La siniestra historia de los pueblos ovni de Taiwán
En 1978 empezaron a construirse en Sanzhi 126 viviendas ovnis pero las obras se paralizaron cuando los obreros entraron en pánico a causa de una leyenda local. El lugar quedó abandonado y las imágenes que regala un paseo entre naves extraterrestres sucias parecen extraídas del futuro
A finales de los años cincuenta, empujado por el optimismo tecnológico que surgió tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo de la arquitectura comenzó a explorar sistemas industrializados de construcción que pudiesen aplicarse en todo tipo de edificios, pero específicamente en viviendas. La idea no era construir sino fabricar en serie modelos repetibles que se ensamblarían de manera rápida y sencilla, lo cual supondría un avance sensible sobre las viejas técnicas de ladrillo y madera tradicionales, más lentas y más costosas. Arquitectos punteros como Eero Saarinen, Mies van der Rohe o Charles y Ray Eames trabajaron en estas investigaciones, ofreciendo resultados formidables y verdaderas obras maestras de la arquitectura moderna, como las Case Study Houses californianas. Prodigios de elegancia industrial que inaugurarían una tradición arquitectónica americana.
Una década después, y por razones más dispares (tal vez la incipiente filosofía new age, el hippismo o la influencia de la nueva ciencia ficción televisiva, desde Star Trek hasta Perdidos en el Espacio), unos cuantos de estos experimentos tenían forma de ovni: módulos cilíndricos conformados por chapas curvas de aluminio o poliéster que se diseñaban y construían en instalaciones aeronáuticas porque sus métodos eran mucho más parecidos a los de un avión o un bote que a los de una casita en el campo. La prefabricación no se limitaba a las partes ensamblables sino a toda la vivienda. El cacharro salía totalmente terminado de la fábrica, se montaba en un camión y se depositaba allí donde sus dueños quisieran.
Sin embargo, la inmensa mayoría de estas viviendas cilíndricas prefabricadas se quedaron en pabellones temporales y arquitectura efímera. Al menos en Occidente, porque en Taiwán dijeron que de eso nada, que ellos se iban a montar un resort costero construido a base de ese tipo de viviendas: el pueblo ovni de Sanzhi.
Planteado a finales de los años setenta, el pueblo estaba pensado como una instalación de lujo para los oficiales del ejército estadounidense destinados en las bases del Pacífico. Las obras comenzaron en 1978 y se llegaron a instalar veintiún módulos, cada uno compuesto por 16 ovnis de poliéster reforzado con fibra de vidrio pintados en diferentes colores. En total, 126 ovnis rosas, azules, verdes y amarillos. Eso sí, la previsión era instalar 500 ovnis que servirían de vivienda a unas 2.000 personas.
Pero nunca se terminaron. Las obras se paralizaron en 1980 después de que en las carreteras adyacentes se produjesen unos cuantos accidentes inexplicables que causaron bastante pánico entre los supersticiosos obreros del complejo. La leyenda local dice que todo fue culpa de una maldición desatada cuando ensancharon las carreteras de llegada al nuevo pueblo. Que para llevar a cabo el asunto tuvieron que cortar la cabeza de la escultura de un dragón que servía de puerta de acceso. El dragón se cabreó mucho por lo de haber perdido la cabeza y maldijo las obras, provocando los accidentes mortales y condenando al pueblo a un futuro de mala suerte.
Otras habladurías afirman que, además de lo del dragón decapitado, el solar donde se estaba construyendo el resort estaba encima de un cementerio militar holandés de la Segunda Guerra Mundial, lo cual le daba a la historia un plus de siniestrismo cinematográfico, porque se parecía mucho a la peli Poltergeist pero sustituyendo la idílica casa suburbial estadounidense encantada por ovnis de plástico multicolor. También encantados, eso sí.
Sería épico que hordas de soldados-fantasma flamencos hubiesen deambulado por allí bajo la sombra ominosa de un gigantesco dragón sin cabeza pero, desgraciadamente, la explicación es bastante más mundana. Sencillamente, los inversores se quedaron sin dinero.
El resort de Sanzhi no funcionó porque ensamblar, trasladar y montar las casas-ovni era mucho más caro de lo que parecía en un principio y los costes se dispararon. Al final las obras se pararon y la cosa se quedó en un estado de decrepitud creciente y progresiva. Los lagos artificiales que animaban el conjunto nunca se llenaron y las piscinas y los toboganes jamás llegaron a usarse porque los ovnis nunca tuvieron ni un solo habitante dentro. Ni americano ni terrestre ni de otra galaxia.
Durante casi treinta años, el resort permaneció abandonado y en estado de ruina, hasta que, en 2008, y en vista de sus condiciones de insalubridad, las autoridades decidieron derribarlo. Algunos habitantes de la zona pidieron que se conservase al menos uno de los módulos, como símbolo de un futuro que nunca llegó, pero no les hicieron ni caso. A día de hoy, en el solar de la ciudad ovni de Sanzhi solo hay hierba. Ni casas cilíndricas prefabricadas ni piscinas ni fantasmas holandeses ni dragones acéfalos. Por suerte para aquellos a quienes interesan las excentricidades urbanas, los promotores inmobiliarios de Taiwán no parecían estar completamente en sus cabales, porque cuando lo de Sanzhi fracasó, no abandonaron el empeño en hacer un pueblo ovni y decidieron construir algo parecido a solo 30 kilómetros, en la prefectura de Wanli.
A diferencia de Sanzhi, en Wanli emplearon dos modelos de vivienda prefabricada muy conocidos: la casa Futuro y la casa Venturo, diseños ambos del arquitecto finés Matti Suuronen, de principios de los setenta. La Venturo es un elegante paralelepípedo de aristas redondeadas que fue un éxito en todo el mundo. Se fabricaron —y se fabrican— muchísimas, si bien la mayoría se destinaron a stands, cafeterías pop-up y arquitecturas efímeras de ese tipo. La Futuro imita de forma prácticamente literal el canon colectivo de lo que es un platillo volante, solo le falta volar dando vueltas sobre su eje mientras ulula como en una película de ciencia ficción de serie B de los años cincuenta.
Durante la década de los ochenta y noventa, modelos de la Venturo y la Futuro se fueron colocando por Wanli conformando una especie de urbanización de chalets freaks. Lo malo es que, si bien la fabricación y el montaje de la casa era más barato que una construcción tradicional, el mantenimiento era mucho más caro, así que la mayoría se han ido abandonando a lo largo de los años.
Las imágenes que regala un paseo por el pueblo ovni parecen extraídas del futuro. Naves extraterrestres sucias y precarias, algunas ocupadas, otras destruidas por el tiempo y la vandalización. Visillos retrofuturistas tras planchas ovaladas de plástico transparente junto a muebles de formas ondulantes sobre los que descansan gruesos televisores rotos y olvidados. Fotografías que se antojan imposibles de datar, como si todo formase parte de un mismo yacimiento semifosilizado hace mil años y que llegó desde otra galaxia.
Pedro Torrijos es arquitecto y acaba de publicar su primer libro, ‘Territorios Improbables’, donde habla de esta y otras historias curiosas relacionadas con el mundo de la arquitectura y el urbanismo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.