millón de euros se pueden comprar en la Red embarcaciones como las que ahora afloran en el Mediterráneo. Son barcos sin bandera, sin matrícula ni armador conocido. Son barcos invisibles que se materializan en las pantallas de los radares cuando ya no necesitan esconderse, cuando necesitan justo lo contrario, que les rescaten.

La mayoría de los cargueros interceptados zarparon de Mersin, Izmir o Bodrum, en Turquía. Egipto y Argelia, puntos tradicionales de partida de embarcaciones clandestinas, exigen ahora visado a los sirios, lo que ha contribuido a que Turquía se convierta en un concurrido trampolín a Europa. “Las autoridades turcas han endurecido los controles después de casos como el Ezadeen. Ahora nos preocupa más Libia. Allí hay refinerías en la costa, que hace que los grandes barcos se acerquen sin llamar la atención. Sabemos que en Libia hay un importante contingente sirio esperando a salir de manera segura”, explica Javier Quesada, al frente del departamento de análisis de riesgos de Frontex. El descontrol político y policial libio no hace sino acrecentar esos temores.

Raffaele Monte, agente marítimo en Pozzallo, (Sicilia) y gran conocedor de lo que se mueve en su mar, traza un ilustrativo esquema del modus operandi de los contrabandistas: Parten de Turquía o de la propia Siria con el Sistema de Identificación automática (AIS por sus siglas en inglés) desconectado, por lo que no aparecen en los radares marinos. Entregan a los inmigrantes un teléfono satélite con un número pregrabado del puerto más cercano o de una tercera persona que alerte a las autoridades. El GPS del aparato permite a la marina italiana localizar la embarcación. Los traficantes entonces activan el piloto automático rumbo a Italia, tiran el teléfono al mar y se dan a la fuga en un barco pequeño.

Turquía ha endurecido en las últimas semanas su control a los grandes barcos. La preocupación  se traslada ahora a Libia

Para Monte, el agente marítimo, las causas de la irrupción de los barcos fantasma son evidentes. Por un lado, disparan la rentabilidad del tráfico humano y responden a la creciente demanda de expulsados por las guerras y catástrofes que asolan el planeta. Pero además, dan salida a barcos que la crisis de l comercio marítimo ha dejado envejecer y al borde del abandono. Monte, no acaba de entender sin embargo cómo las naves pueden pasar desapercibidas en los países de los que zarpan. “Los barcos no emergen de repente del fondo del mar. No son fantasmas, tienen una vida, una historia, seguros, certificaciones. Vienen de puertos en los que se embarcan cientos de personas. El Mediterráneo se ha convertido en un lugar muy peligroso. La comunidad internacional no puede renunciar a poner orden aquí”, sentencia desde su despacho con vistas a la bahía de Pozzallo, con el Mediterráneo bravo de fondo, en un día de viento de fuerza ocho.

El Mediterráneo que Monte otea con sus prismáticos es lo que los analistas llaman “el punto caliente” de entrada a Europa, es decir donde se concentran la mayor parte de las llegadas. Unas 170.000 el año pasado comparadas por ejemplo con las cerca de 3.000 que entraron por las fronteras terrestres de Ceuta y Melilla en ese mismo periodo, según los datos de la agencia europea. El intenso tráfico de navíos de todo pelaje y en condiciones extremas han convertido al mar Mediterráneo en la mayor fosa común del mundo. Al menos 3.419 personas murieron en este mar el año pasado, según los datos de la Agencia de Refugiados de Naciones Unidas.

El capitán Salvatore Trovato, del puesto de control de guardacostas de Pozzallo asiste desde hace años al desembarco de miserias humanas en su puerto. Desde hace semanas, en la oficina de Trovato se suceden las alertas que advierten de embarcaciones sospechosas alta mar. En los despachos de los guardacostas italianos, los uniformados circulan preparados para salir corriendo. Trovato concede. Dice que sí, que lo de los barcos fantasma es nuevo. Pero que le parece lógico. Que ahora hay más guerras y más gente que necesita escapar de ellas. Le sorprende más la sorpresa ajena. “Aquí siempre han llegado muchos inmigrantes. A nadie le importaba cuando venían en barcos pequeños”.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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