La OTAN ve a salvo su supervivencia con la salida de Trump de la Casa Blanca
La victoria de Joe Biden, un fiel defensor de la Alianza Atlántica, se interpreta como una oportunidad de reinventar la organización
La OTAN celebra los próximos martes y miércoles una reunión por videoconferencia de los ministros de Exteriores en la que participará por última vez Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos. La despedida de Pompeo y la salida de Donald Trump de la Casa Blanca en enero de 2021 provocan una sensación de alivio generalizado en la Alianza Atlántica, cuya supervivencia ha sido puesta en duda en los últimos cuatro años. La victoria del demócrata Joe Biden se ve como una oportunidad de reinventar la organización.
La reunión con Pompeo se espera en una tensa calma en el cuartel general de la OTAN, en el barrio bruselense de Evere. A Trump solo le quedan 50 días en el poder, pero el presidente saliente ha demostrado que está dispuesto a desconcertar a sus aliados hasta el último día de su mandato.
Nada más confirmarse su derrota electoral, Trump cesó fulminantemente al secretario de Defensa, Mark Esper. Su sucesor en funciones anunció, para sorpresa de los aliados, una reducción de las tropas estadounidenses en Afganistán e Irak. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, alertó del riesgo de “pagar un precio muy alto si la retirada se hace demasiado pronto y de manera descoordinada”. Pero la advertencia cayó en el saco roto de un presidente embarcado en una estrategia de tierra quemada.
Los socios de la OTAN ven ahora el momento de recuperar una relación más estable con la principal potencia militar de la organización. Fuentes oficiales subrayan que la sensación de alivio ante el relevo “es generalizada”. Y trasciende las posibles afinidades de los diferentes Gobiernos con los dos principales partidos políticos de EE UU “porque lo que estaba en juego [en las elecciones de] el 3 de noviembre era en buena parte la propia supervivencia de la OTAN”.
Trump, probablemente, no hubiera logrado en un segundo mandato —por el veto del Congreso— sacar al país de la OTAN, como amagó en 2017. Pero las fuentes consultadas reconocen el temor a que su reelección “hubiera podido condenar a la Alianza a una parálisis que, de facto, podría haber supuesto su fin”. El presidente francés, Emmanuel Macron, llegó a considerar hace 12 meses que la organización estaba en fase de “muerte cerebral”.
La victoria de Biden, un fiel defensor de la Alianza Atlántica durante sus casi 50 años en política, ha devuelto la tranquilidad a la flamante sede de la organización, un edificio inaugurado en 2018 entre las críticas de Trump por su coste millonario. “Biden siempre ha creído en la OTAN para la defensa de los valores democráticos y liberales. Y los nombres que ha escogido para dirigir su política exterior como Antony Blinken [secretario de Estado] y Jake Sullivan [asesor de Seguridad Nacional] son un guiño a Europa”, opina Jamie Shea, analista de Chatham House y exportavoz de la OTAN. El relevo de Pompeo por Blinken es visto en la orilla occidental del Atlántico como el epítome de una pesadilla que termina y el comienzo de una etapa mucho más prometedora.
La vuelta a una diplomacia de horma tradicional permitirá a la OTAN recuperar cierta estabilidad después de un período tan turbulento. El año pasado, la Alianza no celebró en Washington su 70º aniversario ante el riesgo de un posible desplante de Trump. “Los aliados europeos tampoco deben esperar una luna de miel con Washington. Biden va a tender puentes, pero también va a ser exigente con el compromiso de gasto del 2% del PIB [asumido en 2014]”, apunta Bruno Lete, analista de German Marshall Fund. Stoltenberg ya advirtió la semana pasada, en una entrevista con medios alemanes, de que Biden mantendrá “las mismas expectativas respecto a los europeos” que Trump, en alusión a las presiones para redoblar el gasto militar, en particular, cursadas hacia Berlín.
El cambio de guardia en la Casa Blanca tampoco zanja los posibles roces entre la OTAN y la política de defensa en vías de desarrollo de la UE. En la sede de la Comisión Europea, en la glorieta Schuman de Bruselas, se insiste en que los proyectos europeos no solo son compatibles, sino incluso complementarios con los de la Alianza. Pero el impulso de Francia hacia una autonomía estratégica provoca suspicacias entre aliados como Alemania, Polonia o los bálticos. “Los socios de la UE han de definir su modelo de seguridad y defensa; entre uno eurocentrista, uno basado en la relación con Washington, o uno híbrido”, sostiene Lete.
Tanto en la sede de la Alianza como en las instituciones europeas se alienta la posibilidad de que con la Administración de Biden se reconcilien de manera definitiva ambas organizaciones. El europeísmo de Washington en los próximos cuatro años, según esas fuentes, puede generar una sinergia que ayudará a la OTAN para fomentar la cooperación política y resituarse como fuerza global. “Se trataría de mover Evere a través de Schuman”, resume una fuente europea. Y la estrategia se ha puesto en marcha sin esperar siquiera al relevo del 21 de enero. El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, ya está en contacto con Stoltenberg “para ver si se puede preparar una visita conjunta de Biden a la UE y a la OTAN”, según indica una fuente europea.
China y Turquía, dos asuntos candentes
El pasado verano, Stoltenberg se fijó el objetivo de reinventar la OTAN como la mayor alianza política del planeta y la única capaz de hacer frente al imparable ascenso económico, militar y tecnológico de China. Sin embargo, “no está claro hasta qué punto va a querer Biden involucrar a los aliados en las estrategias de disuasión y la diplomacia con Pekín”, señala Shea, de Chatham House. “La competición con China se expande cada vez a más ámbitos como la biotecnología, la inteligencia artificial, las redes 5G, la tecnología espacial… y esos son temas que empiezan a entrar en la agenda de la OTAN”, añade el analista.
La relación con Turquía —el segundo mayor Ejército de la Alianza (335.000 militares)— será otro asunto que exigirá a Biden tomar posición. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha desafiado a sus aliados adquiriendo el sistema de defensa antiaéreo ruso S-400. A pesar de las múltiples críticas de Stoltenberg y de senadores estadounidenses que exigen sanciones de Washington a Ankara, las fuerzas armadas turcas llevaron a cabo los primeros ensayos del S-400 el pasado octubre. La tensión en el Mediterráneo Oriental por las disputas entre Turquía y Grecia por sus hidrocarburos es otro tema de conflicto. Erdogan amenaza a los griegos con “pagar un precio si no se apartan de su camino”, mientras Macron se posiciona con Atenas. “Biden tiene una gran oportunidad de mediar con Ankara”, reflexiona Shea.
A su llegada a la Casa Blanca, el 20 de enero, Biden tendrá sobre la mesa un tema aún más urgente en materia de seguridad y defensa. El New START —un tratado firmado en 2010 que limita el número de cabezas nucleares desplegadas por Rusia y EE UU—, el último reducto de una estructura de control armamentístico fraguada entre Washington y Moscú durante décadas y que se ha desmoronado en los últimos años, expira el 5 de febrero. El demócrata tendrá 16 días para decidir si prorroga o no un pacto despreciado por Trump y que el presidente ruso, Vladímir Putin, se ha mostrado dispuesto a renovar.
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