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El director que llevó la excelencia al corazón de un barrio obrero: “En ocho leyes educativas no se ha puesto al alumno y al profesor en el centro”

Empeñado en que las oportunidades no dependan del código postal y en hacer del aula una escalera hacia el futuro, el maestro José Antonio Expósito presenta su libro ‘La rebelión de Las Musas: cómo transformar la educación’ en Madrid

José Antonio Expósito
Sara Castro

Intentar lanzar un nanosatélite al espacio, cruzar la selva de la Amazonía, vivir un intercambio escolar en Moscú o navegar hasta las cataratas del Niágara fue posible en el Instituto público Las Musas, ubicado en el corazón del obrero barrio de San Blas-Canillejas. Desde que José Antonio Expósito (61 años, Madrid) llegó a la dirección del centro en 2015 se empeñó en sustituir el ladrillo por las paredes de cristal para que entrase la luz y con ella, la creatividad y la ciencia. Ahora, sus alumnos investigan codo con codo con los científicos más prestigiosos. Tras un año jubilado, empeñado en que las oportunidades no dependan del código postal y en hacer del aula una escalera hacia el futuro, el maestro presenta este jueves en la Institución Libre de Enseñanza de Madrid su nuevo libro, La rebelión de Las Musas: cómo transformar la educación.

Pregunta. ¿Su dirección estuvo marcada por su infancia?

Respuesta. Si lo miro con perspectiva, creo que sí. Soy hijo de inmigrantes, crecí en Vallecas, un barrio muy humilde, donde en los años 70 escaseaban las escuelas. Mis padres no tenían formación y en casa no había libros. No les quedó más remedio que llevarme a aquellas aulas que abrían y cerraban en pisos particulares. Llegaba a casa con las botas llenas de barro. La escuela me brindó un futuro. Quise devolver a la sociedad todo lo que me había dado. Me empeñé en que nuestro centro fuese una ventana abierta al mundo.

P. ¿Es el Instituto Las Musas su proyecto vital?

R. Llegué trasladado en 2005 desde Alcalá de Henares y acepté ser director diez años después, cuando la Consejería de Educación construyó un recinto escolar a escasos 300 metros de nuestra destartalada escuela. Pude cambiarme de centro, pero cuando los ratones se enamoran de su barco no lo abandonan. Los profesores decidimos no bajar los brazos y luchar por nuestra escuela, a la que también llevábamos a nuestros hijos.

P. ¿Cuál fue su mayor empeño?

R. Rehumanizar la enseñanza. En Las Musas no hay timbre, los alumnos no se mueven a toque de corneta, educamos en la responsabilidad. Para un joven lo fundamental es encontrar en el profesorado un referente con el que conversar, no solo de matemáticas, también de la vida. A principio de curso siempre les recordaba a los maestros que un buen profesor debía amar a sus estudiantes.

P. ¿La estética y la poesía mueven Las Musas?

R. “Amor y poesía cada día”, ese verso de Juan Ramón Jiménez es el lema de nuestro instituto. El maestro y el poeta tienen unas encomiendas parecidas, revelar lo que está oculto, dar a conocer aquello que no se sabe. Los centros educativos se han olvidado de la belleza, ninguna ley educativa la contempla, pero es la forma de cultivar la sensibilidad en los jóvenes. No hablo de lujos, sino de dignidad para los templos del saber. ¿Por qué siguen las escuelas embriagadas en el pasado y en esa uniformidad del verde desde Almería hasta Ourense? Representan el Atapuerca de la Democracia. Sería impensable no renovar un quirófano en 30 años.

P. ¿Por eso habilitó aulas transparentes en el centro?

R. Si en cada pueblo o ciudad del país hubiésemos levantado un recinto escolar extraordinario, como siglos atrás se elevó con esfuerzo común la iglesia o la catedral colosal de la que sus habitantes se sienten orgullosos, hoy esta España sería otra España. Por ello, me empeñé en derribar los muros de Las Musas para dejar atrás el mito de la caverna de Platón. Nuestras aulas son de cristal, mejoramos el estado de ánimo y potenciamos la creatividad y el ingenio.

P. ¿Apostó por compartir su modelo con otros institutos?

R. No escondo la receta, la desvelo. A mí me inspiraron mis antecesores, aquellos maestros de la Transición que me transmitieron la ilusión y el esfuerzo titánico para que el ascensor social funcionase. Por ello, inauguré Magíster Musas, un claustro en la sombra formado por docentes jubilados. En 2022 creamos la Asociación Nacional de Institutos por la Investigación en Secundaria. Compartir lo que uno sabe es el noble espíritu del maestro vocacional de la escuela pública.

P. ¿Cuáles son los retos que tiene el sistema educativo español?

R. Un país entero solo se transforma desde las escuelas. El Ministerio de Educación se ha consagrado como el peor alumno del país, repite siempre en legislación. Desde el inicio de la democracia hasta la actualidad hemos tenido ocho leyes educativas, pero no se ha puesto al maestro y al alumno en el centro. Hay que reducir el número de estudiantes por aula, un docente no puede funcionar al ritmo de un empleado de fábrica, trabaja con personas que necesitan ser escuchadas. Una escuela vive sin ordenador, pero muere sin profesores.

P. ¿Fue el bachillerato de investigación de su centro un referente?

R. Sin duda. Colaboramos con los investigadores más punteros del país, procedentes de entidades como el centro Nacional de Investigaciones Oncológicas. Cada profesional tutela a un alumno durante casi dos años. Después el estudiante expone su trabajo ante un tribunal. Un atleta de élite siempre se forja en su adolescencia, aunque triunfa en su madurez. Si queremos un Rafa Nadal de la ciencia, hay que hacer cantera.

P. Sin embargo, a su instituto le costó acogerse a programas institucionales de la Consejería de Educación.

R. Hasta en cinco ocasiones quedamos excluidos. Mi predecesor solicitó tener el programa bilingüe en inglés sin éxito, aunque con trabajo nos convertimos en centro examinador oficial de Cambridge. Cuando vimos que todos los institutos abogaban de forma exclusiva por este idioma, apostamos por el francés. Fuimos los primeros en abrir las redes en 2012, pero también en cerrarlas cuando nos dimos cuenta de que ese no era el camino. Somos pioneros en la mediación de conflictos entre alumnos. Nunca nos dejamos llevar por las modas.

P. ¿Cómo un centro público de barrio consigue hacer cinco expediciones a la Amazonía ecuatoriana?

R. Un profesor que había sido cooperante en Ecuador me ayudó a impulsar el proyecto. Ninguna escuela europea realiza algo similar. Es una experiencia vital extraordinaria, queríamos que los chavales conociesen la inmigración desde el otro lado. Recorrieron la selva, hablaron con la población local, descubrieron un mundo nuevo y reflexionaron sobre las verdaderas prioridades vitales. Así lo reflejaron en sus crónicas diarias que dieron paso a un libro realizado en la propia editorial del instituto.

P. ¿Intentaron lanzar un nanosatélite al espacio?

R. Fue una aventura maravillosa, un proyecto que duró tres años. Nos reunimos con las empresas españolas más importantes del sector, todas nos apoyaban. Eran los primeros estudiantes de secundaria que realizaban un proyecto de estas características en Europa. Montamos una estación de seguimiento aeroespacial en la escuela, podíamos solicitar una comunicación con los astronautas de la Estación Espacial Internacional. No fallaron los niños, fallaron las autoridades con su falta de financiación, pero aprendieron que si los sueños no se cumplen, se reacondicionan. Cuando vi a una de las alumnas matriculada en Astrofísica en Holanda, supe que lo habíamos conseguido.

P. ¿Cómo logró su instituto ser Escuela Embajadora del Parlamento Europeo?

R. Los chicos realizaron intercambios con alumnos de Francia, Alemania, República Checa, Moscú, Canadá o Bruselas. Diversos docentes de diferentes países del mundo se interesaron en nuestro modelo. Difundimos el conocimiento de la Unión Europea entre todos los escolares. Viajaron gratis al Parlamento y se reunieron con políticos para hablar de vacunas, guerras y medioambiente.

P. ¿En su centro no existían los repetidores?

R. Una escuela de calidad es aquella que atiende el progreso de la diversidad, nuestro propósito era que ni un solo niño repitiese curso, mucho antes de que las leyes educativas apostasen por esto. La repetición no resuelve el problema, lo agrava en muchas ocasiones, suele ser la antesala del abandono escolar. El alumno se separa de su grupo y carga con el estigma del fracaso. Por ello, asignamos un docente mentor a cada estudiante que lo necesitaba. Lo acompañábamos académica y emocionalmente para mantenerlo a flote.

P. Y de los resultados académicos, ¿qué hay?

R. El centro ocupa los primeros puestos en selectividad año tras año. El modelo funciona. En una década solo suspendió un alumno las pruebas de acceso a la universidad de 1.294 estudiantes que participaron. La clave era rehumanizar la escuela, introducir la investigación y formar a personas solidarias y comprometidas.

P. ¿Fue imprescindible integrar el instituto en el barrio?

R. El programa Las Musas-Actúa permitió que cada año más de 200 alumnos dedicasen su tiempo y su energía a cooperar con las ONG, muchas ubicadas en el distrito. Así surgió Los Musaicos, una banda de música pop compuesta por alumnos del centro y muchachos con discapacidad intelectual. Una escuela no puede vivir al margen de su realidad, nos lo recuerdan las 400 butacas del viejo Vicente Calderón que el Atlético de Madrid donó para nuestra pista.

P. Partido a partido, ¿aquel niño de Vallecas que llegaba a casa con las botas llenas de barro cumplió su sueño?

R. La realidad ha superado las expectativas que yo tenía de hacer una escuela. En este camino la labor de los padres y profesores fue imprescindible, también la de los jardineros, las limpiadoras, como mi madre, y los conserjes, como mi padre. He tenido la inmensa suerte de rodearme de gente entusiasta.

P. ¿Cuál fue su mejor premio de todos los galardones recogidos?

R. “Sois el orgullo de todo el barrio”, me dijo una madre. No hay mejor reconocimiento.

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Sobre la firma

Sara Castro
Escribe en la sección de Madrid tras pasar por la de Sociedad. Antes formó parte de la redacción de elDiario.es y la web de Informativos Telecinco. Cursó el máster de Periodismo UAM – EL PAÍS.
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