La azarosa historia de la casa mediterránea
Una muestra recuerda la proyección de la arquitectura española e italiana en los años cincuenta
“La arquitectura vernácula no se mueve a través de los ciclos de la moda. Es inmutable, en última instancia, inmejorable, hasta conseguir su propósito de perfección”. Con esta afirmación comienza un clásico desmitificador de la historia de la arquitectura, Arquitectura sin arquitectos, escrito en 1964 por el ensayista, arquitecto y fotógrafo moravo nacionalizado estadounidense, Bernard Rudofsky (1905-1988).
La figura de Rudofsky —que fue profesor en Yale, MIT o Cooper-Hewitt y se formó sobre todo viajando por el mundo— fue clave para que Gio Ponti, y luego José Antonio Coderch, fueran capaces de ver modernidad en la arquitectura tradicional mediterránea. Es cierto que Josep Lluís Sert ya la había localizado en Ibiza dos décadas antes. También que Miguel Fisac escribió en La arquitectura popular española y su valor ante la del futuro (1951) que “copiar el arte popular o clásico español conduce al folclore o a la españolada. Extraer su esencia, saber sacar de esos ingredientes de verdad, de modestia, de alegría, la belleza que tienen, sería encontrar el camino de una nueva arquitectura”. Pero fueron Ponti, Alberto Sartoris y Coderch quienes se esforzaron no solo por actualizar esa idea que domesticaba el funcionalismo estricto de la Bauhaus prestando atención al paisaje y la tradición, sino también por difundirla.
Para difundirla, precisamente, utilizaron la revista Domus —que Ponti dirigió durante medio siglo— y que sustenta buena parte de la documentación de la muestra Imaginando la casa mediterránea. Italia y España en los años 50 que el catedrático de Historia del Arte y la Arquitectura Antonio Pizza ha comisariado para el ICO de Madrid y que podrá visitarse hasta enero de 2020.
Como recuerda la exposición, Ponti y Sartoris habían conocido a Coderch cuando ambos viajaron a Barcelona, Palma y Valencia para la V Asamblea Nacional de Arquitectos. Fue entonces cuando se inició una amistad que llevaría al autor de la Casa Ugalde y a su socio, Manuel Valls, a publicar todos sus proyectos exclusivamente en la revista que Ponti dirigía desde 1927. A partir de entonces, Coderch se convierte en “corresponsal oficial” de la publicación. Esta situación, ser juez y parte, era una práctica habitual entre los arquitectos que, naturalmente, condicionaba la información sobre la arquitectura que se difundía. Es significativo que hoy no se cuestione.
Juez y parte
La gran baza de Rudofsky fue el conocimiento que había obtenido viajando. En Santorini (Grecia) se dio cuenta de que la propia topografía y el clima de la isla obligaban a construir de una determinada manera: simple, lógica y escueta. Esa manera de trabajar con la escasez, el lugar y la lógica era funcional y moderna. Lo mismo averiguó viajando por Turquía, Italia y, finalmente, Japón. Por eso llevó esa idea a la Casa Oro que ideó con Luigi Cosenza en Nápoles. Para 1937 —más de una década antes de que Coderch iniciara su corresponsalía— le ofrecieron trabajar en Domus de editor. Se quedó poco tiempo. Huyendo del nazismo, recaló en Sudamérica para terminar su vida en España, donde se construyó en Málaga la Casa Frigiliana, que cierra esta exposición. Es significativo que los planos de esa vivienda, a la vez moderna y tradicional, los ideara Rudofsky y los firmara Coderch.
Así, ¿debemos entender que la casa mediterránea se imaginó desde Italia? No, más bien que desde allí se alentó a actualizar la tradición que el propio Coderch, y otros arquitectos como Fisac o Sostres, ya habían comenzado a actualizar. Por eso la figura de Rudofsky —ignorada durante décadas en favor de arquitecturas más rompedoras— resulta clave para arrancar esta exposición que, en realidad, analiza la relación entre uno de los arquitectos españoles más sobresalientes de todos los tiempos, José Antonio Coderch, y un grupo de proyectistas italianos capitaneados por el director de la revista Domus.
Cuando Coderch se convierte en corresponsal de la revista comienza a publicar la arquitectura que le parece relevante. Y, además de la suya, elige publicar la que Federico Correa y Alfonso Milá están levantando en Cadaqués o la que Peter Harnden y Lanfranco Bombelli construyen también en esa localidad. La exposición detalla esta relación. Pero también perpetúa la selección incompleta que hacía Coderch.
Reivindicar la inteligencia y la modernidad de la arquitectura tradicional así como el ingenio necesario para trabajar con escasez de medios es el mayor logro de esta muestra que, sin embargo, resulta confusa al hacer pasar la parte por el todo. Si bien es cierto que su comisario matiza la escorada selección que Coderch realizó para Domus —añadiendo una pequeña sala dedicada a las sobresalientes viviendas de autores como Antonio Bonet Castellana, Josep Pratmarsó, Josep María Sostres, Bassó y Gili, Bohigas y Martorell o Corsini— también lo es que el grueso de la muestra se ciñe a aquella histórica selección. Así, estas otras viviendas se leen como un añadido a lo que Coderch consideró interesante. Y lejos de modificar su fallida —por incompleta— selección, la perpetúa. Esa decisión resulta chocante cuando el propio Pizza, preguntado por EL PAÍS, calificó de “censor” a Coderch. No se entiende que una muestra exponga esa “censura” o que la trate de corregir con timidez. La exposición es una advertencia y un rescate oportuno, pero el título engaña. Tal vez La casa mediterránea según Coderch hubiera reflejado mejor lo que en realidad muestra.
Babelia
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