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Ensayos de persuasión
Columna
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Sociedades zombis

La pugna entre democracia y autocracia es hoy más incierta que en el pasado inmediato

HRW
Turistas se fotografían en la plaza de Tiananmen, en Pekín (China), el pasado octubre.Sheldon Cooper (SOPA Images/LightRocket via Gett)
Joaquín Estefanía

La autocracia está en ascenso y la democracia en retroceso. Esta preocupante conclusión es la principal del informe que todos los años hace la organización no gubernamental Human Rights Watch (HRW) sobre la situación de los derechos humanos en el mundo. Lamentablemente, cada vez se discute menos sobre la calidad de la democracia y sus imperfecciones, y más sobre su supervivencia. “El desenlace de la pugna entre la autocracia y la democracia sigue siendo incierto”, sentencia el informe.

La multiplicación de prácticas antiliberales (o aliberales), incluso directamente autoritarias, dentro de regímenes nominalmente democráticos es un recordatorio de lo que sucede ahora en muchas naciones; países que eligen por vías democráticas a sus dirigentes y representantes políticos, quienes con el paso del tiempo olvidan los derechos y libertades que las democracias deben garantizar.

Esta situación de fragilidad se debe a dos tipos de razones: el crecimiento de las prácticas autocráticas en cualquier zona geográfica, y la falta de eficacia de las democracias maduras para resolver los principales problemas de los ciudadanos. Entre las primeras está la creciente represión sobre los disidentes (desde gigantes como China y la India hasta pequeños países como Nicaragua o El Salvador), los golpes militares (Myanmar, Sudán, Malí, Guinea…), los traspasos de poder antidemocráticos (Túnez, Chad…) o los líderes con tendencias autocráticas en democracias que llegaron a estar consolidadas o que aún lo están (el EE UU de Trump, Hungría, Polonia, Brasil…). Autócratas que conservan la apariencia de convocar elecciones, farsas electorales que les garantizan los resultados deseados pero que no les confieren la legitimidad que buscan al celebrar esos comicios (Daniel Ortega es el último ejemplo).

Lo novedoso es que, crecientemente, los autócratas se benefician también de los fallos de los líderes democráticos, que en muchas ocasiones no responden a los desafíos complejos que tienen frente a ellos y que se enredan en batallas partidarias y en preocupaciones cortoplacistas. Esos líderes tendrán que hacer más si no quieren sufrir derivas autoritarias en sus países. Por ejemplo, ante la emergencia climática, en donde se dan pasos muy limitados y siempre priman los intereses nacionales sobre los planetarios; frente a la pandemia de la covid, en la que más allá de los esfuerzos internos de vacunación se deja ejercer el laissez-faire a los ciudadanos (por la ausencia de políticas públicas) y no se garantizan las vacunas en los países de menores recursos, con lo que no se arregla el problema dada la extrema movilidad del virus. En algunos casos se ha utilizado la covid para objetivos que poco tienen que ver con su superación.

Otros territorios de ineficacia democrática son los de la lucha contra la pobreza y la desigualdad, ya estructurales en el sistema, en la que se activan medidas protectoras que no llegan suficientemente a quienes debieran ser sus principales beneficiarios; o en el desarrollo de las tecnologías digitales, en las que no se han conseguido detener las campañas de difusión del odio y de desinformación, o la invasión de la privacidad a través del capitalismo de vigilancia (los datos personales como modelo de negocio). Según Kenneth Roth, director ejecutivo de HRW, el hecho de que la democracia sea el sistema de gobierno menos malo puede no bastar en coyunturas de desánimo generalizado ante la inoperancia para responder a los problemas. Esta ineficacia es la que provoca, en última instancia, la desafección. Se ha reabierto un debate que parecía superado: los autócratas sostienen que obtienen mejores resultados tangibles que las democracias porque actúan con más rapidez y sin los frenos y contrapesos de las últimas. El ejemplo máximo es el sistema de mandarinato chino.

La defensa de los derechos humanos exige no sólo poner freno a la represión autocrática, sino también mejorar el liderazgo democrático. Asegurarse de que las democracias ofrezcan efectivamente los beneficios prometidos. La mayor esperanza es que, a medida que los ciudadanos advierten que los gobernantes que no rinden cuentas y privilegian sus intereses respecto a los generales, se multiplican las manifestaciones que reivindican las libertades y los derechos secuestrados.

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