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Columna
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El Eje de la Discriminación

Los grupos detractores del matrimonio homosexual alimentan el odio homófobo en el mundo durante la aprobación de leyes igualitarias

La Asamblea Nacional francesa votará hoy martes la ley Taubira, que consagra el fin de la discriminación contra los homosexuales en el matrimonio. Francia pondrá el broche a un mes extraordinario en el que también Uruguay y Nueva Zelanda ratificaron el matrimonio igualitario. Reino Unido está en pleno proceso (Escocia ha iniciado el suyo propio) y otros cuatro Estados europeos (Alemania, Andorra, Finlandia e Irlanda) se disponen a abrir el debate. Los parlamentos de Colombia y Nepal deben aprobar una ley según el criterio de sus tribunales constitucionales. En Estados Unidos y Taiwan los tribunales equivalentes deben pronunciarse sobre la prohibición a matrimonios entre personas del mismo sexo en un contexto de opinión pública claramente favorable (58% de los norteamericanos y 75% de los taiwaneses, según sondeos). Antes de este abril, la igualdad en el matrimonio existía ya en 11 países y en dos docenas de Estados norteamericanos, brasileños y mexicanos; en esta primavera extraordinaria asistimos a una aceleración hacia la igualdad.

No faltan motivos de regocijo para los partidarios de los derechos para todos. Sin embargo, conviene no perder de vista la reacción que genera el avance. En Francia se ha vivido en las últimas semanas una banalización del discurso homófobo e incluso se han registrado ataques violentos en Burdeos, Lille y París. Los contrarios a la igualdad en el matrimonio han usado un amplio repertorio de formas de protesta. Para su esfuerzo online se apoyaron en tecnología proporcionada por Opus Fidelis, un grupo cristiano que trabaja para la Organización Nacional del Matrimonio estadounidense. Esta se encuentra sumida en la creación de una Organización Internacional para el Matrimonio (léase, contra el matrimonio homosexual), una verdadera Internacional de la Discriminación que se apresta a influir en los debates de países como Irlanda.

En África se expande una cruzada que denuncia la homosexualidad como una importación occidental. Sin embargo, lo que está siendo importando es la homofobia radical de los fundamentalistas cristianos norteamericanos que ven en África mejores oportunidades que en su propio país. El caso mejor conocido es el de Uganda, a raíz a la denuncia al predicador evangelista estadounidense Scott Lively por su contribución a una histeria anti-gay, que incluye propuestas parlamentarias para aplicar la pena de muerte a los homosexuales y la publicación en un periódico de nombres, fotografías y direcciones de personas supuestamente homosexuales bajo la leyenda “¡Colgadles!”. Al poco de esa publicación, David Kato, activista abiertamente homosexual, fue asesinado. Grupos estadounidenses de inspiración evangelista, mormona y católica financian la actividad política contra los derechos de los homosexuales, como lo venían haciendo contra los derechos sexuales y reproductivos en toda África. Los presidentes de Zimbabue, Zambia y Uganda les han dado la bienvenida, aprovechando para acusar a sus respectivas oposiciones de promover la homosexualidad.

Estos mismos predicadores norteamericanos se esfuerzan también para influir en los debates legislativos de países como Letonia o Moldavia. En el centro y el este de Europa, el desencanto con el proyecto europeo ha propiciado un resurgir nacional-populista que pone en cuestión los avances en la lucha contra la discriminación obtenidos durante el proceso de preadhesión gracias a la presión de Bruselas. Víctor Orbán, primer ministro húngaro y paladín de la causa nacional-conservadora, ha propiciado la constitucionalización de la discriminación en el matrimonio en Hungría y se vanagloria de su defensa de una Europa basada en los valores cristianos con el apoyo de la derecha más conservadora del continente.

Los primeros intentos por acabar con la discriminación en el matrimonio, hace ya dos décadas, resultaron en una movilización contraria del integrismo religioso en EE UU. Con los éxitos de la última década para la igualdad en Europa, EE UU, Suráfrica y América Latina, la ofensiva discriminatoria se ha globalizado. El ataque constante contra los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, liderado por las jerarquías eclesiásticas, en particular el Vaticano, señala el camino a este virtual Eje de la Discriminación. En su intento por detener el avance histórico de la igualdad, los detractores de los derechos de las personas homosexuales alimentan un odio homófobo que destruye vidas y familias, condenando a millones a una existencia de miedo y sufrimiento. Pero poco les puede importar este sufrimiento humano a quienes en nombre de su dogma tanto se esfuerzan por privar a millones de mujeres del derecho a decidir sobre su propia sexualidad y maternidad. Conviene no ignorar su capacidad de emponzoñar el debate y la convivencia ciudadana, como hicieron en Francia, pero la mejor respuesta a su agresión es mantener firme el rumbo hacia la plena igualdad de derechos.

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