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Vías para que el bosque se regenere por sí mismo

Los proyectos de restauración ecológica, basados en procesos naturales, ofrecen oportunidades de negocio y beneficios sociales para entornos locales

Trabajos de desbroce en la zona de Cortes de Pallás (Valencia).
Jordi Pastor

Cuando aparece la Sociedad de Restauración Ecológica a finales del siglo XX, aparece porque nos convencemos de que la protección y la conservación ya no son suficientes”, asevera Jordi Cortina, catedrático de Ecología en la Universidad de Alicante y miembro de la junta internacional de este organismo de referencia en la recuperación de hábitats dañados. Algo que tiene que ver, directamente, con la calidad de vida del ser humano. Urge recuperar terreno (natural) perdido —la reciente Ley de Restauración de la Naturaleza europea establece ya objetivos vinculantes— y la restauración ecológica emerge como una metodología que evoluciona las técnicas ambientales. Frente a la tradicional reforestación de bosques, este modelo integral de actuación, articulado en varias fases, ayuda a la naturaleza a regenerarse por sí misma, retornando a ecosistemas sanos y mantenidos en el tiempo, incluso adaptados a los retos climáticos del planeta.

Diversos indicadores justifican la actual década para la restauración de los ecosistemas, promulgada por la ONU hasta 2030. El 20 % de la superficie terrestre se ha visto degradada entre 2000 y 2015, y la deforestación ha arrasado en 13 años más de 43 millones de hectáreas de bosque. No sale gratis: el impacto económico de esta degradación se estima entre 125.000 y 140.000 millones de euros cada año. En España, cuya superficie de bosque abarca unos 18 millones de hectáreas —el 37% del territorio—, y de la que menos de un 15% está gestionada, la pérdida de servicios ecosistémicos (terrestres y acuáticos) afecta al 45% de los espacios evaluados.

Cuestión de salud

La restauración ecológica persigue “recuperar la biodiversidad y la provisión de servicios de los ecosistemas que han sido degradados”, sintetiza Cortina, quien considera “importante que [los ciudadanos] no vean esto como una parte más de la cultura woke, sino que estamos hablando del vivir diario de la población”. Estos servicios ecosistémicos, traduce el experto, son “los beneficios que los humanos obtenemos de la naturaleza”, en un sentido muy amplio, no solo monetario (recursos como madera, fibras, alimento). “Tienen impacto directo sobre nuestra salud”, sentencia.

En el caso de los bosques, en términos de calidad del aire: un estudio del Instituto de Política Medioambiental Europea asegura que restaurar hábitats degradados terrestres podría absorber 300 millones de toneladas de CO2 al año, el equivalente a las emisiones anuales de España. También en cuanto a degradación del suelo —”un valor que no se puede perder”, reclama Cortina—, prevención de inundaciones o en cuanto a retención y calidad del agua, cuyo deterioro favorece la aparición de enfermedades: “La mayoría de las epidemias son zoonóticas, y están influenciadas por cómo hemos gestionado la biodiversidad”, advierte. Hacerlo bien tiene, además, retorno económico: un informe de la Comisión Europea cuantifica que cada euro invertido en restauración genera un rendimiento de entre 8 y 38 euros.

La clave principal de la restauración ecológica es que “intenta ser multicriterio”, explica el catedrático. “En el pasado se priorizaron servicios de provisión, es decir, alimento, madera, etcétera, aunque se perdieran otros [criterios] como la capacidad de mantener la fertilidad del suelo, de fijar carbono, de tener polinizadores…”. Este modelo plantea recuperar hábitats sin anteponer uno en concreto, como ocurre ahora con el carbono. “No se trata de secuestrar carbono a toda costa, utilizando cualquier ecosistema, porque va a tener un impacto sobre el balance hidrológico, el control de las especies que introducimos, en toda la red trófica”, avisa. Esta perspectiva requiere “un conocimiento multidisciplinar, que los equipos que desarrollen los proyectos de restauración sean especializados, con técnicos e investigadores que planifiquen bien la ejecución, el seguimiento y la evaluación de los trabajos”, especifica Diana Colomina, responsable del programa de bosques de WWF España. En 2024, la organización SEO/BirdLife actualizó un informe con 120 áreas españolas degradadas con potencial para ser rehabilitadas de forma asequible, especialmente en ecosistemas costeros, de humedal y forestales.

Todo proyecto de restauración ecológica debe partir de un diagnóstico preciso que identifique las causas de su degradación, así como los objetivos que se pretenden alcanzar. “De repente puede no interesarnos establecer un bosque porque consume mucha agua, o que haya una continuidad forestal que pueda favorecer un incendio de grandes dimensiones”, discurre Jordi Cortina. Después del incendio de 2012 en Cortes de Pallás (Valencia), que afectó a 13 municipios —”50.000 hectáreas de terreno achicharrado”, recuerda Colomina—, el proyecto de regeneración coordinado por WWF planteó un paisaje resiliente a incendios mediante la diversificación de ecosistemas: en vez de repoblar solo cubierta de bosque, se optó por un mosaico agroforestal que mitigase, en el futuro, la propagación del fuego. Limpiar el terreno de masa vegetal en algunos puntos, reduciendo combustible de quema y rompiendo su continuidad.

Para concretar estos objetivos es preciso contar con un ecosistema de referencia, “algo en lo que ha habido carencias”, lamenta Colomina, y además cuantificarlo. “Si conseguimos esto, va a haber este control hidrológico, y esta capacidad de fijar carbono, etcétera”, añade Jordi Cortina. No se trata de recuperar un “ecosistema prístino que ya solo existe en la cabeza de los ecologistas más perturbados”, aclara el experto, sino de “que tenga la máxima potencialidad de diversidad y de servicios ecosistémicos, y que esté adaptado a las condiciones actuales y futuras”, incluyendo factores económicos y sociales en la ecuación.

“El primer principio de los estándares de buenas prácticas de restauración ecológica es que exista participación social, y que sea significativa”, incide Cortina; que junto al conocimiento científico se involucre al tradicional. Es “importantísimo potenciar oportunidades de negocio en la restauración”, añade, y que la inversión aporte beneficios culturales e identitarios a la comunidad local, como ejercen el Carrascal de la Font Roja en el entorno de Alcoi (Alicante), o las marismas rehabilitadas en Astillero (Cantabria), ecosistema de humedal en un entorno periurbano que ha permitido “juntar a la gente con la naturaleza”, celebra Felipe González, delegado de SEO/BirdLife en esta región.

Este proyecto, impulsado por el Ayuntamiento local desde finales de los años noventa, y que ha contado desde entonces con el asesoramiento, desarrollo y seguimiento de SEO/BirdLife, ha convertido lugares “con cero naturaleza”, recuerda González, en un espacio de valor ambiental que incluye una laguna de agua dulce en un entorno marino que ha atraído, de forma espontánea, a “la única colonia de charrán común que hay en todo el Cantábrico”, asegura. Incluso corzos y nutrias divisables desde el circuito de caminos y sendas ciclistas que conecta el ecosistema con el municipio. Tras siete planes de restauración consecutivos y 16 millones de euros invertidos, además de la recuperación de biodiversidad, el beneficio principal es “la calidad de vida de los vecinos de Astillero”, reconoce González, incluso “repercute en un orgullo local”.

Especies autóctonas

Sobre el terreno, “la intervención debe apoyarse en los procesos naturales de recuperación de los propios ecosistemas”, recomienda Diana Colomina, anteponiendo siempre la resiliencia del territorio, añade Jordi Cortina. “Si la zona tiene capacidad de recuperación espontánea, no hagamos nada”, establece, aludiendo a otro principio básico de la restauración ecológica: “Trabajamos con los procesos naturales, no los suplantamos”. A partir de ahí, el objetivo es promover la regeneración natural introduciendo, por ejemplo, especies autóctonas, como hizo WWF en el espacio natural de Doñana tras el incendio de Las Peñuelas (10.300 hectáreas quemadas en 2017). Se protegieron masas de flora silvestre existentes y se crearon otras nuevas para favorecer a los polinizadores, y se plantaron especies (sabina, enebro marítimo) cuya regeneración natural se perdió tras el desastre. “Se debe tener en cuenta la distribución de especies para años siguientes; estamos restaurando, con suerte, de aquí a 30 o 50 años”, apuntilla el catedrático.

Repoblación de bosque de ribera en el parque regional del Sureste (Madrid).

Esta mirada larga requiere seguimiento y evaluación continua, otro pilar de esta metodología. Gestión adaptativa para reconducir los trabajos de restauración basándose en los resultados de las medidas implantadas. “Lamentablemente, a veces se cae alguna de estas fases”, dice Colomina, y remite a esos kilómetros de protectores cilíndricos, ya sin planta dentro, que todos hemos visto alguna vez junto a una carretera. Labores de vigilancia que WWF sí ha completado en la regeneración, desde 2011, del desaparecido bosque de ribera del río Jarama en el parque regional del Sureste (Madrid), zona afectada por infraestructuras y cultivo agrícola intenso. Además de protecciones contra depredadores herbívoros en los plantones de especies autóctonas introducidos (álamo blanco, fresno, majuelo), se ha realizado mantenimiento en forma de desbroces y riegos, entre otras acciones.

Otro ejemplo pionero de gestión adaptativa, en este caso en un ecosistema acuático, es el Tancat de la Pipa, en el parque natural de la Albufera (Valencia). Un proyecto experimental, explica Mario Giménez, delegado de SEO/BirdLife en la Comunidad Valenciana, que en los últimos 10 años ha transformado 40 hectáreas de arrozal en un humedal artificial de filtros verdes con un triple objetivo: mejorar la calidad del agua que el hoy fatídico barranco del Poyo aporta a la laguna del parque; recuperar con ello hábitats y biodiversidad, y generar a su vez un espacio para el disfrute público y la sensibilización social a través de las visitas guiadas (bajo reserva) del centro de interpretación, en las que se explica todo este proceso de restauración.

Basándose en mediciones mensuales de calidad de agua y presencia de aves, “se ha ido probando con diferentes especies autóctonas [eneas, carrizo, masiega, lirios] propias de la vegetación natural”, desgrana Giménez, para ese filtraje natural. Estas plantas retienen los sólidos en suspensión y elimina los nutrientes del agua (52% de nitratos, 43% de fosfatos), que ya depurada se canaliza a dos lagunas “donde se ha logrado recuperar la vegetación subacuática [perdida]”, clave para la alimentación y nidificación de especies como el pato colorado o la focha común, que han incrementado su población año tras año. Un laboratorio al aire libre, muy afectado por la fuerte dana de octubre de 2024, pero que ha aportado un valioso aprendizaje para impulsar la recuperación de todo el parque natural en su conjunto.

Y es que, concluye Jordi Cortina, “los modelos climáticos que permiten no superar los 1,5 grados de temperatura [del planeta] en las próximas décadas pasan necesariamente por restaurar zonas degradadas”.

Impulso normativo

“Es un reglamento histórico porque tiene objetivos vinculantes para los Estados miembro”. Así valora Diana Colomina, responsable de bosques en WWF España, la Ley de Restauración de la Naturaleza de la UE, aprobada in extremis el pasado agosto. También su aplicación directa e inmediata (a través de los diversos planes nacionales), y sus ambiciosas metas: iniciar procesos de restauración en el 20% de las zonas (marítimas y terrestres) de la UE hasta 2030, y después en todos los ecosistemas que lo precisen hasta 2050. 
“La ley es muy inteligente en varios aspectos”, reconoce Jordi Cortina, catedrático de Ecología en la Universidad de Alicante, como estipular en una primera fase medidas estrictas en la restauración de hábitats terrestres y marinos de interés comunitario, “de los que sí tenemos información, mejor o peor, pero sabemos su estado, de manera que ya podemos intervenir”, razona el experto. Concretamente, en un 30% de ellos hasta 2030 —con prioridad para los integrados en la Red Natura 2000, que en España suman más de 2.100 espacios protegidos—, y en un 100% y 90%, respectivamente, para 2050. La segunda fase, más laxa, amplía la rehabilitación a otro tipo de ecosistemas (urbanos, fluviales, polinizadores, agroecosistemas y forestales) mediante el cumplimiento de diversos indicadores establecidos, eso sí, por cada uno de los países. Cortina confía en que se aborden también llegado el momento, como “oportunidades para adaptar nuestros montes y nuestros sistemas agrícolas al cambio climático y al contexto de despoblamiento rural”.
Este reglamento puede corregir el gran obstáculo que, según dos estudios en los que ha participado el propio Cortina, frena hoy la restauración de ecosistemas: el compromiso político. “Que los políticos tengan una visión a largo plazo y de beneficio para sus conciudadanos, de comprometerse”, afirma. El segundo es “la coordinación de acciones, tanto a nivel del Estado como autonómico y local, coordinar esos esfuerzos”, señala. “Hay muy poca intervención en terrenos privados desde las administraciones públicas”, ahonda Diana Colomina, cuando el 72% de la superficie forestal española es propiedad particular. Reclama más acuerdos público-privados, como una fiscalidad verde favorable —“ahora quien contamina paga, pero quien conserva debería recibir”— o pagos por servicios ambientales. “La gobernanza va a ser el punto clave, apuntilla. 

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Sobre la firma

Jordi Pastor
Redactor de la sección Extras especializado en medio ambiente y naturaleza, antes trabajó en el suplemento El Viajero. Inició su labor profesional en 'Desnivel', editorial referente en información sobre montaña y escalada. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y culminó sus estudios en la Universidade de Coimbra.
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