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Simona Levi, activista: “Los partidos son empresas privadas que mantenemos entre todos”

La estratega tecnopolítica y directora teatral italoespañola, una de las artífices de las condenas en el ‘Caso Bankia’, critica en su nuevo libro cómo las grandes corporaciones han copado nuestro uso cotidiano de internet y defiende alternativas comunitarias

Simona Levi
Simona Levi, en la cafetería Nubel, en el Museo Reina Sofia de Madrid, el pasado 21 de agosto.INMA FLORES
Sergio C. Fanjul

En casa de Simona Levi (Turín, 58 años) se respiraba activismo: por allí se dejaban caer parientes como el escritor Primo Levi, superviviente del Holocausto, o el también escritor y antifascista Carlo Levi. Se conocía de primera mano la persecución del fascismo italiano. Así que Simona, ya a los 14 años, sujetaba la pancarta en manifestaciones por el derecho al aborto. “Es que no entiendo cómo podría no ser activista”, dice. Es una forma de vida.

Estudiante revoltosa, su camino viró hacia la dirección teatral, donde también ha practicado lo político, actuando, dirigiendo, programando, montando festivales. Fundadora del colectivo Xnet, fue sonada su participación, como miembro también del colectivo 15MpaRato, en el inicio del caso Bankia, poniendo la querella que llevó a la condena del exministro Rodrigo Rato y muchos otros, y sacando a la luz los correos electrónicos de Miguel Blesa, expresidente de Caja Madrid.

Entre su obra escrita están #FakeYou. Fake news y desinformación (Rayo Verde, 2019), sobre la manipulación informativa; Votar y cobrar (junto con Sergio Salgado, en Capitán Swing en 2017), sobre el caso Bankia, o Digitalización democrática. Soberanía digital para las personas (Rayo Verde), que se publica este 2 de septiembre y ahonda en cómo los espacios digitales cotidianos han sido copados por las grandes empresas.

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Nos encontramos en el restaurante NuBel del Museo Reina Sofía de Madrid, donde se presenta apasionada y conservando solo un leve acento italiano: tiene nacionalidad española y lleva mucho tiempo en Barcelona. “Renegué de Italia hace 40 años”, dice. “Italia no se puede recuperar, es un país perdido, no hay nada que hacer”.

Pregunta. ¿Qué es eso de ser activista?

Respuesta. Ser activista es tomar partido y hacer acciones concretas para conseguir una transformación. En el caso Bankia no solo defendíamos que había que auditar las cuentas de los bancos rescatados, sino que las auditamos, hasta conseguir la condena de más de 65 políticos y banqueros. Seguimos pensando que los grandes problemas de nuestra era se deben a la estructura de los partidos políticos.

P. ¿Por qué?

R. Porque son como empresas privadas que mantenemos entre todos. Tienen que mantener a sus cúpulas y colocar a sus bases. Muchas veces los políticos ni siquiera tienen las competencias para gestionar lo que gestionan. Y somos su moneda de cambio. En 2012 montamos un partido, el Partido X, para mostrar que se debía plantear de forma diferente: no en torno al personalismo, sino a la sociedad civil. Los partidos como correa de transmisión del trabajo real de la sociedad. Así que, para mí, el activismo tiene que ver con poner en práctica las ideas de transformación.

P. Le influyó la cultura hacker.

R. Vengo de una cultura, por mi familia, del activismo de antes: reunirse en un punto, asambleas interminables, frecuentemente copadas por los machos alfa, mucho esfuerzo y pocos resultados… Muy sacrificado. Pero en internet se pueden formar pequeños grupos y ponerse a hacer cosas. Los hackers lo llaman doísmo [del verbo to do, hacer, en ingles]. Es la manera en la que podemos cambiar las cosas: en la ideología nos cuesta ponernos de acuerdo. Pero no es tan difícil ponerse de acuerdo en lo que hay que hacer.

P. A veces los problemas parecen muy grandes, inabordables, quizás eso desanime a la gente respecto al activismo.

R. Tengo que confesar que en ocasiones la magnitud del desastre me puede. Pero creo que la solución a los problemas es sencilla, es el ámbito político el que la hace complicada. Como decía, el problema son los partidos, con sus discípulos fanáticos y mentores muy ricos que crean tapones. No existe un gran plan mundial de reptilianos ni cosas conspiranoicas. Al final, se trata de gente buscando su cuota de poder.

P. ¿Ha hecho internet un mundo mejor?

R. Yo soy fan de internet. El problema son las GAFAM [Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft] y sus algoritmos adictivos. Internet nace como una herramienta de libertad y de comunicación entre personas: es una herramienta maravillosa, es una pena que nuestras instituciones no estén a la altura y dejen que la red sea ocupada por latifundios privados.

P. Al comienzo se vio como un espacio de emancipación, se coordinó el movimiento antiglobalización, era la esperanza de los anarquistas, el 15M… Ahora no parece lo mismo.

R. Pasó con la imprenta de Gutenberg. Supuso un momento de libertad, en Venecia se imprimía de todo, pero esa desintermediación se deshace cuando vuelve al control de unas pocas autoridades y editoriales con poder. En internet también se ha acabado la desintermediación inicial y se ha vuelto a los intermediarios: las multinacionales.

P. Por no hablar de las fake news, los trolls de ultraderecha…

R. La Red ha sido copada por los poderes anteriores, que tienen dinero para invertir en propaganda. Esto modula la opinión pública. Desde la compra de X por Elon Musk esto ha empeorado. Hay una solución para las fake news: separar libertad de expresión de negocio. Porque esa propaganda que cambia las cosas está siempre relacionada con una inversión.

P. ¿Cómo?

R. Un informe reciente del Center for Countering Digital Hate dice que las 10 cuentas que más desinformación difunden en X han generado 19 millones de euros en publicidad. Hay un negocio en torno a la desin­formación y eso hay que regularlo desde esta óptica: regular esa industria que tiene granjas de trolls con trabajadores precarios llevando 20 cuentas falsas y a la que se acoplan los partidos políticos. No se puede legislar lo que es mentira o no, porque se recorta la libertad de expresión, pero sí que se puede ver cuánto dinero se invierte y se cobra por que un mensaje se difunda. En ese caso hay que demostrar que la información está verificada.

P. Usted propone una digitalización más democrática.

R. Para las instituciones, la digitalización ha sucedido como un fenómeno meteorológico. Cuando abrieron los ojos, los latifundistas digitales ya estaban allí. Y no solo lo han permitido, lo han facilitado. Antes de las multinacionales había mucho software libre, por ejemplo, en el sector de la educación, ahora cautivo de las herramientas de las corporaciones. Tampoco tenemos soberanía, trabajamos en nubes que no son nuestras, porque la nube como tal no existe, es el ordenador de otras personas. Entregamos nuestras cosas al ordenador de Google y no tenemos control sobre ellas. Necesitamos un código abierto para todas las actividades cotidianas, mantenido públicamente, que pueda competir con los privados.

P. ¿Eso significa que sea mantenido por el Estado?

R. No exactamente. Puedo poner el ejemplo del correo electrónico: si el Estado invierte su dinero en un sistema privado, lo está regalando a las empresas. Pero puede invertir en un esfuerzo comunitario en el que participe todo el mundo. Cualquiera podría acceder al código y mejorarlo. Y las comunicaciones podrían ser de un usuario a otro, sin pasar por los servidores de una gran empresa. Que un e-mail tenga que pasar por un servidor central es un anacronismo.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
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