¿Washington, hay alguien?
Una superpotencia con tantas dificultades internas difícilmente podrá ejercer de faro global
Las llamadas telefónicas a la Casa Blanca son respondidas estos días con un lacónico: les pedimos disculpas pero debido a los problemas presupuestarios no podemos responder a su llamada. ¿Washington, hay alguien ahí? Alguien cuerdo, con sentido común, que entienda que lo que está sucediendo, el intento de secuestro político de la capacidad del Ejecutivo de dirigir la política económica del país, supera con mucho al bienestar de Estados Unidos y afecta a la economía mundial. El líder de la mayoría demócrata en el Senado sugiere que el país, con el Gobierno cerrado por falta de fondos y el peligro que la próxima semana, si no se resuelve la batalla presupuestaria en el Congreso, por primera vez en su historia no pueda hacer frente a sus pagos, se convierta en una república bananera. Y no está ocurriendo en Bruselas, la capital de una Europa demediada y empobrecida que pelea, equivocadamente, por sacar la cabeza de la crisis sacrificando su estado de bienestar, sino en el corazón de la única superpotencia, a pesar de todo, realmente existente.
El resto del mundo, que todavía depende de la política, de la economía de EE UU, y del privilegio del dólar como aún moneda única de reserva mundial, asiste impotente a este teatro político, a la espera de ver quién pestañeará primero. Obama, un presidente reelegido dos veces de manera consecutiva, con una mayoría popular muy clara, dominante en el Senado pero no en la Cámara de Representantes, o el Partido Republicano, abducido por la franja lunática del Tea Party para sabotear el proceso legislativo bloqueando el Congreso. Institución con una aprobación raquítica del 9%. Este constante juego a la ruleta rusa no es una manera razonable de gobernar un país. El financiero y multimillonario Warren Buffett ha pronosticado con lucidez el probable desenlace: “Iremos hasta el punto de la extrema idiotez, pero no lo superaremos”.
Puede que sea una crisis política prefabricada, como ha denunciado en el Capitolio el secretario del Tesoro, pero pone en peligro la reputación de Estados Unidos en un momento en el que la política exterior de Obama pierde pie. Siria, Irán, Afganistán con una retirada con más pena que gloria, la catástrofe de Irak, el fracaso de la primavera árabe. Y su política interna bloqueada, con la fallidas reformas de la inmigración y el control de armas en manos privadas. La pérdida de credibilidad de EE UU potencia la incertidumbre mundial. Ya no es solo el retraimiento en el ejercicio de su poder militar, sino, como afirma el Financial Times, el cortocircuito producido en su poder blando, que le ha permitido mantener su influencia global.
La parálisis en Washington por la ya crónica crisis presupuestaria le ha impedido a Obama viajar a la cumbre asiática de Bali, donde el presidente chino Xi Jinping, rodeado de sus vecinos que temen la emergencia de Pekín y necesitan la garantía del contrapeso de Washington, se ha paseado a sus anchas. Se pone en duda el reequilibrio hacia Oriente de Estados Unidos, el llamado pivote asiático. Aumenta la alarma: Pekín urge a Washington a garantizar la seguridad de las inversiones chinas, que acumula 1,3 billones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense. Japón teme que se produzca una revalorización del yen tras un eventual default de EE UU. Una superpotencia con tantas dificultades para encarrilar sus problemas internos difícilmente podrá abarcar el mundo ejerciendo de faro global.
Desde 1997 el Congreso no ha aprobado en plazo un presupuesto, y en 74 ocasiones ha sido necesario elevar el techo de la deuda, que hoy asciende al inabarcable guarismo de 17,6 billones de dólares. Peligra la capacidad de EE UU de obtener dinero barato de todo el mundo. Con la amenaza de no autorizar en el Congreso el aumento de ese límite, los verdaderos creyentes en que el Gobierno es el problema y no la solución, han desenfundado este arma de destrucción financiera masiva, a todas luces desproporcionada. Al grito de ¡es la ideología, estúpido! tratan de cobrarse una pieza mayor, el llamado Obamacare, la única muesca hasta ahora del presidente para entrar en la historia, la reforma sanitaria que acabará con la indignidad de tener a 45 millones de norteamericanos sin cobertura de salud. Un dislate.
La polarización ideológica con el abandono del centro político ha dejado espacios antes impensables a los extremistas, averiando el sistema de equilibrio de poderes diseñado por los padres fundadores de la nación. El Grand Old Party, los republicanos, ya no son el partido nacional histórico y responsable, conservador, sí, defensor de la libre empresa, posibilista. En su seno ha triunfado una enfermiza aversión por Obama, no le perdonan ser negro y educado; temen su éxito; desde el primer día han buscado su destrucción. God save America de los fundamentalistas.
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