La violencia persigue a los refugiados sirios hasta Egipto
Los militares estigmatizan como islamistas a los que han huido de la guerra
“Cuando buscaba casa, y los propietarios y arrendatarios se enteraban de que soy sirio, me rechazaban. A menudo, no reconocían su racismo abiertamente, sino que argumentaban que ahora está mal visto tener sirios en el edificio”, comenta Jawad, mientras sorbe una infusión en su habitación del barrio cairota de Dokki. Huido a Egipto a causa de la guerra civil que padece su país, después de muchos esfuerzos, pudo convencer a un propietario que le alquilara una habitación.
No hace mucho que los refugiados sirios eran bienvenidos en Egipto. Se consideraba que el ejemplo de Tahrir había inspirado a los revolucionarios sirios, y una especie de nueva solidaridad había reforzado los lazos históricos entre ambos pueblos. Sin embargo, todo cambió en cuestión de días. Exactamente, los que siguieron a las grandes manifestaciones del 30 de junio contra el raïs Mohamed Morsi, y que acabaron derrocándolo gracias a la intervención del Ejército.
Los Hermanos Musulmanes también se movilizaron aquellos días, frente a la mezquita de Rabá al Audawiya. No obstante, según los medios egipcios, muchos de los allí concentrados no eran egipcios, sino exiliados sirios a sueldo de la Hermandad. El popular y polémico presentador egipcio Taufik Okasha llegó a darles un ultimátum: “A todos los sirios en Egipto, un mensaje de aviso. El pueblo egipcio ha anotado vuestras direcciones, si continuáis con la Hermandad, después de 48 horas, la gente destruirá vuestras casas”.
“Es falso que hubiera muchos sirios en las concentraciones pro-Morsi. El conflicto interno egipcio no nos concierne. Simplemente, necesitaban un chivo expiatorio”, asegura Rami Jarrah, un conocido activista sirio. La teoría de la “mano siria” era un elemento más dentro de la narrativa oficial de demonización de la Hermandad, a la que se presentaba como un agente de intereses o potencias extranjeras. En el discurso xenófobo de los medios, el único dato cierto es que miles de refugiados sirios recibieron la asistencia de organizaciones caritativas de cariz islamista.
La campaña tuvo un reflejo inmediato en las calles: miradas de desprecio, insultos, e incluso alguna agresión. Poco después, llegaría el acoso legal. Las autoridades surgidas del golpe revocaron la política de “puertas abiertas” de Morsi, siempre claro en su apoyo a la revuelta contra al Asad. Desde el 9 de julio, los sirios solo pueden entrar en Egipto con un visado solicitado previamente. Y los ya residentes en Egipto, están expuestos a arrestos arbitrarios y a ser deportados .
“Voy con mucho cuidado para evitar cualquier puesto de control. Si me paran, podría acabar muy mal”, confiesa Jawad, que se gana la vida dando clases privadas de árabe. Muchos exiliados sirios no renovaron su permiso de residencia cuando caducó su visado, por lo que se encuentran ilegalmente en el país. Antes del golpe no hacía falta, y el proceso burocrático era muy farrogoso. Según las cifras de ACNUR, hay unos 90.000 sirios registrados en Egipto, pero se cree que el número real podría superar los 250.000.
Ante la imposibilidad de encontrar trabajo y la hostilidad que les profesa la sociedad, centenares de sirios han decidido abandonar Egipto como sea. De acuerdo con ACNUR, en las últimas semanas, han llegado a las costas italianas más de 3.000 sirios, la mayoría provenientes de Egipto. Actualmente, unos 110 exiliados sirios, entre ellos 43 niños, están detenidos en Alexandría a la espera de ser deportados. Todos ellos fueron arrestados mientras intentaban salir del país ilegalmente. Dos refugiados de origen palestino tuvieron menos suerte, y el pasado miércoles fueron abatidos por los disparos de la policía cuando trataban de huir en una patera, una muestra más de la falta de escrúpulos de las fuerzas de seguridad con los exiliados.
“En la mayoría de casos, los tribunales ordenan ponerlos en libertad, pero es el Ministerio del Interior quién decide deportarlos al considerarlos un “peligro para la seguridad nacional”. ¿Qué tipo de peligro representa un niño?”, se pregunta indignado Nader al Attar, un activista egipcio co-fundador de la ONG Refugee Solidarity Movement (RSM), con base en Alejandría. “Todo esto responde a una estrategia del régimen actual para crear una atmósfera miedo y justificar la reconstitución de un estado policial”, añade.
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