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La América que vuelve

La configuración del Gabinete de Biden confirma las prioridades de su hoja de ruta: superar la crisis del coronavirus, abrirse al mundo y combatir el cambio climático

El presidente electo, Joe Biden, reflejado en un espejo durante un discurso el miércoles en Wilmington (Delaware).
El presidente electo, Joe Biden, reflejado en un espejo durante un discurso el miércoles en Wilmington (Delaware).JOSHUA ROBERTS (Reuters)
María Antonia Sánchez-Vallejo

A menos de dos meses de su toma de posesión como 46º presidente de Estados Unidos, la hoja de ruta de Joe Biden, basada en tres pilares —control del coronavirus y recuperación económica, reapertura al mundo y lucha contra el cambio climático—, ha quedado confirmada al conocerse la identidad de quienes se encargarán de aplicarla. Los primeros nombramientos de su Administración, pendientes de confirmación por el Senado que resulte de la segunda vuelta en Georgia, en enero —una incógnita que añade suspense al arranque de su mandato—, atesoran experiencia en la Administración y son figuras enraizadas en el establishment demócrata. A ellos corresponderá devolver presencia y prestancia globales a EE UU, mediante la reanudación de alianzas tradicionales y un liderazgo redivivo, además de sanar heridas domésticas: de los estragos de la pandemia a una polarización política inédita en décadas o la suerte de los dreamers, tras un mandato republicano en que los inmigrantes se han visto repetidamente contra las cuerdas.

Se trata, como ha reiterado el propio Biden en campaña, de convertir los inmensos desafíos en oportunidades, en un contexto de honda crisis global, multifacética. Baste un ejemplo: para sacar al país del marasmo económico originado por la pandemia, su Gobierno invertirá específicamente en el sector de las energías limpias, con el objetivo, de más largo alcance, de crear diez millones de nuevos puestos de trabajo verdes en el marco de su ambicioso Green New Deal. La creación de empleo es un puntal, no en balde ha confiado la política económica a una experta en el mercado laboral, la nueva secretaria del Tesoro, Janet Yellen. Esta también deberá afrontar contenciosos heredados de Trump como la envenenada relación comercial con China, que ha colonizado la diplomacia bilateral, o arbitrar el caso pendiente de Tiktok, paradigmático de la ley que prohíbe la inversión de países extranjeros en sectores estratégicos, y que compete a su departamento.

Para navegar en las crisis internacionales y recomponer el statu quo, maltratado por cuatro años de aislacionismo y compromisos rotos -por no citar los coqueteos de Trump con líderes autoritarios-, el presidente demócrata delegará en dos altos funcionarios que dominan las claves de la diplomacia: el nuevo secretario de Estado, Anthony Blinken, un multilateralista confeso, y el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, muñidor bajo los mandatos de Clinton y Obama del pacto nuclear con Irán en 2015, abandonado tres años después. De ambos cabe esperar una mayor dureza hacia China, más cercanía a Europa tras la vía de agua del Brexit y una decidida apuesta por la diplomacia y la desescalada, sin descartar un intervencionismo más decidido y ajeno a las dudas que frenaron a Obama ante la guerra civil siria.

En un momento en que la estabilidad de Oriente Próximo se ve alterada por los movimientos de Israel, Blinken y Sullivan abogan por la política de mano tendida a Irán, con la recuperación del pacto nuclear y la posibilidad incluso de aliviar sanciones si Teherán da marcha atrás en su programa de enriquecimiento de uranio. Todo ello, claro está, si un acontecimiento imprevisto en el tramo final del mandato de Trump no dinamita el precario equilibrio de fuerzas en la región. El probable ánimo conciliador con Irán no tendrá equivalente en las relaciones con Venezuela o Cuba, pues Sullivan defiende forzar diplomáticamente el desalojo de Nicolás Maduro y una renovada presión sobre La Habana para aislar al líder chavista. Para con el resto de aliados de Maduro (China y Rusia), se espera también una vuelta de tuerca para enajenar sus intereses de las necesidades de Caracas.

Algunos de los nombramientos de Biden no han sido bien recibidos por el sector progresista de su partido. Tres de las cuatro representantes del grupo conocido como The Squad, Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar y Rashida Tlaib, le han pedido esta semana que no ponga al frente de la Oficina del Presupuesto a su colaborador Bruce Reed, por considerarlo un “halcón del déficit” y haberse manifestado a favor de recortar Medicare, el plan sanitario público para mayores. De cara al hipotético relevo en la presidencia si no concluyera su mandato, cerrar filas partidistas es otra tarea en la que el demócrata ya está trabajando, según The New York Times. La elección de Reema Dodin, de origen palestino, como directora adjunta de la Oficina de Asuntos Legislativos de la Casa Blanca, es un guiño al ala progresista y refleja la diversidad que Biden prometió plasmar en su equipo; también una mayor presencia de mujeres, empezando por la vicepresidenta, Kamala Harris. Mientras, la designación de varios judíos para puestos preeminentes (Blinken, Yellen; Alejandro Mayorkas, nuevo responsable de inmigración, o Ron Klain, jefe de Gabinete) ha satisfecho al poderoso lobby judío estadounidense, así como a Israel, el aliado estratégico que ahora teme el acercamiento a Irán.

La profesionalidad de los miembros del equipo de Biden es inapelable, a diferencia de una Administración saliente en la que una hija y un yerno, los de Donald Trump, oficiaron de consejeros áulicos sin preparación ni experiencia para ello. Su pericia parece garantizar, al menos, conocimiento de causa en un momento crítico, cuando la pandemia no deja de multiplicarse exponencialmente (176.000 nuevos casos diarios, esta semana; cerca de 270.000 muertos), aunque la inminencia de una vacuna y la confianza que ello ha generado en las bolsas, que han registrado máximos históricos esta semana, permiten albergar cierta esperanza de recuperación a corto plazo. A las señales de optimismo no es en absoluto ajena la presencia de Yellen en el Gabinete: tras conocerse su designación, el Dow Jones superó por primera vez la barrera psicológica de los 30.000 puntos. No obstante, el primer escollo será el nuevo paquete de estímulos para financiar la inversión en infraestructuras y la consiguiente creación de empleo, atascado en el Congreso desde hace meses.

El zar del clima, John Kerry, es la guinda, en términos de veteranía y pedigrí demócrata, del futuro Gabinete de Biden. Exsenador, ex secretario de Estado y excandidato presidencial, Kerry, coetáneo del presidente, “combatirá el cambio climático a tiempo completo como enviado especial para el clima, y se sentará en el Consejo de Seguridad Nacional”, con categoría ministerial, según el equipo de transición. Desde que dejó la secretaría de Estado, Kerry se ha volcado en el medio ambiente a través de World War Zero, una coalición internacional que exige acciones urgentes contra la crisis climática. La defensa ecológica de Biden, tan imbricada en la regeneración de la economía, suscita recelos de importantes sectores, como la industria petrolera y la del fracking, pero sus reticencias parecen, como en el caso de la pandemia -la disyuntiva salud versus economía-, un círculo tan voraz como vicioso: ¿preservar el medio ambiente a cambio de arruinar la economía? ¿O es al revés? La respuesta al enigma será el primer capítulo del libro en blanco que es el nuevo mandato demócrata.

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