Vinicius marcará un antes y un después
Mi generación creció convencida de que los españoles no éramos racistas. Tampoco teníamos motivos para serlo o condiciones para saber si lo éramos, aquí no había más raza que la nuestra, salvo algunos futbolistas que se podían contar con los dedos de una mano
Podremos decir que Vinicius es un exaltado y un provocador, o una víctima de persecución por ser figura del Madrid. O ambas cosas, tanto da. Lo seguro es que su paso por nuestro fútbol, que espero largo, habrá marcado un antes y un después. Aquel día en que señaló con el índice a uno de sus ofensores en la grada de Mestalla, algo cambió. Coincidió con que después le expulsaron con mal uso del VAR, con que Ancelotti acusó erróneamente a todo el estadio, con que Lula estaba en un escenario internacional, con que Tebas se cruzó con uno de sus precipitados tuits… Todo ello junto hizo que en Brasil, pero no sólo allí, España sentara fama de racista.
Mi generación creció convencida de que los españoles no éramos racistas. Tampoco teníamos motivos para serlo o condiciones para saber si lo éramos, aquí no había más raza que la nuestra, salvo algunos futbolistas que se podían contar con los dedos de una mano. En los tebeos menudeaban chistes de misioneros en cazuelas, cocinados por negros, pero no se nos ocurría que eso fuera racismo.
Cuando ascendimos a ricos y empezaron a llegar emigrantes surgieron vocablos como sudacas, panchitos y conguitos, con el mismo deje despectivo con que siempre usamos la palabra moro para nuestros vecinos marroquíes, a los que ya se miraba con desconfianza antes de que vinieran. ¿Éramos racistas? Nos decíamos a nosotros mismos que no porque en nuestra colonización no exterminamos, solo esclavizamos. Incluso cruzamos sangres, algo que no hizo la otra gran nación colonizadora, Inglaterra.
Pero muchos inmigrantes tienen motivos para opinar lo contrario. Uno de ellos es Vinicius, al que para insultar se le llama negro o mono, equiparando ambas condiciones. No ha sido el primero, muchos antes que él lo han soportado. Eto’o incluso se rebeló un día y quiso abandonar La Romareda, pero aquello llegó quizá demasiado pronto. Y además jugaba en el Barça, no en el Madrid. Ahora Vinicius sí nos ha puesto el dedo en la llaga, con su índice señalando al ofensor de Mestalla, uno más entre tantos en tantos campos, y aquello marcó otro #seacabó. Si aún queremos pensar que no somos racistas tendremos que admitir al menos que hemos sido tolerantes con el racismo, y no solo por la pasividad de los vecinos de quienes emiten esos insultos, sino por las reacciones de la Justicia ante las insistentes denuncias de LaLiga. Ni siquiera el Madrid se sumaba a ellas. Podía más su fobia a Tebas.
Así hasta que España se vio de pronto tratada de país racista, y entonces sí, entonces dejó de consentirse lo que se venía consintiendo. Ahora aún le gritan negro o mono a la llegada en el autobús, donde en la aglomeración es más difícil identificar a los energúmenos, pero en el campo ya solo le dicen “¡muérete!”, como se les ha dicho a tantos otros, de tantos equipos, en tantos campos. Algún día habrá que preocuparse también de eso, que hoy por hoy no inquieta ni a Martínez Munuera ni al CTA, pero vamos por partes. Lo primero es el asqueroso insulto racista, tan común hasta hace nada. El martes se juega en el Bernabéu un España-Brasil, Vinicius mediante, con vocación de repudio al racismo. Un pronunciamiento nacional de propósito de enmienda colectivo.
Quizá cueste ver a Vinicius como un Tommie Smith, cuyo gesto de extrema dignidad en México-68 dio la vuelta al mundo. Tiene demasiadas actitudes reprochables que no se pueden enmascarar tras una persecución racista que antes que sufrieron y sufren muchos otros, pero en ese terreno su naturaleza rebelde ha encontrado una causa justa. Cuando se vaya habrá marcado un antes y un después.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.