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Alberto García-Alix: “Siempre tuve la sensación de ser un fracasado. Tenía la inseguridad del nuevo artista, que es como el nuevo rico”

Alberto García-Alix es el retratista español más importante de su generación, pero durante años se sintió más un diletante y un fracasado que un fotógrafo. Lo cuenta ahora, con sorna y sin tapujos, en ‘Moriremos mirando’, libro que recopila su obra escrita

EL fotógrafo Alberto García-Alix posa en exclusiva para ICON en su estudio de Madrid.
EL fotógrafo Alberto García-Alix posa en exclusiva para ICON en su estudio de Madrid.Pablo Zamora

El título del libro de textos de Alberto García-Alix, Moriremos mirando, suena tan suyo que asombra cuando dice que no lo es. “Pues no, el corrector lo sacó de una frase mía. Y me pareció perfecto”, corrige el fotógrafo, que habla con cierta distancia del volumen que reúne toda su obra escrita. Editado originalmente en 2008, y muy difícil de encontrar, La Fábrica lo reedita ahora incluyendo nuevos textos, los que ha publicado desde esa fecha. “Yo escribo por obligación, siempre. Empecé en los ochenta, porque me lo pidieron, para EL PAÍS SEMANAL, para Sur Exprés, El Europeo, catálogos de mis exposiciones y guiones de mis obras audiovisuales. En ocho o diez años había una serie de textos y La Fábrica quiso publicarlos. Me daba mucha vergüenza. Siempre decía que no. Curiosamente, el libro fue un éxito”, cuenta en su estudio de Madrid, una mezcla de casa, garaje y oficina, donde trabaja junto a sus asistentes.

En ese bajo, por el que se mueve un gato negro que parece el auténtico dueño del lugar, se acumulan, en un orden descuidado, tres de sus motos, sus libros, los vinilos que muestran su devoción por el rock de los años cincuenta, y sus recuerdos. Es el mundo diario del fotógrafo, pantalón ancho, camiseta de Popeye, mascarilla negra, 65 años de pura energía. “Aparte de lo terrible del asunto, una de las cosas que a mí me ha quitado la pandemia es un año para salir o viajar en moto”, dice mientras acaricia su enorme Triumph negra. “Y a mi edad el tiempo cuenta. Por lo demás, lo llevo con la naturalidad que da el trabajar constantemente, a todas horas. Me levanto y me pongo a trabajar hasta que me voy a dormir”.

Alberto García-Alix posa para ICON en su estudio de Madrid.
Alberto García-Alix posa para ICON en su estudio de Madrid.Pablo Zamora

Es cierto que no para. Ni siquiera durante la entrevista dejan de reclamar su atención. Suena el teléfono, mira el número, se disculpa y se levanta para hablar con el protagonista de una de sus últimas sesiones, C. Tangana. “El problema de esas sesiones es que tendría que aprender a rechazarlas, pero la curiosidad del trabajo me puede. En estas sesiones todo se desvirtúa con los obligados cambios de ropa: hay un burro con 40 camisas y 40 chaquetas... Todo el tinglado de la moda hace que la ropa pese y termine por perderse la sinceridad del personaje. A mí me distrae. Las fotos son buenas, pero podía haber estado yo más brillante. Lo siento mucho. Es un tío de puta madre, aunque no escucho ni conozco casi su música, la verdad, pero me impresionó su repercusión en las redes. Recibí cantidad de mensajes felicitándome. Y aún así pienso que yo podía haber dado más”.

En el volumen recién reeditado hay poesía, guiones, y textos narrativos tan autobiográficos y sinceros que no encajan del todo en el concepto de relatos. “Lo son”, corrige. “Pero siempre escribo desde lo personal. Siempre han tenido un halo biográfico. Creo que no sé escribir sobre nada que no sea yo mismo”. Lo llamativo es que son textos muy literarios. ¿Tenía como modelo a algún otro fotógrafo que escriba? “Cuando se publicó la primera edición, no conocía ningún otro que escribiese. Ahora, sí. Fontcuberta, por ejemplo. Y no soy escritor. Lo que soy es muy leído”, dice mientras señala la larga estantería que cubre una de las paredes del estudio, en la que hay centenares de libros. “He leído mucho, nunca fijándome en la literatura como tal, pero eso siempre se queda. De hecho, los títulos de mis fotos siempre tienen aliento literario. Desde que empecé fueron para mí como una narración escrita que apoyaba la narración última, que es la visual”.

El viejo chaleco de motero que el fotógrafo usaba en los ochenta cuelga bien visible en el estudio de García-Alix
El viejo chaleco de motero que el fotógrafo usaba en los ochenta cuelga bien visible en el estudio de García-AlixPablo Zamora

García-Alix es el retratista de su generación más famoso y más valorado dentro y fuera de España. Un creador que llegó a la mayoría de edad con la muerte de Franco y formó parte de esa Movida madrileña ahora sometida a revisión. Según las últimas relecturas, fue una farsa potenciada desde los gobiernos socialistas para darse una pátina de modernidad y una forma de desactivar la contracultura que cuestionaba la Transición. “Eso es mentira ¡A mí me lo van a contar! Lo dicen los envidiosos que no la vivieron y los que no la han visto bien”, suelta con vehemencia antes de explicar su versión: “Para nosotros fue la bomba. Nos arrogamos la libertad, no nos la dieron. Eso es un cambio brutal. No es que nos dejaran hacer. No, me lo arrogo yo. La Movida fue en sus inicios una agitación juvenil, punto pelota. No tuvo manifiesto político ni artístico. Fue una eclosión que nos aportó a todos alegría vital y que se extendió por toda España. La Movida agitó los bajos de todos los españoles y los modernizó. Con todos sus defectos, yo no la recuerdo como algo oficial. No se apoyó, se permitió. Hubo permisividad, pero la libertad la ganamos nosotros. No fue muy creativa, pero no importa. Lo bonito fue que dentro de La Movida hubo mil movidas”.

Él, hijo de oftalmólogo y criado en León, había llegado a la ciudad de niño. “Hasta el 75 vivía en casa de mis padres. Había empezado a estudiar derecho, pero me di cuenta de que no me interesaba nada. Era una España que salía del franquismo. En el 75 conocí a mi amigo el pintor Ceesepe. De la noche a la mañana estábamos en El Rastro. Y empezamos a vivir nuestra propia vida”.

En su caso, esa nueva vida llegó de la mano de una cámara de fotos con la que retrataba lo que le rodeaba. Personajes de un Madrid en ebullición. “Llegué a la fotografía por casualidad y hasta después de muchos años no pensé en ser fotógrafo. Siempre tuve la sensación de ser un fracasado. Tenía la inseguridad del que se ha hecho a sí mismo. Del nuevo artista, que es como el nuevo rico. Lo que pasa es que ya en esos principios tenía mirada para la composición. Pero me sentí un fracaso absoluto hasta el año ochenta y muchos. Claro que también tenía muchos problemas, todo hay que decirlo”.

En un rincón de su casa estudio se amontonan viejos vinilos y otros recuerdos.
En un rincón de su casa estudio se amontonan viejos vinilos y otros recuerdos.Pablo Zamora

Esos “problemas”, tienen un nombre: heroína. García-Alix vivió años, muchos, a base de vender cosas en El Rastro, de pedir dinero a sus padres, de pequeños trapicheos, de amigos. De tener pocas necesidades en un Madrid mucho más barato que el actual y en un ambiente en el que todo giraba alrededor de la heroína y su mística. “La mística de la heroína no significa gran cosa. Nos habíamos criado con tendencias que venían de fuera: el rock, la libertad sexual, las drogas... Vivimos aquello como una aventura vital. Y cuando lo intuyes así ya es una mística y una épica. Es la rebeldía. Los opiáceos por sí mismos no son malos. Son narcóticos, anestésicos. Anestesian el sentimiento, lo anestesian todo. El ser humano tiene ese deseo de narcotizarse eternamente. De no hacer nada. Creo que los narcóticos son drogas para ricos, sinceramente”.

Pero esa adicción lo impregnaba todo. “Yo empecé a hacer fotos sin conocimiento ninguno”, recuerda. “En aquella época no había escuelas. Sí, bueno, me apunté a una y fui cuatro veces, hasta que tuve un problema. Un día devolví en clase, me había puesto un opio que me sentó mal y me dio una tiritona. Lo eché todo. Además, cuando sale todo, lo hace a lo bestia. Después de eso, viendo que no respondía a mis intereses, no tenía mucho sentido ir allí. No recuerdo que enseñaran bien y era carísimo. Siempre he pagado cursos a los que por falta de disciplina, luego no voy. Me ha pasado lo mismo con el inglés y con el francés”

“La adicción es soberana”, escribe en uno de sus relatos, No me sigas, estoy perdido. “Manda, manda mucho”, confirma hoy. “Pero a toro pasado no me arrepiento de nada. Tenía que vivirlo. Ese relato lo escribí para una exposición con ese mismo título que mostraba mis primeras fotos desde el año 76 al 86. Y le puse ese título porque ese fue mi primer tatuaje: Don’t follow me, I’m lost [”No me sigas, estoy perdido”]. Esa frase, para mí, tenía que ver con la heroína”. El protagonista del relato, Xila, es un alter ego, (Xila es Alix al revés) que goza de la libertad de hablarle claramente al autor. “Lo de Xila me sirvió para librarme de cosas. A mí escribir me cuesta mucho ¿eh? Porque soy muy disperso. Me cuesta más que hacer fotos, en eso tengo más seguridad. Con la fotografía tengo más armas. Lo sé dentro de mí”. En el relato; Xila cuenta como el día de la muerte de su hermano, Guillermo, por sobredosis de heroína, lo primero que hizo García-Alix, fue meterse un pico. Entonces, Xila escribe. “Aquel terrible día sentí a Alberto y su mística como mi enemigo”. Reflexiona el fotógrafo unos segundos antes de hablar: “Muchas veces me he llegado a sentir a mí mismo como mi enemigo. Yo soy mi peor enemigo. Pero creo que es algo que nos pasa a todos un poco. Cuando tenía 30 años pensaba que cuando tuviera la edad que tengo ahora no tendría ningún miedo ni ninguna inseguridad. Todo mentira. Tengo los mismos miedos y, aún más, hasta las mismas cobardías… todo”.

Cobarde por dentro, porque por fuera era otra cosa. “Una de las primeras veces que fui a vender fotos me dijeron que me dedicara a otra cosa. Pero no fue por las fotos, las vio tan rápido que supe que no las quiso ni ver. No le caí bien. En aquella época iba todo vestido de cuero, con pendientes... Además, con mi sinceridad habitual, que soy muy diarreico, cuando los amigos me preguntaron cómo me había ido, lo conté. Y me pasé un tiempo escuchando de ellos que debía dejarlo”.

Detalle de una de las motos que el fotógrafo guarda en su estudio.
Detalle de una de las motos que el fotógrafo guarda en su estudio.Pablo Zamora

Es el final de los años setenta. El momento en el que los nostálgicos más violentos del franquismo recorren las calles para cazar rojos y maricones. Él tuvo más de un encontronazo. En una ocasión, cuenta en un relato, le pillaron bien, la paliza fue histórica. Hoy, la ultraderecha se presenta de otra manera. Ya no van con pistolas y barras de hierro por las calles ¿Les convierte eso en algo distinto? “Son lo mismo. La agresividad, la falta de inteligencia, las ideas preconcebidas, la falta de empatía con los humildes, los prejuicios... Es todo lo mismo. Pero España no tiene arreglo en ese aspecto. Me gusta mucho la historia. El auge de la ultraderecha no es nuevo para mí. En nuestra historia es recurrente. Son los que le gritaban a Fernando VII: ‘¡Vivan las cadenas!’. Lo gritaba el pueblo al mayor miserable de la historia de España. A veces pienso que la historia contemporánea de nuestro país se encauzó ya mal desde ese momento. Ahora la violencia, en vez de caer en gente como nosotros éramos, imagino que caerá sobre gente como los menas [menores extranjeros no acompañados]. Los españoles nos lo comemos todo. Todas las injusticias. En la prensa vemos todos los días una maledicencia política que espanta y castra nuestro futuro. A mí lo que diga Pablo Hassel me da igual. Lees sus tuits y es un memo. ¡Pero, pero, por favor! A nadie se le mete en la cárcel por ser un memo. Es como si yo digo ‘¡Me cago en la virgen!’. Mire usted, déjeme en paz!”.

El primer tatuaje de Alberto García-Alix decía: "Don't Follow me, I'm lost', que ahora es el título de uno de los relatos incluidos en el libro 'Moriremos mirando'.
El primer tatuaje de Alberto García-Alix decía: "Don't Follow me, I'm lost', que ahora es el título de uno de los relatos incluidos en el libro 'Moriremos mirando'.

Cuando cuenta su historia se empeña en decir que esa carrera que le llevaría a ganar en 1999 el Premio Nacional de Fotografía “por su aportación a la fotografía moderna en su representación del entorno urbano y su plasmación de una época muy singular en la que se refleja su propia biografía”, según se leía en el BOE, se debe a la buena fortuna. “Tuve suerte. La galería Boades hizo mi primera exposición. Las fotos eran las de un primerizo en la materia. Pero fui aprendiendo. Luego llegó la galería Moriarty. Aunque yo era un chico con problemas, mi autoestima iba creciendo. Envié una foto a una amiga a Londres, la llevo a enmarcar a una tienda que era una galería de arte, la Portobello Gallery, le preguntaron quién la había hecho y cuando les dijo que un español, se sorprendieron. Le mandé otra de regalo y la volvió a llevar al mismo sitio. Le dijeron: ‘Nos gustaría ver a tu amigo, dile que si puede venir a Londres’, lo hice y me montaron una expo y hasta hicieron un cartel. Vendí fotos, para mí fue un éxito. Aunque tenía una mirada muy limitada me sentí un fotógrafo de verdad”.

Ni el reconocimiento ni el éxito le ayudaron a dejar la heroína. Hubo que esperar a un ultimátum, ya en 2003. “Tenía una hepatitis desde hacía muchos años y el hígado muy deteriorado. Aparte, salía de una quiebra sentimental muy importante. Sabía que si me quedaba en Madrid, al primer bajón estaba en el poblado. No me lo podía permitir, tenía que salvar el pellejo. Y me fui a París. Aquí no hubiera sido capaz de hacerlo, no era el lugar. En París vi la posibilidad de asentarme. Tenía amigos y tenía mi galería allí, con lo que no me faltaba dinero. Me fui para dejarlo todo. El alcohol había empezado a dejarlo un par de años antes. Pero los médicos en París pensaban que no saldría, me daban un 20% de posibilidades. Tenía varices esofágicas y creían que era cirrosis. Pero debo tener un metabolismo muy bueno, que dice mi madre. Y mucho miedo. El miedo tira más que la fuerza de voluntad”. Debe de asustar mucho que a uno le digan que tiene un 80% de probabilidades de morir. “He vivido eso varias veces. A mi alrededor ha habido siempre mucha muerte. Pero yo en eso soy un poco como los avestruces: mantengo la cabeza en el suelo mientras sigo con mi vida. Y funciona”.

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