Los BRICS y las fantasías del populismo
La izquierda quiere que el grupo sea una vía nacionalista al desarrollo
Dilma Rousseff, que no se deleita con la política exterior, está ansiosa por sumergirse en una extenuante semana diplomática. La reunión de los BRICS, que comienza hoy en Fortaleza y se abrirá, en Brasilia, a los países de la Unasur, la sacará del inferno astral en que se convirtió para Brasil el Mundial de fútbol.
Hasta ahora, Brasil, Rusia, China y Sudáfrica formaron un club sobre el criterio de un rasgo externo, que definió con ironía el brasileño Marco de Azambuja: “El documento es el tamaño”. La cumbre de estos días pretende sacarlos de ese estado. Los BRICS crearán un banco de desarrollo y un Acuerdo de Reservas de Contingencia. Fortaleza pretende ser una alternativa a Bretton Woods. Es decir, la cuna de una institucionalidad financiera distinta de la que se fundó en la posguerra bajo los auspicios de Estados Unidos y Europa.
El banco será capitalizado por cada país con 10.000 millones de dólares. En cambio, para el fondo de estabilización, China aportará 41.000 millones de dólares; Rusia, India y Brasil 18.000 millones cada uno; y Sudáfrica 5.000. Estos organismos son la respuesta de los BRICS a la dificultad de traducir la gravitación económica en poder político dentro de los organismos internacionales. El Congreso de Estados Unidos se resiste a aprobar una reforma al FMI que habría llevado a China al tercer lugar en capacidad de decisión. Y que habría incorporado a Brasil, India y Rusia a los diez primeros. Hoy, el FMI es encabezado por Estados Unidos, Alemania, Francia y el Reino Unido.
Los BRICS, sobre todo China y Rusia, aspiran a dar a su alianza antidólar una dimensión comercial, alentando los intercambios en sus propias monedas.
Los gobiernos populistas de América latina, que han hecho de la catilinaria antiimperialista el leitmotiv de su política internacional, reciben con algarabía el desafío de los BRICS a Estados Unidos. Después de todo, ellos también intentaron sustituir al Banco Interamericano de Desarrollo con un Banco del Sur, que no nació.
Para esa izquierda nacionalista, los BRICS actualizan una fantasía que también encandiló a las dictaduras de los años setenta: la apertura de una vía nacional al desarrollo. Cristina Fernández de Kirchner, Nicolás Maduro y Raúl Castro, por ejemplo, ven en ellos la posibilidad de un financiamiento Estado-Estado que les permita sustraerse al mercado de capitales con sus habituales exigencias.
Los gobiernos populistas adjudican a los BRICS, en especial a China, la capacidad de procesar una modernización ajena al canon de la democracia pluralista, que supone garantías individuales, independencia judicial, libertad de expresión e iniciativa económica privada. Esa presunción supone que la incorporación de millones de chinos a la vida urbana no promoverá, a la larga, una liberalización.
Xi Jinping y Vladímir Putin encontraron en la reunión de hoy la excusa para una incursión más amplia por esa América bolivariana que los recibe como a pródigos mecenas.
Putin comenzó su gira por Cuba, a la que condonó una deuda de museo: 35.000 millones de dólares prestados por la antigua Unión Soviética. Antes de pasar por el Maracaná, estuvo en Buenos Aires, donde firmó acuerdos sobre energía nuclear y declaró a la Argentina “principal socio latinoamericano” de su país. Desde las sanciones que le valió la anexión de Crimea, Putin anda en busca de un reconocimiento extrarregional para su cuarto imperio ruso.
Xi también protagoniza un parsimonioso descubrimiento de América. Además de Brasil, visitará Cuba, Venezuela y la Argentina. Se lo espera como a un exótico Papá Noel. En Brasilia anunciará la compra de 60 aviones Embraer; y en Buenos Aires, la construcción de dos represas por 6.000 millones de dólares.
El país más incómodo con esta proyección latinoamericana de los BRICS, sobre todo de China, es uno de sus miembros: Brasil. China es un competidor en los negocios del vecindario. Por ejemplo: en la licitación de las represas argentinas Gezhouba desplazó a la constructora brasileña Odebrecht.
A Xi le puede resultar simpático que su política latinoamericana sea vista como la respuesta al activismo asiático de Washington. Japón, Vietnam y Filipinas sellan acuerdos militares cada vez más intensos con Estados Unidos.
Pero esa lectura bipolar, que experimenta el presente como un dèjá vu de la Guerra Fría, es un espejismo. Como demostró la sexta ronda de Diálogo Estratégico, que se acaba de celebrar en Pekín, el G-2 es una asociación dominante. China y Estados Unidos convergen en la agenda global de largo plazo: lucha contra el terrorismo, alimentos, medioambiente y, sobre todo, energías renovables.
En esta materia, ha ocurrido una novedad: en todos los estadios brasileños se pudo ver, durante el Mundial, una publicidad de Yingli, la fábrica de paneles solares que iluminó Maracaná. China disimuló a través del fútbol su presentación internacional como potencia energética.
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