Una luz en medio de la nada
Una iniciativa de la ONU lleva iluminación a los campos de refugiados donde millones de personas viven en duras condiciones
Hay cosas en el Occidente acomodado que uno da por sentadas: abrir el grifo y que corra el agua; tener hambre y encender el gas para cocinar; si enfermas, acudir a un hospital. Sin embargo, para muchas personas en muchas partes del mundo esto no es verdad, empezando por los 52 millones de personas que en la actualidad viven lejos de su hogar como consecuencia de conflictos, guerras y persecuciones diversas. De estos desplazados, aproximadamente 17 millones son refugiados y de ellos la mayor parte están bajo el amparo de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en los cientos de campos que la organización tiene por el mundo. "Muchos están viviendo en medio de la nada", explica Maria Ángeles Siemens, directora general del Comité español de la ACNUR.
“En medio de la nada” significa eso mismo: “en lugares inhóspitos donde lo primero suele ser cavar pozos para aprovisionarse de agua, proporcionarles un techo para cobijarse, comida para sobrevivir y combustible para cocinar”. La educación y la salud vienen después, pero en muchos casos necesidades menos prioritarias, como tener luz eléctrica cuando llega la noche, se postergan debido a los imponderables humanitarios. Y, a veces, las consecuencias son tremendas.
Con una simple lámpara solar las violaciones se reducen y los niños pueden estudiar de noche
“Es increible cómo le cambia la situación a la gente tener luz para continuar su vida después de que cae el sol”, cuenta desde Etiopía el cooperante José Antonio León Barrena, que lleva más de seis años trabajando con la ACNUR y ha pasado antes por Sudan, Somalia y Afganistan. “Cuando cae la noche los campos de refugiados se convierten en lugares muy inseguros por la falta de iluminación. Muchas mujeres sufren abusos sexuales cuando van a las letrinas o al salir a buscar leña para cocinar”, explica Barrena desde la oficina de ACNUR en Adis Abeba, desde donde se atiende la situación de 660.000 refugiados de diversos conflictos. “Con una simple luz desciende el número de agresiones y de violaciones... Pero no es solo la seguridad. Con una lámpara los niños ya pueden estudiar de noche y las familias reunirse y socializar”, asegura.
Con el fin de aliviar esta situación, por segundo año consecutivo la ACNUR y la Fundación IKEA llevan adelante un proyecto conjunto para proporcionar lámparas solares e instalar iluminación sostenible en los campos de refugiados. Así, por cada bombilla LED vendida por la empresa sueca en sus tiendas de todo el mundo desde el 1 de febrero al 28 de marzo, su fundación donara un euro para el proyecto El poder de la luz, que el año pasado recaudó 7,7 millones de euros (500.000 en las 15 tiendas de España), y benefició a 350.000 refugiados en Etiopía, Chad, Bangladesh y Jordania. “Este año se espera beneficiar a 380.000 refugiados en los mismo paises, y además se agrega Sudán”, indica la directora de la oficina de ACNUR en España.
Una de las situaciones que hoy más preocupa es la de los 3.800.000 refugiados sirios que en poco más de dos años han desbordado a las organizaciones humanitarias en Turquía, Libano y Jordania. En este último país, en el campo de Al Azraq —donde en verano la temperatura puede alcanzar los 46 grados Celsius— se encuentra Kareem. Tiene 65 años, y desde que le han proporcionado una lámpara que se carga con la luz solar puede enseñar ajedrez a sus nietos en la precaria vivienda que habita con su familia. “Después de la guerra, estos pequeños placeres son la vida”, dice.
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