Eduardo Camavinga: “No me importa que la gente hable de si soy o no soy la solución, lo que importa es que el equipo está ganando”
De un campo de refugiados en Angola a una infancia humilde en Francia, el futbolista ha aprendido a adaptarse por la fuerza. Ahora, lesiones atrás, debe convertirse en el centrocampista que tanta falta le hace al Real Madrid
¿Es posible no parecer altivo cuando se es millonario, famoso y bello con 21 años? Al ver entrar a Eduardo Camavinga acompañado de su troupe se genera esa atmósfera reverente y nerviosa que provoca la presencia del poder. El futbolista (Angola, 2002) parece cordialmente situado por encima de lo que le rodea, sin mucho interés por lo que le toca hacer en este lugar, con estas personas. Pero una vez se van superando los roles estrella/plumilla y uno logra mirarlo bien, prestar atención a su mezcla de adulto precoz y muchacho risueño, y él logra ver al otro, y va bajando, igualándose, parece algo cercano a un chico majo y sencillo: no diremos que Camavinga es súper normal ni súper humilde, como siempre nos vende la mercadotecnia, pero sí una persona con un pie en la tierra, que aunque a veces es taxativa es mayormente simpática. Un chaval que se ha adaptado con sobresaliente cordura a un viaje imposible, de un campo de refugiados a las noches de éxtasis del Santiago Bernabéu, de una cuna de guerra africana y una infancia, ahora sí, de verdad humilde en Francia, a hoy, a aquí mismo, a esto que nos reúne con Eduardo: los focos, la moda, la majestad y el fulgor.
Llega a la sesión en un estudio de un barrio popular de Madrid, después de realizar su primer entrenamiento con el Real Madrid desde que se lesionó en agosto. Una semana después, volverá a jugar contra el Lille en Liga de Campeones, con una aparatosa rodillera. Perderán 1-0, con gol de los franceses tras penalti de Camavinga, y crecerá el runrún de que el Madrid tiene un problema gordo en el centro del campo. Los de Ancelotti han empezado el año horrible en el medio, huérfanos del recién retirado Toni Kroos, y precisamente ahí se espera a Camavinga, que de sobra conjuga poderío físico y calidad técnica, pero todavía tiene que demostrar que puede liderar al Madrid en su puesto preferido: “Pivote”, dice sin dudarlo, y menciona como referentes a dos franceses, Pogba y el exmadridista Makélélé, nacido en Congo como los padres de Eduardo, y al brasileño (también ex del Madrid) Casemiro.
La posición de Camavinga es un debate abierto. Es tan versátil que en su club y en Francia lo han puesto bastante de lateral, y él implora que no lo coloquen en esa posición defensiva. “No más, no más, no más”, repite. Y así como otras veces saca una sonrisa, esta vez no: va en serio. Su objetivo es ser eje, timón, punto de referencia, que es lo que le urge al Madrid. De modo que este año, Año I de Mbappé, puede ser también el Año de Camavinga. Él es consciente de lo que se espera, pero, maduro, contiene las ansias: “Todos los años son igual de importantes y tengo que demostrar más. No me importa que haya gente que hable de si soy o no soy la solución, lo que me importa es que, de momento, el equipo está ganando”, responde en correcto español en su cuarta temporada en el club. Está ganando con problemas, matizamos. “Con problemas pero ganamos, y al final lo que la gente mira es el resultado”, corta.
¿Hay en Camavinga un pivote capaz de orquestar el juego de su equipo? José María Gutiérrez, Guti, actualmente comentarista y hace dos décadas centrocampista del Madrid, cree que sí puede jugar en esa posición, pero lo preferiría en un doble pivote donde pueda liberarse. “Creo que sería mejor opción, porque como pivote fijo no se aprovecharía su potencial de despliegue”, dice. Tiene una opinión similar un compatriota, el periodista Frédéric Hermel: “Lo mejor es que se pueda proyectar en ataque y saque partido a su gran verticalidad”. Santiago Segurola, colaborador del diario As, lo define como “una fuerza de la naturaleza con buenos recursos técnicos, versátil y con un despliegue enorme”, pero se pregunta si esa cualidad, la de desplegarse, comerse el campo, no limitará su capacidad de anclaje como pivote. “Tiende a la dispersión porque el cuerpo le pide guerra, y el Madrid necesita a alguien que esté suficientemente quieto en el centro del campo. Si quiere ser eso, Camavinga tendrá que embridarse”.
El Madrid pagó por él 45 millones de euros al Rennes cuando solo tenía 18 años, ya había debutado con la absoluta francesa y era una de las mayores promesas de la espectacular cantera de su país. En tres temporadas ha nutrido su palmarés —suma ya dos Champions y dos Ligas— y su aportación ha sido significativa. No se ha hecho titular indiscutible, pero está cerca, máxime teniendo en cuenta la crisis del Madrid en el centro del campo y el mal momento de un competidor directo, su amigo y paisano Tchouaméni, cuestionado por prensa y afición, que tiene querencia por el vital y dinámico Eduardo.
En la temporada pasada trabó su progresión su primera lesión larga —rodilla derecha, más de dos meses— y en esta pretemporada tuvo mala suerte de nuevo, esta vez en la rodilla izquierda. Ha aprendido por la fuerza a asimilar los reveses: “Con la lesión del año pasado, que era mi primera lesión larga, estuve más enfadado y triste durante mucho tiempo. Con esta segunda también me enfadé, pero enseguida pensé que tenía que sacar la sonrisa y hacer mi trabajo. Tienes que pensar positivo, ¿sabes?”. Gracias a su esfuerzo y a un físico prodigioso, se ha recuperado antes de lo previsto. El parón lo aprovechó para estar con su familia y descansar de su devoradora profesión: “Antes estaba loco por el fútbol, lo veía todo, pero ahora tenemos muchos partidos: jugamos, dormimos y volvemos a jugar, y es importante desconectar”.
Su mayor afición es dormir. Desde Francia es un amante de la siesta. Reconoce que a veces se olvida de poner alarma y lo paga como todo mortal. “Después de dos horas de siesta me siento un poco enfadado, pero solo cinco minutos, después ya estoy bien”. De noche, no puede dormir más de siete horas porque de niño se acostumbró a madrugar para ir en bus al colegio. Dice que es un tipo tranquilo, de vida casera. Vive a las afueras de Madrid. Aunque casi no va a la ciudad, tampoco se priva: “Me pongo una gorra y busco un sitio y un momento que no haya mucha gente”. Como ocurre en general con las estrellas, la desconexión con su contexto es gruesa. Preguntado por un barrio que quiera conocer, no sabe ninguno: menciona Gran Vía y Serrano y dice que le gusta ir a restaurantes. ¿Sus favoritos? “¿Publicidad gratis? ¡No!”, se monda de risa.
Este muchacho del que tanto se espera, al que mucho se pide, trae esta tarde de otoño un look sencillo: amplia camiseta roja, amplios jeans cortos por debajo de la rodilla y unas Jordan IV negras que esta mañana se encontró en una caja sin estrenar, entre las ciento y pico sneakers que tiene en casa. “Me las mandó Nike hace mucho, como hace más de dos meses...”. Le gusta la moda, pero no es un obseso ni un estudioso del asunto. “Para mí es importante vestir bien. Es algo que permite mostrar tu personalidad. A mí me gusta ponerme cosas cómodas, el estilo viene después. Quiero poder moverme con comodidad y estar tranquilo cuando hablo con la gente”.
Una hora después, posará para este reportaje con la nueva colección de Bottega Veneta, la enseña italiana cuyo diseñador, Matthieu Blazy, está redefiniendo el lujo en la era post streetwear, tendencia que el fútbol abrazó con fervor. Camavinga se mueve con clase, sin afectación, como si estuviera en casa tomando un tazón de leche con cereales, que dice que es muy de su gusto. Está tan relajado vestido casual como vestido para caminar por una pasarela, como hizo en 2022 al convertirse en el primer futbolista en desfilar con Balenciaga. A veces tiene que afrontar algún troleo, como cuando hace poco compartió en Instagram una foto con unos pantalones parcheados con las costuras por fuera y el croata Luka Modric, 18 años mayor y con más estilo con el balón que con la ropa, le comentó: “Se te rompieron los pantalones”.
Posa como un niño despreocupado y al mismo tiempo como un rey. “Parece un faraón”, comenta el fotógrafo en un cambio de ropa, mientras otra profesional en la sesión añade: “Tiene un vibe de inocencia muy bonito”. No es un cuerpo voluminoso el de Camavinga, 1,85 metros, 77 kilos, pero debajo de esas ropas tochas que suele lucir en sus redes sociales hay un físico asombroso, una musculatura fibrosa y definida también luce con frecuencia, por ejemplo, en unas fotos que colgó en julio iniciando la pretemporada bajo el sol de Los Ángeles. Explica que el gusto por la ropa le viene de su madre, Sofía, y de su padre, Celestino. No tiene estilista. “Si me entra alguna duda, le pregunto a mi hermano mayor Sebastiaõ, que viste muy bien. Él es mi guia”.
El día anterior había estado en Rennes, en la Bretaña francesa, donde creció y se formó como deportista, para inaugurar la segunda sede de la peluquería de Sebastiaõ, The Camavinga House. La primera la abrió en Madrid, en Chamberí, y por allí pasan a cortarse el pelo otros fenómenos del Madrid como Vinicius Jr., inseparable colega de bailes y amigo número uno de Eduardo en el vestuario (“siempre quiere bromear; cuando pierde, bromea, y cuando gana, bromea mucho más”), Rodrygo o Rüdiger (“el más loco, y no lo hace por el show, es así, solo lo tienes que ver”) e incluso, viva la rivalidad bien llevada, el barcelonista Alejandro Balde. Sebastiaõ se encarga también de cuidar las rastas de su hermano, pequeñas y teñidas de rubio en la punta, una constante de su estilo. Camavinga aprecia la manera de vestir de otro culer, su paisano Jules Koundé: “Arriesga. Se pone cosas que nadie se pondría”.
Como en su armario tiene demasiada ropa, de vez en cuando envían bolsas a la familia y amigos en Angola. Allí nació el centrocampista, en un campo de refugiados al que llegaron sus padres huyendo de la guerra en República Democrática del Congo, uno de los conflictos más mortíferos desde la Segunda Guerra Mundial, que sigue lejos de finalizar. La familia emigró a Francia cuando Eduardo aún no había cumplido dos años. No ha vuelto a su tierra de origen. “Iré cuando esté listo un proyecto que voy a hacer en Angola, porque no quiero llegar con las manos vacías”, avanza Camavinga, colaborador de Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados.
Sobre el vínculo con sus raíces, dice: “En la educación que me han dado mis padres está la educación que tuvieron en África. Su cultura está en mi sangre”, sintetiza este joven que disfruta escuchando afrobeat con unos grandes auriculares puestos o bailándolo en casa con su hermana pequeña, siempre bailando, describe, “hasta en la ducha”.
Los episodios más difíciles de su historia familiar, sobre los que prefiere no volver en esta entrevista, han marcado su carácter determinado y fuerte. Ya en Francia tuvieron otra desgracia cuando se quemó su casa. Fue la primera vez que vio llorar a su padre, que le dijo: “Tú vas a levantar a esta familia”. Tenía diez años. Hoy Camavinga vive con sus cinco hermanos, sus padres y su abuela materna. “Yo siempre digo que lo más importante es el respeto. Y luego, disfrutar de la vida y liberar tu personalidad, no mentirte y no mentir a la gente. Ser real”.
Ya empieza la sesión de fotos y su agente le informa de algo delicado: quieren afeitarle la perilla, lo poco que el joven barbilampiño ha conseguido reunir en su magnífico mentón. “¿Afeitarme?”, se hace el ofendido. “Never, never, never! Quiero que me crezca”. Él sabe cuánto le ha costado todo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.