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Un campeón sin límites
el exterior, que está por encima de su prestigio político. España es una potencia mundial aunque los españoles no nos sintamos parte del ombligo del mundo. Diríase que Miguel Induráin es el colofón a tan extraordinario progreso. Diríase pero no lo es. Induráin no es el líder de esa generación porque no, forma parte de ella. Induráin es dueño de su pasado y de su presente. Detrás de la puerta, no hay más secretos que el trabajo de un reducido grupo de personas . Un trabajo, por cierto, muy a la española: sorteando obstáculos, entre la incomprensión general y con demasiada gente esperando el fallo con la escopeta cargada. Induráin es el único propietario de sus cinco victorias. Es un hombre tan peculiar que escapa a toda comparación. Es algo más que un físico, superlativo adaptado al ciclismo. Su éxito, sin embargo, nos permite disfrutar de un verdadero número uno en una especialidad que apasiona a millones de aficionados es pañoles. Frente a la dialéctica miserable que alimenta grosera mente nuestro fútbol, que hace de cualquier tipo de rivalidad, sea, regional, técnica o personal, objeto de perpetuo conflicto, Induráin propone un nuevo estilo: la buena administración de los recursos, el trabajo bien hecho, el método y, además de todo ello, el espíritu necesario para perseguir los grandes objetivos. Induráin no se ha dejado impresionar por una sucesión de triunfos que le colocaban de antemano en lo más alto del podio nacional. Induráin ha seguido su curso. Vestido de amarillo en el podio de París. Como cada final de julio de los últimos cinco anos. Con el mismo gesto frío, entre correcto y serio. En el camino de superar a Anquetil, Merckx e Hinault. Dispuesto a quedarse solo para los libros de historia. Nos gustaría verle un detalle, algo más que una educada sonrisa. Nos pertenece, pero no nos pertenece. Es Induráin. Y es único.