Los últimos maestros de EGB que quedan en la ESO: “Lo que siempre supe es que quería enseñar”
Llegaron a ser decenas de miles y ahora no llegan al millar. Por su experiencia en los colegios y su formación, han amortiguado durante años el choque que pasar de primaria a secundaria supone para el alumnado
Fueron decenas de miles. La mayoría se han jubilado o no les queda mucho para hacerlo. No hay un registro oficial que precise exactamente cuántos llegaron a ser ni cuántos quedan, pues su figura se ha ido entrelazando con otras, pero Comisiones Obreras estima que en 2014 aún rondaban los 10.000 y que ahora, probablemente, no llegan al millar. Entre finales de los años noventa y los primeros años de este siglo, un gran número de profesores de la antigua Educación General Básica (EGB) se incorporaron a la nueva Educación Secundaria Obligatoria (ESO) ―manteniendo su nivel funcionarial previo y un sueldo menor―. Solo podían dar clase en el primer ciclo, en 1º y 2º de la ESO, que se correspondían con los desaparecidos 7º y 8º de EGB. Desde entonces han formado equipo con el profesorado de secundaria, contribuyendo, por su experiencia previa en las escuelas y por su formación en magisterio, a amortiguar el choque que para los chavales supone pasar, a los 11 o 12 años, del colegio al instituto. Y ahora están desapareciendo.
El tránsito de primaria a secundaria es un momento crítico para los estudiantes no solo en España, sino en buena parte del mundo, afirma César Coll, catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Barcelona, por diversos motivos, empezando por el desarrollo personal. “Coincide con la época en que empieza a manifestarse la adolescencia en toda su fuerza”, afirma. Supone también un gran cambio de planteamientos educativos. Y un salto espacial del colegio al instituto, al menos en la enseñanza pública ―la privada suele concentrar en un mismo centro, como mínimo, la educación de los tres a los 16 años―. Todo ello se traduce en una caída del entusiasmo hacia la escuela, y en un súbito aumento de la tasa de repetición, que en la pública pasa del 2,2% en sexto de primaria al 9% en primero de la ESO; mientras que en la privada la tasa se dispara mucho menos entre dichos dos cursos, pasando del 2,2% al 3,8%.
“En primaria, la estructura es mucho más pequeña, los niños conocen a casi todos los alumnos y maestros y tienen un tutor con quien pasan la mayor parte del tiempo”, dice Marisa Fernández, 54 años, profesora de Geografía e Historia en el instituto público Bovalar, en Castellón, quien antes trabajó, durante 10 años de su carrera, como maestra de EGB. “Aquí, en cambio, se mezclan con niños que vienen de otros coles, tienen 10 u 11 profesores y a su tutor lo ven mucho menos. Cada hora entra un docente que hace las cosas a su manera. Uno quiere libreta de cuadros, otro a rayas, otro quiere que escriban con boli azul, otro negro… Son muchas cosas cuando ellos están acostumbrados a una línea de trabajo y a la sensación de conocerlo todo. Algunos se adaptan, pero otros lo pasan fatal”.
Después de enseñar durante 35 años, primero en EGB y luego en la ESO, Emilia Soriano se jubilará a final de curso, con 60, en el instituto público Font de Sant Lluís de Valencia. Como Fernández, empezó dando clase en infantil, luego en primaria, y finalmente en primero y segundo de secundaria, donde ha asistido durante dos décadas a la crisis de la transición. “En la escuela eran los mayores y cuando llegan aquí son los pequeños. Conviven con los de segundo de bachiller, que son muy grandes, y en centros como el nuestro, con los de Formación Profesional, en la que también hay adultos. Solo esa cuestión física les impresiona mucho”, cuenta. “Y en el colegio, puede que vayan al gimnasio, pero el maestro va con ellos. Aquí los mandamos al aula de música, al laboratorio… Los primeros meses siempre encontramos algunos perdidos”.
El cambio de etapa educativa también supone, casi siempre, un brusco giro educativo, que se explica no solo por la diferencia de contenidos, sino por el perfil docente. “Los que pertenecen al cuerpo de secundaria son más especialistas en conocimientos que nosotros”, dice Beatriz Burruezo, maestra, de 57 años, que hace 24 dejó de dar clase en EGB para hacerlo en el instituto público Sanje, en Alcantarilla, Murcia. “Y nosotros normalmente tenemos otras habilidades. Es como si supiéramos mejor por qué no entienden algo, o cómo acompañarlos en el proceso de aprender algo, en vez de esperar que lo hagan de una”. César Coll, que fue uno de los autores de la Logse, la ley que en 1990 estableció la actual estructura educativa, afirma que no se puede señalar solo a la secundaria por la crisis que afrontan los chavales. “Creo que en primaria hay que empezar a exigir un poco más. Hacer que niños y niñas tomen conciencia de la importancia del esfuerzo, del implicarse, de hacer las cosas bien, eso que en secundaria se da como una exigencia que no se discute y en primaria no digo que no se haga, pero quizá no se trabaja suficientemente”.
Razones no educativas
El trabajo conjunto de docentes de primaria y de secundaria puede ser muy útil para facilitar el tránsito, opina Coll. Cuando se estaba preparando la gran reforma educativa española, en los años ochenta, se barajó, de hecho, unificar toda la escolarización obligatoria, de los 6 a los 16 años, en un mismo centro, como se hacía en los países nórdicos que estuvieron entre los referentes del cambio, explica el catedrático. El motivo principal era “garantizar la continuidad de los planteamientos pedagógicos”. La cuestión se estudió a fondo y acabó descartándose, pero no por una razón educativa, sino de infraestructuras. Reacondicionar el conjunto de los centros públicos para dar cabida a esos 10 niveles ―sin contar que también había que dar respuesta a las etapas de infantil, bachillerato y formación profesional― se consideró económicamente inasumible.
Los últimos maestros de EGB se están yendo de los institutos. Pero a la vez, en una proporción menor, continúan entrando docentes que estudiaron Magisterio, después cursaron el máster de secundaria, y accedieron a la etapa tras aprobar una oposición. Zarach Llach, 34 años, profesor de Historia en el instituto Bovalar de Castellón, es uno de ellos. “Lo que siempre supe es que quería dedicarme a la docencia, la especialidad que prefería la descubrí más tarde”. Una de las diferencias que los entrevistados en este artículo coinciden en señalar entre los maestros y los profesores de secundaria es la vocación de partida. La mayoría de quienes estudian carreras de Educación la tienen, mientras que entre quienes no lo hacen es menos común. Llach es consciente que su base es menos sólida que la de otros compañeros suyos que estudiaron Historia, y esa es una de las razones por las que hasta ahora no ha querido impartir clase en bachillerato. Pero las muchas horas dedicadas a estudiar metodología durante la carrera también le han dado, añade, algunas herramientas. “Creo que me ha servido para que cuando una clase no funciona como debería, le doy vueltas a ver qué puedo hacer para que vaya mejor, poniendo el foco no solo en el alumno, sino en lo que puedo cambiar yo”.
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