Tatxo Benet, el millonario de izquierdas que atesora una colección de arte prohibido
El empresario catalán dedica su fortuna a comprar obras censuradas por “los malos” y “los buenos”
Hay cosas que solo pasan en Formentera. Por ejemplo, que se produzca este diálogo, a gritos, de barco a barco:
—Oye, ¿tú eres Tatxo Benet?
—Sí, ¿por?
—Yo soy el que censuró la obra de los presos catalanes en ARCO.
—Ah, pues yo soy el que la compró.
En 2018, un responsable de Ifema dio la orden de descolgar de las paredes del espacio de la galería Helga de Alvear la obra de Santiago Sierra Presos políticos en la España contemporánea, que representaba los retratos pixelados de los políticos independentistas catalanes, pero también de los condenados por la trifulca de Alsasua y de los titiriteros encarcelados por enaltecimiento del terrorismo.
Cuando se dio esa orden, la obra había sido vendida, apenas dos horas antes, a Tatxo Benet (Lleida, 64 años), el periodista y empresario catalán fundador junto a Jaume Roures del imperio mediático Mediapro. Dos años después, censor y propietario se encontraron en bañador. Y se cayeron bastante bien.
Benet tiene el 12,5% de Mediapro –los diarios económicos cifran su fortuna personal en unos 260 millones de euros–, lleva décadas coleccionando arte contemporáneo (tiene piezas de Banksy, Tàpies, Barceló y Plensa), y suele comprar algo en ARCO todos los años. Pero con la adquisición de esa pieza polémica arrancó otro camino: empezó a buscar piezas que solo tuvieran en común haber recibido la amenaza de censura, en un sentido amplio y muy personal del término.
Solo han pasado tres años de aquella primera adquisición, pero Benet acumula ya varias decenas de obras y en breve esta colección, que él llama Censored (censurado), estará a la vista de todo el mundo. El empresario ha alquilado la histórica casa Garriga-Nogués de Barcelona, un palacio modernista que hasta hace poco albergaba la sala de exposiciones de la Fundación Mapfre, y abrirá allí en primavera el Museo del Arte Prohibido. Antes, lo muestra en exclusiva para ICON Design. El museo será el segundo gran equipamiento cultural que Benet abre en la ciudad. El año pasado financió Ona, una suntuosa librería de mil metros cuadrados que solo vende libros en catalán.
Lo que podrán ver los visitantes es ecléctico, como la propia colección: un ai wei wei, 16 caprichos de Goya de la primera impresión, un Mao de Warhol, la famosa escultura de Inés Doujak en la que una líder indigenista y un oso cabalgan a alguien que se parece mucho a Juan Carlos I y que terminó con dimisiones y tangana política en el MACBA de Barcelona, el Franco en una nevera de Eugenio Merino, el Saddam Hussein suspendido en líquido de David Černý, un Cristo románico a quien alguien partió los brazos durante la Guerra Civil española, un Ronald McDonald crucificado, varias fotografías de contenido sadomasoquista de Robert Mapplethorpe y algún picasso. Todas vivirán en armonía bajo los floridos artesonados que Enric Sagnier proyectó para Josep Garriga-Nogués.
El día que ICON Design visita el lugar junto a Benet, el palacio está vacío, excepto por unos carteles escritos a bolígrafo que apuntan dónde podrían ir algunas de las obras. “Goya”, dice uno. “Piss Christ”, pone en otro. Esa es otra de las piezas clave de la colección, y una de las que más les costó conseguir, la fotografía de 1987 de Andrés Serrano que muestra un crucifijo de plástico sumergido en la orina del propio artista. Varios activistas católicos la agredieron con un martillo cuando se expuso en Aviñón en 2011.
Todas las obras esperan en los almacenes del aparcamiento de Mediapro, en Barcelona, mezcladas con otras piezas de la colección personal de Jaume Roures. “Jaume y yo lo tenemos todo a medias”, dice Benet. Ambos se conocieron trabajando en TV3 en los ochenta y en 1991 fundaron Mediapro, adivinando el mercado que se abría con la gestión de derechos de fútbol. Sus nombres aparecen siempre que se cuentan intrigas políticoeconómicas en Catalunya, ya sea en libros como El hijo del chófer (Tusquets, 2020), de Jordi Amat, o en la instrucción del juicio del procés, donde un informe de la Guardia Civil concedía a la empresa un papel instrumental en la “conspiración” catalana.
Pero esta no es, avisa, “la colección de arte para joder a España”, como tituló una vez El Mundo. “Yo no hago esto para probar que España es un Estado intolerante, que lo es”. Y tampoco le gustaría que pareciese “una colección de trofeos”. “Solo soy una persona a la que le gusta el arte, como a tantas. He tenido la suerte de poder hacerme una colección, pero no vengo aquí a demostrar nada. No tengo ni la dialéctica ni la filosofía”, avisa. Benet, que llegó a estar ingresado en la UCI del Clínic por covid al principio del estado de alarma y escribió un libro sobre su experiencia, luce esbelto y bronceado porque a diario nada kilometros en el mar. Casi hace pensar en eso que dice Jack Donaghy, el personaje de Alec Baldwin en Rockefeller Plaza: “Los 50 de los ricos son los 38 de la clase media”. Él tiene 64, unos 56 años de rico según el teorema Donaghy.
Es imposible no ver en la colección de arte censurado la culminación de una trayectoria ideológica. “Yo me considero a mi mismo un liberal, pero cada vez que lo digo mi hijo me llama y me riñe” –tiene cuatro, dos chicos y dos chicas–. “Yo tengo una visión de la vida según la cual todo el mundo tiene que hacer lo que quiera y las leyes deben estar para proteger la libertad de la gente”. Es por eso que no cree que debería existir el delito de odio y le parece mal el lenguaje de género y que se acallen los chistes sobre homosexuales. Todo eso, dice, “sobreprotege” a los colectivos vulnerables.
Quizá porque le confunden con su socio, Roures, que de joven sí militó en una organización trotskista, de Benet también se ha dicho alguna vez que es “el millonario comunista”. Siendo todavía estudiante en un colegio del Opus Dei de Lleida, se dejó seducir por la “izquierda marcusiana”. “Yo no pasé por el PSUC, como todos, me dejé llevar por una nueva izquierda mucho más liberal y por las ideas del Mayo del 68. Leí a Bernard Henri-Levy, que escribió unos libros magníficos sobre la boat people que huía de las dictaduras comunistas de Vietnam y Camboya. Aprendí muy joven que dictadores los hay de los dos lados”.
Se le llama mucho “el empresario independentista”, lo que le hace bastante gracia: “Podría ser taxista y me llamarían el taxista independentista, podría ganar el Nobel de Literatura y dirían: ‘El escritor independentista gana el Nobel’. Parece que a los independentistas nos pongan un chip en la cabeza”.
Ahora distingue entre la censura “de los buenos” y la de “los malos”, aunque en su colección caben las dos. Nada más comprar la obra de los políticos presos, se hizo también con una fotografía de toreros que el ayuntamiento de Ada Colau no quiso en las calles de Barcelona. “Es mucho más grave la censura de la parte conservadora, lo otro es una gota en el océano, pero a los de nuestra generación nos sorprenden mucho estas cosas”, dice, refiriéndose, por ejemplo a una obra que se quedó con las ganas de incorporar a la colección, el cuadro Open Casket de Dana Schutz. El cuadro representa el cadaver de Emmett Till, el chico negro de 14 años que fue linchado por dos blancos en Mississipi en 1955, y varios activistas acusaron a la artista, que es blanca, de beneficiarse del dolor de los negros y durante unos días se colocaron frente a él para impedir que se viera. El museo Whitney mantuvo el cuadro donde estaba y las protestas se diluyeron. Benet, que considera el suceso una muestra paradigmática de la sed de censura de la nueva izquierda, llegó a volar a Nueva York para convencer a la artista de que le dejase mostrar la pieza, aunque sea sin pagarle, puesto que se ha comprometido a no lucrarse con él. Pero Schutz se negó. No se le ha pasado el trauma.
En el futuro museo sí estará, sin embargo, un cuadro de Chuck Close comprado después de que la National Gallery de Washington cancelase una exposición del artista, fallecido este año, cuando varias modelos le acusaron de acoso sexual y de dedicarles comentarios del tipo “tu coño parece delicioso”. Ahora anda a la caza de obra de Saul Fletcher, el pintor británico que asesinó a su pareja el año pasado antes de suicidarse y cuyo trabajo se ha convertido en intocable.
Benet está convencido de que ver todas las obras juntas hace que se neutralicen las unas a las otras. “Eleva el nivel de tolerancia”, dice. “Hace unos meses expusimos algunas obras en Lleida y nadie se escandalizó. Solo vino un día un tío de Abogados Cristianos a decir que nos iba a denunciar”. No le había gustado Amén, la obra de Abel Azcona, que dibuja en el suelo la palabra “PEDERASTIA” con hostias consagradas. Para conseguirlas, Azcona pasó meses yendo a comulgar a misa y guardándose las hostias en el bolsillo, y la obra ha protagonizado varias persecuciones judiciales instigadas por asociaciones católicas.
“Al final, todo el que tiene poder tiende a la censura”, teoriza Benet, quizá olvidando momentáneamente que él también lo ha tenido siempre. ¿Ha censurado él alguna vez a un periodista? Mediapro estuvo, al fin y al cabo, detrás del nacimiento de Público y de La Sexta, y Benet se sentó en el Consejo de Administración de Atresmedia. “Que yo recuerde, no. Puedo haber hablado con un periodista y haberle dicho: ‘Oye, esto enfoquémoslo por aquí o por allá’, pero censurar, nunca”.
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