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Ensayos de persuasión
Columna
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Las cuestiones materiales

El rojipardismo busca combinar los polos movilizadores del siglo XX: la clase y la nación

Reforma Laboral
Pedro Sánchez, Nadia Calviño y Yolanda Díaz celebran la mayoría de votos a favor en la votación de la reforma laboral, el 3 de febrero de 2022.Alejandro Martínez Vélez (Europa Press)
Joaquín Estefanía

Biden declaró: “Mi padre solía decirme: ‘Joe, un trabajo es mucho más que un cheque. Se trata de tu dignidad, se trata de respeto, se trata de tu lugar en la comunidad, se trata de poder mirar a tu hijo a los ojos y decirle: cariño, todo va a ir bien”. Situar de nuevo la cuestión del trabajo en el foco principal del debate público. La larga negociación sobre la reforma laboral y decisiones como el aumento del salario mínimo, el ingreso mínimo vital, el bono vivienda para los jóvenes o próximamente la reforma fiscal remiten a las dificultades materiales de la vida de todos los ciudadanos, después de un tiempo en que las mayores discusiones parecían tener que ver con los derechos civiles de las distintas minorías.

Desde el año 1980, cuando se aprobó el Estatuto de los Trabajadores, ha habido más de una cincuentena de reformas laborales en España, según un informe publicado por la Fundación Primero de Mayo. Con el marco actual se trata de reequilibrar el poder en el seno de la empresa (escorado del lado de los empresarios), reducir la temporalidad del mercado de trabajo (alrededor del 25% de los asalariados activos no tiene contrato indefinido) y disminuir las posibilidades de una permanente devaluación salarial como la habida en la última década. Quizá la medida más significativa sea la llamada ultraactividad: cuando las partes que negocian en el seno de una empresa no llegan a un acuerdo sobre un nuevo convenio colectivo, sigue vigente el anterior y no como hasta ahora: en el caso de que no hubiera convenio, se aplicaba estrictamente el Estatuto de los Trabajadores, de mínimos, y se podían perder las condiciones de trabajo obtenidas a lo largo del tiempo. Por aspectos como éste fue por los que el entonces ministro de Economía, Luis de Guindos (hoy vicepresidente del Banco Central Europeo), susurraba al oído del comisario europeo de Economía, el halcón finlandés Olli Rehn (al que tanto gustaba la austeridad), que la reforma laboral que iba a aprobar el Gobierno de Mariano Rajoy en febrero de 2012 iba a ser “extremadamente, extremadamente agresiva”.

Cómo extirpar el precariado, esa nueva clase social, y regular las transformaciones del mundo del trabajo causadas por la revolución tecnológica significa buscar los anclajes de la sociedad. Se ha abierto poco a poco una controversia sobre la centralidad de los asuntos materiales dado el sentimiento de muchos ciudadanos de quedarse atrás, ser perdedores de la globalización y haber sido abandonados por las formaciones políticas tradicionales, lo que explicaría el crecimiento del voto de las clases subalternas hacia la extrema derecha en tantas partes del mundo. Ello estaría sucediendo desde los años noventa del siglo pasado, con la hegemonía socialdemócrata de la “tercera vía” que habría dado más significación a las batallas culturales (feminismo, derechos LGTBI, derechos de los animales, ecologismo, nuevos lenguajes inclusivos…) que a los asuntos relacionados con la redistribución de la renta y la riqueza. La consecuencia, una desigualdad extrema.

Así es como se reproduce ahora el peligroso concepto histórico del “rojipardismo”. Los rojipardistas de hoy son quienes abogan por políticas de izquierdas en la esfera de la economía, al tiempo que se alinean con la extrema derecha en las tradiciones, las guerras culturales y en la cuestión nacional. El historiador de la Universidad de Milán David Bernardini ha escrito que el rojipardismo es una corriente de la derecha radical que busca de distintas maneras combinar los dos polos movilizadores del siglo XX, la clase y la nación, para definir un proyecto soberanista, autoritario e identitario: “Valores de derechas, ideas de izquierdas”.

Todo ello requiere numerosos matices. Pero no se puede minusvalorar el hecho de que amplias capas de la sociedad se sienten más desprotegidas que antes y miran hacia el extremo. Comenzamos con Biden y terminamos con otro presidente norteamericano, Franklin Delano Roosevelt: “Trabajo y seguridad son más que palabras, son más que hechos, son valores espirituales, el objetivo genuino hacia el que nuestros esfuerzos de reconstrucción debían encaminarse”.

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