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El ocaso de los glaciares

Los grandes depósitos de agua dulce del mundo están en serio peligro. El calentamiento global generado por los gases de efecto invernadero ha acelerado el deshielo de estas moles congeladas que son esenciales para abastecer de recursos hídricos a más de 2.000 millones de personas y regular el clima del planeta

Icebergs desprendidos del glaciar Jakobshavn, en Ilulissat, Groenlandia.
Ramiro Varea

Algo más de 8.000 millones de seres humanos habitan la Tierra. En un planeta cada vez más poblado —rozará los 11.000 millones en 2100— y expuesto a los efectos del calentamiento global, el agua dulce es, posiblemente, el recurso más preciado. Esencial para la supervivencia misma de la especie, no solo es fuente de higiene y salud. También desempeña un papel fundamental para reducir la pobreza y garantizar la seguridad alimentaria, la paz, los derechos humanos, los ecosistemas y la educación, sostiene Naciones Unidas.

En las últimas décadas, su demanda se ha disparado, y la mitad de la población mundial ya tiene dificultades para acceder a ella, al menos, un mes al año. El aumento de las temperaturas empeorará la situación. Por eso, proteger los ecosistemas relacionados con el agua es una emergencia global. Se necesitan humedales, ríos, acuíferos y lagos en buenas condiciones. No obstante, las grandes reservas de agua dulce se encuentran a miles de metros de altura y en las zonas más frías del globo terrestre.

Conocidos, con razón, como los grandes depósitos de agua del mundo, los glaciares abastecen a más de 2.000 millones de personas. El planeta cuenta con más de 275.000 glaciares y mantos de hielo, que cubren una superficie aproximada de 700.000 km² y almacenan cerca del 70% del agua dulce de la Tierra. La situación de muchos de ellos, sin embargo, es crítica, con un retroceso vertiginoso a causa del cambio climático. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) reconoce que, en 2023, “los glaciares sufrieron la mayor pérdida de masa en los cinco decenios de los que se tienen registros” y, por segundo año consecutivo, todas las regiones del mundo reportaron retrocesos de masa glaciar.

Los efectos de su fusión y posterior desaparición implican graves amenazas para la humanidad. A corto plazo, apunta la OMM, suponen un aumento de deslizamientos de tierra, avalanchas, crecidas y sequías. A largo plazo, comprometen la seguridad del abastecimiento de agua de miles de millones de personas. Para alertar al mundo de esta situación límite, la ONU ha declarado 2025 como Año Internacional de la Conservación de los Glaciares. La realidad, en cualquier caso, demuestra que la mayoría de ellos están condenados a desaparecer.

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, según sus siglas en inglés) prevé que de aquí a final de siglo, los glaciares —sin incluir Groenlandia y la Antártida— habrán perdido entre el 21% y el 43% de su masa actual. El porcentaje final dependerá de la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero que se lancen a la atmósfera. “Lo único que se puede hacer es ralentizar la pérdida de masa glaciar. Para lograrlo hay que frenar el calentamiento global y reducir de manera drástica las emisiones, no hay otra solución”, sostiene el director del Grupo de Simulación Numérica en Ciencias e Ingeniería de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), Francisco José Navarro. Sus investigaciones se centran en el estudio del estado actual de los glaciares y en ver cómo responden a los efectos del cambio climático.

“En número, son pocos los que han desaparecido, pero esto cambiará en las próximas décadas: muchos de los actuales glaciares de montaña se perderán o quedarán reducidos a pequeños fragmentos en las cotas más altas”, lamenta Navarro.

Esa velocidad destructiva varía mucho según las regiones. Las zonas del planeta con menores pérdidas de hielo por metro cuadrado de área son, por este orden, las islas periféricas de la Antártida, el suroeste de la cordillera del Himalaya, Asia Central, el norte del Ártico canadiense y el Ártico ruso. “Esto no quiere decir que estén a salvo, pero su retroceso es más lento”, aclara el experto. Por contra, los glaciares situados a bajas latitudes son los que salen peor parados. Los hielos que coronan las montañas de América Central, el sur de los Andes, el Cáucaso, los Alpes, el Kilimanjaro, Alaska y el oeste de Canadá y EE UU se encuentran al borde del colapso. Peor aún es la situación en el Pirineo, donde los glaciares están en fase terminal.

El calor lo deshace todo

La salud de un glaciar se explica por su balance de masa, que es la relación entre la nieve que se acumula en los meses fríos y lo que se funde cuando llega el calor. “Para que un glaciar pueda existir, es necesario que en una parte significativa del mismo haya nieve que aguante todo el verano y se transforme en hielo”, comenta el investigador del Instituto Pirenaico de Ecología (CSIC) Nacho López Moreno. Sin embargo, al subir las temperaturas, parte de la precipitación en forma de nieve se convierte en lluvia, y la fusión se acelera. “Esto hace que progresivamente los balances de masa sean negativos, y, al no haber aporte de hielo nuevo, los glaciares retroceden hasta desaparecer”, prosigue el geógrafo.

Vista del glaciar Matanuska, cerca de Palmer (Alaska), que retrocede de forma preocupante cada año debido al calentamiento global.

Solo unos pocos glaciares del norte de Noruega y algunos sectores de la Antártida y de Patagonia se han salvado de la debacle en los últimos años e incluso han incrementado su volumen de hielo. En todos estos casos coincide que las temperaturas son tan bajas que, a pesar del incremento térmico, el termómetro permanece por debajo de los cero grados. La situación es más preocupante en el Ártico y en Groenlandia. “Hemos visto regiones que deberían estar repletas de hielo y, en cambio, están descubiertas”, confirma el investigador del Instituto de Geociencias de Barcelona (CSIC) Santiago Giralt.

Hace más de una década que este geólogo viaja a estos rincones inhóspitos del planeta para comprobar in situ las consecuencias ambientales del deshielo glaciar. En esta tierra gélida, la vegetación gana espacio en un suelo cada vez menos helado. “Las plantas y arbustos que viven en estos ambientes tan extremos se expanden, y ya hemos detectado plantas invasoras procedentes de zonas más cálidas que desplazan la flora autóctona”, relata. Además, como el verano es más largo y las temperaturas son más suaves, los lagos pasan menos tiempo cubiertos por el hielo, lo que impacta sobre las especies animales y vegetales que habitan sus aguas. “Es una situación insólita en los últimos milenios”, alerta Giralt.

Los últimos datos del observatorio climático europeo Copernicus corroboran estas evidencias. En febrero, la cobertura de hielo marino del Ártico se situó un 8% por debajo de la media. Cada año, este océano viene perdiendo casi 80.000 km² de hielo, una extensión similar a la de Castilla-La Mancha. Una de las consecuencias de este deshielo acelerado es el aumento del nivel del mar, que podría alcanzar los casi siete metros si se deshace todo el campo helado de Groenlandia. En este territorio se está fundiendo “una media de 30 millones de toneladas de hielo cada hora”, señala Nacho López Moreno. Si la temperatura alcanzase el umbral de los 3,5° C por encima de los niveles preindustriales —en estos momentos, se supera el 1,5° C— se podría llegar a un punto de no retorno.

Los investigadores coinciden en que es improbable que desaparezca por completo el hielo del Ártico o de la Antártida, y en cualquier caso ese proceso sería cuestión de siglos. Pero las pérdidas que se esperan en los próximos 50 años sí van a representar un ascenso muy notable del nivel del mar y un cambio significativo en la circulación de corrientes marinas que afectan al sistema climático global. Si el agua más densa y fría del deshielo invade el recorrido más templado de la corriente del Golfo, podría producir un enfriamiento del clima, sobre todo en Europa occidental.

Por su parte, el experto en glaciología y miembro del Grupo de Expertos en Cambio Climático de Catalunya Jordi Camins recuerda que para mitigar los efectos del calentamiento global y prolongar la vida de los glaciares es fundamental adoptar medidas que ayuden a proteger todos los bosques. En el hemisferio norte, el bosque boreal contribuye a reducir el exceso de dióxido de carbono en la atmósfera. “Debemos conservarlo para acercarnos a las cero emisiones y que la fotosíntesis de la vegetación de todo el mundo nos ayude a retornar a la normalidad”, argumenta.

Fusión acelerada

El responsable de la campaña contra el cambio climático de Greenpeace, Pedro Zorrilla, apunta otro factor que acelera el proceso de deshielo. Al derretirse una parte de estos grandes bloques, el agua recorre toda la masa helada y a su paso acelera la fusión de otras partes del glaciar. Zorrilla expone otra de las propiedades del hielo del planeta, el denominado efecto albedo. Como el agua congelada refleja los rayos del sol, la atmósfera se calienta menos. “En las zonas en las que se está perdiendo ese hielo, el suelo o el mar es más oscuro y absorbe mayor cantidad de calor, por lo que se acelera el calentamiento”, añade.

Pero la importancia de los glaciares va mucho más allá del agua que contienen. Por un lado, aportan una información muy valiosa a los científicos, ya que las distintas placas de nieve que los componen guardan un registro de diversos parámetros ambientales. De alguna manera, son una especie de guardianes climáticos del planeta. Al analizar la composición química del agua preservada en el hielo, los investigadores son capaces de identificar cómo ha ido variando la temperatura en el pasado y la duración de las sucesivas glaciaciones durante los últimos 800.000 años.

Su valor cultural también es innegable. Para los pueblos indígenas de Asia, América Latina, el Pacífico y África oriental, los glaciares tienen un profundo significado espiritual y están muy arraigados a sus tradiciones más ancestrales. Hasta 460 de ellos están ubicados en 50 sitios declarados patrimonio de la humanidad por la Unesco y atraen cada año a miles de visitantes. Un imán turístico que repercute a favor de las comunidades locales y su economía, y cuya desaparición puede alterar para siempre la forma de vida de los habitantes de estas zonas.

Extinción en Monte Perdido

Glaciar de Monte Perdido, en el Pirineo aragonés, que podría desaparecer por completo en 2035.

El glaciar de Monte Perdido, en el corazón del parque nacional de Ordesa (Huesca), agoniza. La gran masa de hielo que corona esta montaña emblemática del Pirineo ha entrado este año en la Global Glacier Casualty List, un registro internacional que documenta glaciares irreversiblemente dañados o en proceso de desaparición debido al cambio climático. Si la tendencia actual continúa, el glaciar podría perderse por completo antes de 2035. En un siglo, se ha esfumado el hielo acumulado en los últimos 600 años. Solo en 2023, perdió una media de casi cuatro metros de grosor, aunque en algunas zonas la cifra alcanzó los ocho metros. 
Hace ya tiempo que los investigadores advierten del deterioro imparable de los glaciares pirenaicos, en los que apenas queda acumulación de hielo, lo que equivale a su inminente defunción. “En los últimos 15 años han desaparecido nueve glaciares. De los 24 que había en 2011, hemos pasado a 15. Y más de la mitad de la superficie ocupada por hielo se ha extinguido”, señala Nacho López Moreno desde el Instituto Pirenaico de Ecología (CSIC). Eso supone que hoy quedan menos de 2 km2 de zona glaciada, que son la décima parte de los 20 km2 que había en 1850 (cuando se conservaban hasta 50 glaciares).
La conclusión es demoledora: los del Pirineo, que son los últimos glaciares de España y del sur de Europa, llegan a su fin. Aunque se tomaran medidas extremas para reducir el calentamiento, se necesitarían muchos años para que pudieran recuperarse. Algo parecido sucede en los Alpes. En esta cordillera, los glaciares situados a 3.400 metros de altitud están sentenciados a muerte, porque a esa altura se pierde más hielo del que se acumula, y el glaciar ya no tiene capacidad de regenerarse en invierno. “En las cimas alpinas se podría perder hasta el 75% del volumen de hielo actual”, vaticina López Moreno. Cinco de sus glaciares (Sarenne, Pizol, Fontana Bianca, Careser y Südlicher Schneeferner) están en la lista negra de próximas víctimas climáticas, y su deshielo incluso ha obligado a Suiza e Italia a redefinir su frontera. Hace un siglo, el país helvético contaba con más de 4.000 glaciares en su territorio. Una cuarta parte ya no existe.

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Sobre la firma

Ramiro Varea
Lleva 14 años vinculado a distintos proyectos editoriales de PRISA Noticias. Ha escrito en EL PAÍS, Extras y Suplementos Especiales, El Viajero, Motor, As, Cinco Días y Icon. Antes trabajó en la Cadena SER, Vocento y 'Público'. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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