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TRIBUNA
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La segunda europeización de España

Los 25 años vividos desde la adhesión son los mejores de nuestra historia

España se encuentra en una de las situaciones más complicadas de su reciente historia. Internamente, la tasa de paro, con ocho regiones españolas entre las 12 que más paro tienen en Europa (las otras cuatro, Reunión, Guyana, Martinica o Guadalupe ni siquiera están en Europa), nos habla de un gran fracaso colectivo. Se trata de un fracaso moral, por lo que supone para los horizontes vitales de millones de españoles y, especialmente, de toda una generación de jóvenes. Pero también se trata de un fracaso político, en cuanto esa tasa de paro amenaza el pacto social en el que se asienta nuestra democracia y podría acabar desembocando, como lo ha hecho en otros países, en desafección, populismo y, como novedad en España, en antieuropeísmo. Y es también, lógicamente, un fracaso económico de primer orden, en tanto en cuanto la inmovilización de recursos productivos que implica nos condena a ser más pobres y, por tanto, menos autónomos para decidir como sociedad qué es lo que queremos hacer en el mundo. Se trata, en definitiva, de un fracaso colectivo que condiciona y limita todo lo que el país es y podrá ser en el futuro.

Externamente, la situación de España no es mucho mejor. Durante años ha trabajado muy duramente para ganarse su sitio en el corazón de Europa, restaurando el prestigio perdido por años de aislamiento. Primero, en 1986, la adhesión. Luego, en 1993, el mercado interior. Posteriormente, en 1998, el desafío que supuso la entrada en el euro o la amenaza de desplazamiento que supuso la ampliación al Este de 2004. Con mucha voluntad y sacrificios España superó todas las pruebas que se le fueron presentando. El resultado es que los 25 años transcurridos desde la adhesión de España a la (entonces) CE han sido, sin duda, los mejores de su historia: por primera vez, la modernización económica vino de la mano de la política y de la social, además de venir acompañada de la apertura al mundo y del logro de una gran influencia y prestigio internacional.

Hoy, sin embargo, España se encuentra en la hora más difícil: debido a su mala situación económica se encuentra en una posición de extrema debilidad a la hora de influir en el diseño de la Europa del futuro. Se trata de una situación sumamente desafortunada porque esa Europa política en la que España siempre ha creído y en la que tanto ha invertido se está conformando delante de sus ojos sin que pueda participar en ella más que de forma marginal o, peor aún, con riesgo de quedar marginalizada o apartada del núcleo duro de la construcción europea.

Políticas erróneas y decisiones equivocadas, de no ser corregidas, nos impedirán volver al corazón de Europa

Es cierto que España ha sido y está siendo víctima de una crisis financiera global, también de una unión económica y monetaria con errores estructurales de diseño que ha cebado sus debilidades y agravado las consecuencias de dicha crisis. Pero no conviene llamarse a engaño ni evadir las responsabilidades: somos nosotros los que nos hemos puesto en la actual situación mediante políticas erróneas y decisiones equivocadas que, de no ser corregidas, nos impedirán salir de la crisis y volver al corazón de Europa. Se trata de fallos de carácter sistémico en el funcionamiento del Estado y de los mercados, en la supervisión y en la regulación, en el control y en la transparencia, de fallos en el sistema político y en la distribución del poder y las competencias entre las diferentes Administraciones. Confiados por el crecimiento económico y bajo el paraguas del euro, decidimos no atajar los déficits de empleo, innovación y productividad que teníamos, prefiriendo malgastar nuestro tiempo en debates estériles y nuestros recursos en inversiones absurdas.

En la práctica, como ha señalado Ignacio Molina en un sugerente ensayo en el último número de la revista Política Exterior, el problema es que, víctima de la autocomplacencia, España se ha “deseuropeizado” en los últimos años, tanto en lo relativo a la política económica como a la política exterior, situándose en una posición excéntrica o periférica con respecto al núcleo europeo. Hablar de “deseuropeización” de España no es una exageración, sino un instrumento de análisis que nos obliga a pensar en cómo articular una “segunda europeización de España”.

Esa europeización completaría la primera y solucionaría esos déficits que nos dejan hoy la sensación de que los primeros 25 años de pertenencia a Europa se han cerrado en falso, haciendo aflorar los viejos vicios y debilidades que creíamos históricamente superados. Pero igual que en el pasado, esta segunda europeización no es una tarea que competa solo al Gobierno sino, si quiere ser exitosa, a toda la sociedad. Debatamos sobre eso.

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