La feria de los pájaros catalana capea la lluvia y deja momentos memorables en su 10ºaniversario
Bird Girl, los halcones de Iñigo Zuberigoitia y un águila pomerana sumada a la fiesta, entre los hitos de una edición del Delta Birding Festival mirando al cielo
Mientras grandes birders —observadores de pájaros— y otros naturalistas relataban sus apasionantes historias de viajes por todo el mundo a salvo bajo las carpas de la feria, la gran aventura del Delta Birding Festival (DBF) estaba en otro lado: llegar en bicicleta al recinto en medio del aguacero que se desató el sábado resultó digno de los esfuerzos de Audubon en los rápidos del Misisipí o de H. G. Alexander identificando la ganga de Pallas (Syrrhaptes paradoxus, un ave excepcional y para nada una ganga) en las marismas de Romney, Kent. Llovía, y cómo: de una manera insidiosa y cruel, mientras uno (este abnegado enviado especial a las aves) pedaleaba desesperanzado en una baqueteada bici vieja de paseo que chirriaba emitiendo un gemido metálico, rumbo a MónNatura, la sede del DBF.
El cielo se desplomó en la carretera de Baladares precisamente a mitad de camino entre la urbanización Eucaliptus y el destino, donde el paisaje, plano y abierto, no ofrecía ningún refugio posible y solo quedaba apretar los dientes y continuar pedaleando como si estuvieras bajo la ducha, sin impermeable, capa de agua o cualquier otra protección excepto una bolsa de plástico para el móvil, el cuaderno de notas y la edición de bolsillo de Birds by the shore, de Jennifer Ackerman (Penguin, 2019), lo único que cabía salvar junto con los prismáticos. Los automóviles rumbo al festival pasaban haciendo sonar los cláxones en señal de ánimo e incluso se pudo escuchar algún silbido de admiración. Un toro en la campa levantó la testuz, pero debió pensar que no tenía sentido embestir a criatura tan penosa. El mirador de la Tancada, la única posibilidad de refugio en kilómetros aparecía tan lejos como Xanadu. Al final, fue posible hallar un precario abrigo provisional bajo el diluvio en una vieja turbina en el borde del desaigue del Port, el canal paralelo a la carretera. Las aves pasaban ajenas al chaparrón pero en esas circunstancias no te excita ni el pinchaflor de Mérida (Diglossa gloriosa).
En general nadie se sorprende en el festival del aspecto de ningún visitante, y mira que hay gente que se disfraza para ver pájaros como si fuera a un ejercicio de supervivencia de las fuerzas especiales en Borneo. Pero al paso del empapado corresponsal las conversaciones se detenían y se intercambiaban miradas de asombro mientras este avanzaba hacia las conferencias y las demás actividades como si hubiera llegado buceando. Ha habido agua, sí, esta décima edición del Delta Birding Festival (bajo el lema, “Ocells de 10 en 10″), al menos hasta el domingo cuando ya se ha abierto el cielo y ha salido el sol. La meteorología obligó a cambiar de emplazamiento el concierto de celebración del aniversario, a cargo del grupo Pony Pisador, que era en la calle en Eucaliptus y hubo de llevarse al pabellón polideportivo de Poblenou del Delta; y se suspendieron actividades al aire libre, que se ha recuperado el domingo a paso de carga. Pese a la adversidad del tiempo, el DBF ha continuado contra viento y marea convertido a ratos en un embarrado Glastonbury de las aves, con todo el mundo mirando al cielo y no sólo para ver pájaros.
“La gente está viniendo igual, el pajarero está avezado a enfrentarse a las adversidades meteorológicas y las incomodidades”, sostenía el sábado optimista Miquel Rafa, uno de los organizadores, impecable como siempre en su indumentaria digna de un cliente vip de safari en el Okavango mientras observaba con conmiseración cómo se iba formando un charco bajo los pies de su interlocutor. Rafa me habló de unos patos raros que han aparecido por el Delta, pero estaba yo para oír hablar de patos.
Era verdad que la feria estaba a tope (el festival ha cerrado finalmente con 4.000 visitantes, los mismos del año pasado, pese al tiempo), los coches desbordaban las áreas de aparcamiento, la gente iba de aquí para allá. Y nadie parecía darle especial importancia a la lluvia. Buscando un lugar para secarme (al final lo pude hacer precariamente con el aire del secador de manos de los lavabos), di con un taller de dibujo concurridísimo, la exposición de los 10 años de proyectos de conservación que ha subvencionado el festival y una firma de libros en Oryx. También estaban los Giró, Francesc y Anna, en una caseta en la que dan a conocer las actividades de ecoturismo de su finca Ca l’Andreu, en Tiana, donde garantizan que ves tejones (probablemente no durante la fiesta de Zequi). La vida se abría paso y continuaba. No se han visto nunca tantos flamencos como estos días, están por todas partes, poniendo su rosado esplendor y sus impresionantes siluetas al servicio de las tierras y los cielos inabarcables del delta. Una belleza, aunque te mojes.
Uno de los hitos del festival ha sido sin duda la conferencia de Mya-Rose Craig alias Birdgirl, la joven británica de madre bangladesí crecida en Bristol y padre de cerca de Liverpool que se ha convertido en un icono de la ornitología concienciada y es algo así como la Greta Thunberg emplumada (en su libro Birdgirl, publicado por Errata Naturae recuerda por eso que ella estuvo ya tres años antes que la sueca como activista). Abarrotó de público la carpa principal el sábado (incluido un individuo chorreante) y se describió como “apasionada, algunos dicen que obsesiva, de los pájaros”. Su charla fue un recorrido muy autorreferencial con fotos por su vida pajaril, que empezó a los 9 días cuando sus padres, ávidos pajareros, ya la llevaron en una salida a ver aves (hacer birding o twitching). Con tanta precocidad no es raro que la chica haya visto ya la mitad de las especies de aves del planeta (más de 5.000 de las 10.752) y sea la persona más joven en haberlo hecho.
Mya, atractiva y simpática, enfundada en una camiseta (seca) con el lema “Don’t stop thinking about tomorrow”, nos llevó con ella en su búsqueda de pájaros por todo el mundo a través del álbum familiar: viaja siempre con sus padres, Helena y Chris, que también han venido al delta y se los podía ver en la feria, orgullosos de su hija como una pareja de pingüinos con su huevo. De hecho, el ir a ver aves ha sido una especie de terapia familiar, y así lo explica en Birdgirl, donde nos hace partícipes, con mucha sensibilidad, de los problemas mentales de su madre, diagnosticada de trastorno bipolar, y cómo los viajes de birdwatching familiares la han ayudado a afrontarlos. La conferencia no entró apenas en esa faceta interesantísima del libro (o los problemas con la islamofobia en Reino Unido) y se circunscribió a dejarnos a todos alelados ante su carrera de observadora: treparriscos en los Pirineos con 4 años, cóndor en el Ecuador a los 8, calao casquinegro en Ghana a los 9, casuario en Australia a los 11, pico de zapato en Uganda a los 13, carbonero gorjirrufo en Kenia (su pájaro número tres mil), albatros errante en la Antártida, águila arpía, su “ave mascota”, en Brasil en 2019, tras 9 años de buscarla… Fan de Gerald Durrell (al que parafrasea con “mi familia y otros pájaros”) y David Attenborough, Mya ya se hizo famosa a los 12 años. La joven se mostró en su charla como estrella del birdwatching y de la defensa del medio ambiente, pero nos dejó pensando en que todas las familias infelices, incluidas las de pajareros, lo son a su manera.
Para compromiso intenso, el de la bióloga Laura Sánchez, de la ONG Sea Shepherd Conservation Society, empeñada en la defensa de la marsopa mexicana conocida como vaquita marina, una especie tan amenazada que se estima que quedan sólo 10 individuos. Sánchez, ataviada como para una rave, con la que estaba cayendo, emocionó lo indecible con su conferencia (no todo han de ser pájaros en el DBF) sobre cómo ponen literalmente el cuerpo contra los pescadores furtivos para pelear por la supervivencia de la vaquita, que muere atrapada en las redes ilegales junto al codiciado totoaba, un pez que proporciona a los traficantes “la cocaína del mar”, su vejiga natatoria convertida en polvo y por la que se pirran en China. En su barco, Sánchez y sus camaradas han llegado a recibir ataques muy serios: hasta treinta canoas motorizadas de furtivos desde las que les lanzaban piedras y hasta (mostró un vídeo) un cóctel Molotov. La valiente conservacionista mostró su esperanza de que la “adorable” vaquita no se extinga y no pudo dejar -estábamos donde estábamos- de pájaros: ha visto, cuando no miraba al mar, el rabijunco etéreo y el gavilán dorado, además de raros alcatraces, cormoranes y pelícanos.
Comprometida, interesantísima y entrañable ha sido también la charla del investigador Íñigo Zuberogoita sobre los halcones peregrinos que estudia desde hace casi treinta años en Vizcaya. Zuberogoita, autor de una completa monografía sobre la especie publicada por Tundra, nos condujo a un hermoso viaje lleno de sorprendente emotividad por el mundo de estas rapaces a las que conoce como si fueran —precisamente— de su familia. Nos habló de la aventura de hacer rapel para estudiar los nidos, de Houdini, una hembra, “uno de mis amores, que me enseñó muchas cosas, como que los halcones tiene personalidades propias, cada uno”; de Killer, que se especializó en cazar aguiluchos, como otros en gaviotas o, ay, pardelas, de la estrecha relación afectiva entre parejas como la formada por Olalla y José Luis. Cuando se emocionó al hablar de esos dos pájaros (uno de los momentos inolvidables del festival) arrancó un aplauso espontáneo de todos los espectadores que llenábamos, algunos de pie, la carpa principal. Nos trasladó Íñigo a un mundo aéreo y vertiginoso con otras parejas (los halcones son tremendamente fieles, ellos sabrán), como Mística e Iván, que se quedó viudo y no quiso saber nada de otra hembra en un año de férreo duelo. Nos habló de las maravillas de la nidificación, de los misterios de la cría (solo las hembras tienen placa incubatriz para dar calor a los huevos y los pollos, pero los machos también empollan y algunos, como Barry, son verdaderos “padrazos”. Y nos alertó sobre el “desplome” actual de las poblaciones de halcones en Norteamérica y Europa del norte y central. “Más del 70 % en algunas zonas”, dijo, parece que por una cepa virulenta de gripe aviar. Nos dejó con la imagen conmovedora de Isolda, una vieja halcona de más de 18 años que lleva tres sin poner huevos pero a la que su pareja sigue cuidando.
Y así, entre historias de pájaros y otra fauna (se ha hablado también del lince y su reintroducción en Cataluña) y encuentros (con aves y amigos), prosigue el festival que se cierra hoy domingo con el espectáculo de la tradicional suelta de especies recogidas por los agentes rurales, en este caso milano negro, aguilucho lagunero y gaviota corsa. A destacar la presencia por primera vez en el DBF (antes le reclamaban las fiestas de la Mercé) de Jordí Martí, actual secretario de Estado de Cultura que se ha revelado un no muy hábil birder, de momento, en abierta competencia con Evelio P. “¿Hay flamencos?”, preguntó a tiro de piedra de la laguna de la Tancada, donde debía haber, tirando por lo bajo, un millar. Claro que Martí se había olvidado los prismáticos. Remendó el descuido adquiriendo unos de gama media-baja (los codiciados Swarowski salen por un ojo de la cara, pero quién quiere un ojo teniendo unos Swarowski) y sobre todo disfrutando de un arroz con pato y anguila al fuego de leña en Lo patí d’Agustí, en Poblenou del Delta, donde también coincidieron otros visitantes del Festival, entre ellos Xavi Bartrolí, ex patinaire de Roda de Berà y —él sí— curtido ornitólogo con avistamientos envidiables. En todo caso, la noticia de la feria en cuanto a observaciones ha sido la de un águila pomerana, un ave imponente. En el otro extremo, los pequeños chorlitejos que conjura y defiende, junto a sus ecosistemas -el hábitat psamófilo, incluidos el delta y el Estany Pudent de Formentera-, en su simpático libro Vamos a la playa (Tundra, 2024), el biólogo Ricard Gutiérrez, otro de los esenciales del DBF. De los chorlis a las águilas, un brindis por todos los pájaros y su feria en el décimo aniversario del Delta Birding Festival. ¡Por muchos años!
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