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Cuando Merkel dijo que Ucrania entraría en la OTAN

La excanciller alemana hizo un vaticinio en una cumbre de la Alianza Atlántica en 2008. Así lo refleja el historiador Christopher Clark en ‘Las trampas de la historia’, libro del que ‘Ideas’ ofrece un extracto y en el que también se aborda la emergencia del eje Rusia-China

La canciller alemana Angela Merkel junto el primer ministro rumano, Traian Basescu, en la cumbre de la OTAN de Bucarest en abril de 2008.
La canciller alemana Angela Merkel junto el primer ministro rumano, Traian Basescu, en la cumbre de la OTAN de Bucarest en abril de 2008.Pool Interagences (Gamma-Rapho via Getty Images)

Parece que todo el mundo está de acuerdo en que vivimos unos tiempos inciertos. Pero ¿cómo son de inciertos, y por qué nos sentimos tan alterados? En todas las situaciones históricas ha habido elementos de imprevisibilidad y de riesgo. ¿Nuestra sensación de inquietud se debe al carácter objetivo de los acontecimientos del mundo? ¿O surge de nuestra propia sensibilidad histórica, de nuestra conciencia compartida de que somos sujetos que actúan históricamente en la Europa del siglo XXI? […]

Sin embargo, hay una cosa que no deberíamos olvidar. La era en la que estamos ahora arrancó con un hermoso principio, por lo menos en Europa. En 1989-1990, la disolución del bloque oriental provocó una profunda transformación en la estructura geopolítica de Europa. […]

En Occidente se presuponía que el ascendiente mundial del capitalismo y el triunfo de la democracia liberal iban de la mano, que eran interdependientes. Existía la sensación de que se había llegado a la cúspide de una larga evolución histórica. En los albores del nuevo siglo estadounidense, era fácil pensar que la propia historia había cumplido su misión y había llegado a su fin. En un influyente ensayo de 1992, muy debatido, el científico político Francis Fukuyama hablaba del “final de la historia”. […]

Sin embargo, la realidad era diferente, porque el decidido aplastamiento de un incipiente movimiento a favor de la democracia a manos del Gobierno chino (en Tiananmen) en 1990 fue igual de importante a la hora de condicionar nuestro presente que la caída del Muro de Berlín en 1989. […]

China salió de la Guerra Fría por un camino distinto que Europa. El Partido Comunista Chino se aferró al sistema de partido único, al tiempo que seguía adelante con la integración condicional del país en la economía mundial. A sus polémicas reivindicaciones de algunas islas del mar de China Meridional pronto se sumó un paquete de iniciativas cuyo cometido era consolidar a China como una potencia globalmente dominante.

Las trampas de la historia

En esta situación de cambios constantes, la era de la post-Guerra Fría tocó a su fin. ¿Y qué la sustituyó? George Friedman proponía el epígrafe, un tanto desgarbado, de la “era de la post-post-Guerra Fría”. Serguéi Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores ruso, hablaba de un orden “postoccidental” o “posliberal”. El término oficial del Gobierno chino para designar la era actual es “La Época de las Oportunidades Estratégicas”. Pero los nombres no importan. Lo que caracteriza a la era contemporánea es la reaparición de una verdadera multipolaridad.

Esa multipolaridad tiene muchas dimensiones. El aislacionismo de Estados Unidos es una de ellas. Durante la presidencia de Donald Trump, la Administración de la Casa Blanca consiguió que muchos de los socios tradicionales de Estados Unidos se distanciaran. […] Trump planteó dudas sobre el compromiso de Estados Unidos con la OTAN, y apeló en reiteradas ocasiones a la idea de un orden mundial basado íntegramente en el principio de que cada Estado defendiera sus propios intereses. Mucho antes de que la no linealidad de Trump colisionara con la Casa Blanca, el régimen de Putin había empezado a plantar cara enérgicamente a la OTAN y a la UE, creando así un conflicto enquistado en Europa central y oriental para el que no se vislumbra una solución. […]

Si la cohesión y la credibilidad de la OTAN parecen estar amenazadas, lo mismo puede decirse de la UE. Puede que muchos imaginaran que la UE reaccionaría a las crisis de Yugoslavia, de Georgia, a la crisis financiera de Grecia y a las crisis de Ucrania, de los migrantes y de la covid-19 por el procedimiento de adaptar y fortalecer sus estructuras para la toma de decisiones y desarrollando unas respuestas más coordinadas a las nuevas emergencias. Pero ha ocurrido lo contrario. Cuanto más se agravaban las crisis, menos coordinadas eran las respuestas.

Como nos recuerdan estos ejemplos, no todos los riesgos a los que se enfrenta Europa en esta era son exógenos. Los propios europeos han contribuido a crear algunos de ellos. Recordemos lo que ocurrió en la primavera de 2008: Georgia y Ucrania solicitaron integrarse en el Plan de Acción de Ingreso (MAP) en la OTAN por la vía rápida. Si la iniciativa hubiera seguido adelante, los dos países se habrían convertido en la cuarta y la quinta antiguas repúblicas soviéticas en ingresar en la coalición occidental. Teniendo en cuenta el tamaño de la población y de la economía de Ucrania, sus recursos, su posición estratégica a orillas del mar Negro y su relevancia histórica para el imperio ruso, su ingreso en la OTAN habría sido un golpe demoledor para Rusia. Putin se había limitado a dar una serie de advertencias cada vez más claras de que no estaba dispuesto a tolerarlo. Y sin embargo, el presidente Bush presionó todo lo posible a favor de su ingreso, y anunció que incluir a Ucrania y a Georgia en el MAP le dejaría claro a Rusia que “esas dos naciones son y seguirán siendo Estados soberanos e independientes”. Incluso hizo una visita fugaz a Kiev.

Los Estados miembros de la UE estaban divididos ante esa cuestión. Polonia, los demás Estados miembros de Europa oriental y los países escandinavos estaban entusiasmados con la idea. Alemania y Francia se oponían, igual que más tarde Italia, Hungría y los países del Benelux. El proceso de ingreso no se inició. Pero la señora Merkel admitió que la cumbre de Bucarest en la que se debatió el asunto debía hacer pública una declaración apoyando las aspiraciones de Georgia y de Ucrania, y afirmó: “Estos países llegarán a ser miembros de la OTAN”. Era una tontería, pero desencadenó una nueva fase de escalada. ¿Y qué hizo la UE? En mayo, a instancias de Polonia, la UE adoptó la idea de una asociación oriental para Ucrania como uno de los elementos clave de la nueva política exterior de la UE, que debía desarrollarse bajo los términos del Tratado de Lisboa. Berlín y París se tragaron sus dudas por el momento y accedieron. La UE y la OTAN siguieron estando, al menos provisionalmente, en total sintonía.

Incluso un vistazo muy somero a los principales elementos de aquella situación pone de manifiesto que no todo iba bien. En primer lugar, había una relación muy mal formulada entre la UE y la OTAN, que eran y son, en cualquier caso, dos organizaciones completamente diferentes, con cometidos y capacidades radicalmente distintas, ya que la OTAN es una alianza fuertemente armada y la UE es una estructura civil sin ejército y con un aparato de seguridad extremadamente atrofiado; como siempre, el nivel de consenso interno dentro de la UE sobre las cuestiones más cruciales en materia de política exterior y de defensa era endeble; había un grave desfase entre los compromisos implícitos y la voluntad política o militar de cumplirlos; y hubo un aluvión de señales internacionales mal coordinadas que resultó ser a la vez ambiguo y provocativo. No era un buen cóctel. Huelga decir que nada de todo lo anterior justifica las intervenciones ilegales de Rusia en Georgia o en Ucrania, ni atenúa la amenaza que supone Rusia para las entidades (¡incluida la UE!) que su Gobierno identifica como enemigos. Como tampoco justifica las mentiras, ni las intoxicaciones, ni los soeces insultos que Rusia prodigó a los Estados occidentales tras el derribo del vuelo 17 de Malaysia Airlines por un misil teledirigido ruso, o tras el atentado fallido contra la vida de Serguéi Skripal por parte de dos agentes del GRU. Pero cuando en Occidente nos preguntamos cómo hemos llegado a esta situación, es bueno que seamos conscientes de nuestro propio papel en los acontecimientos que nos han llevado hasta aquí.

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