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Mya-Rose Craig, el vuelo tan alto de la niña pájaro

La joven ornitóloga es una figura de su generación en la lucha contra el calentamiento global. Su pasión por las aves está unida al cuidado de la salud mental de su madre

Mya-Rose Craig, ornitóloga británica.
Mya-Rose Craig, ornitóloga británica.Manuel Vázquez
Rafa de Miguel

La observación de las aves, el “pajareo” (birdwatching, en inglés), puede convertirse en una obsesión peligrosa para algunas personas. A otras, sin embargo, les ayuda a encontrar su lugar en el mundo, a mantener la unidad y la cordura de su familia, a construir un discurso político propio, a descubrir la vía personal para hacer frente al desafío del cambio climático, e incluso a ganar decenas de miles de euros por contar su experiencia y dejar que las editoriales compitan entre ellas por publicar el libro.

Mya-Rose Graig (Compton Martin, Reino Unido, 21 años) todavía se sorprende cuando algún periodista conduce durante horas para llegar hasta la pequeña aldea remota de casas de campo donde vive con sus padres, con la intención de hablar con ella. Y el mejor modo de abrir ese diálogo es caminando por el bosque que rodea los pequeños cottages ingleses donde vive la familia. Con sus binoculares a mano, Mya-Rose habla apasionadamente de todo, posa para el fotógrafo, no deja de observar a su alrededor en busca de alguna señal e incluso se esfuerza en mostrar a los visitantes la belleza de la zona, al sureste de Inglaterra. En un claro entre ramas aparece a lo lejos la torre de la Iglesia del Arcángel San Miguel, una de las muestras más bellas de arquitectura normanda en territorio británico.

“Desde que tenía seis días de vida, mis padres me llevaban con ellos a observar pájaros. Siempre lo he sentido como algo natural. Y siempre he amado las aves, y salir a la naturaleza. Lo raro, creo, fue descubrir, a medida que me iba haciendo mayor, que no todo el mundo disfrutaba de los pájaros como lo hacíamos nosotros”, sonríe Mya-Rose cuando describe su obsesión.

Mya-Rose Craig observa el cielo con sus binoculares en la mano.
Mya-Rose Craig observa el cielo con sus binoculares en la mano.Manuel Vázquez

Hija de un inglés y de una bangladesí imbuidos de ese espíritu deliciosamente excéntrico y aventurero de algunos británicos, que entienden que el mejor modo de regalar felicidad y libertad a los niños es tolerar y fomentar cierta anarquía, Mya-Rose ha recorrido junto a sus padres todos los continentes, en busca de las aves más exóticas, pero también de una paz familiar constantemente amenazada por los vaivenes de euforia y depresión de su madre, aquejada de trastorno bipolar.

La historia de su padre, Chris, ingeniero de éxito, pero sobre todo un apasionado twitcher (como se conoce a los observadores de aves), es la de un hombre incapaz de sucumbir al agotamiento en su esfuerzo por sostener en pie al amor de su vida. Forma parte de la narración de Birdgirl. Mi familia, las aves y la búsqueda de un futuro mejor (Errata Naturae; traducción de Silvia Moreno Parrado), el libro que ha catapultado a la fama a Mya-Rose, por el que compitieron con pujas de hasta seis cifras las principales editoriales inglesas. Sabe que ya nunca podrá desprenderse del nombre que ella misma eligió, por el que le conocen millones de seguidores. Lo utilizó por primera vez al poner en marcha un blog que cuenta ya con cuatro millones de lectores, en el que comenzó a narrar sus viajes por el mundo y los pájaros que iba avistando por el camino. Suma ya más de 5.800 especies, mas de la mitad de las que pueblan el mundo.

Mya-Rose Craig, retratada en un bosque, cerca de su casa en el sudoeste de Inglaterra.
Mya-Rose Craig, retratada en un bosque, cerca de su casa en el sudoeste de Inglaterra.Manuel Vázquez

“Y la gente me pregunta si actualizo constantemente diarios, o cuadernos de notas para acordarme de todo, porque el libro, obviamente, está lleno de detalles”, explica. “Pero en realidad no necesitaba nada de eso. Porque cada uno de los recuerdos que cuento en el libro está vinculado a un pájaro concreto, y cuando recuerdo su imagen, recuerdo también ese momento concreto de mi vida. Escribir este libro, en ese sentido, ha sido revisar mi vida”, concluye.

Y en su vida fueron relevantes el faisán dorado, cuya belleza multicolor atrapó para siempre a la madre de Mya-Rose, la abogada Helena Ahmed, en una carrera incesante por avistar más aves que tranquilizaran su mente y su espíritu; el colibrí picoespada, esa criatura inexplicable que se sostiene en el aire con un endiablado aleteo y sirve por sí sola para justificar la obsesión por el pajareo de miles de personas; el búho nival, que la niña y el padre observaron juntos de un modo iniciático; y sobre todo, el águila arpía, esa ave rapaz de tamaño tan descomunal que podría parecer una persona disfrazada de pájaro. “Llamada así por las arpías de la mitología griega. Parte mujer, parte ave y completamente aterradora. Una elección rara como mascota, estoy de acuerdo, pero esta magnífica ave es además un progenitor que protege a sus crías y debe de luchar duramente para sobrevivir. Mi familia también tuvo que luchar duramente para sobrevivir”, explica Mya-Rose en el libro la razón que justifica su pasión por esa especie.

De las aves al activismo medioambiental

En el siglo XIX, los mineros descendían a las profundidades de la tierra para extraer el carbón y llevaban consigo un canario en una jaula. De ahí viene la expresión “el canario en la mina”, para describir la señal de un peligro inminente. Cuando el pájaro dejaba de amenizar con su canto a los trabajadores había peligro a la vista, en forma de fuga del letal monóxido de carbono.

La alerta de un canario para salvar a los mineros. La alerta de las aves de todo el planeta, cada día en menor número y en mayor peligro de extinción, para avisar a la humanidad del riesgo del cambio climático. Mya-Rose se ha convertido en uno de los rostros más reconocidos en esa lucha contrarreloj en la que se ha embarcado toda una generación. Ha compartido manifestaciones en primera línea con la activista Greta Thunberg; charlas y debates con la actriz Emma Watson durante la cumbre climática del COP26 en Glasgow; presentaciones y puestas en escena con un icono británico de la lucha medioambiental como Sir David Attenborough. La foto de la joven sobre uno de los trozos flotantes de un glaciar fragmentado, mientras muestra a la cámara un cartel que proclama la huelga de los jóvenes en defensa del clima (Youth Strike for Climate) forma parte ya del imaginario colectivo del siglo XXI, símbolo del mayor desafío al que se enfrenta el planeta.

Y sin embargo, Mya-Rose logra transmitir en sus convicciones políticas una templanza y una falta de radicalismo que son probablemente el fruto de una afición que le ha ayudado a contemplar el mundo y sus problemas con la calma y prudencia necesarias. “La narrativa construida en torno al cambio climático ha llevado a muchas personas a convencerse a sí mismas de que, si te preocupa este asunto, debes dedicarle toda tu vida. Tiene que ser, creen, más una transformación que un cambio. Y realmente lo que necesitamos es que todo el mundo cambie en un diez por ciento”, explica la joven mientras camina bosque arriba y explora sin cesar todo lo que hay a su alrededor. “Cuando yo tenía diecisiete años, durante el momento más álgido de las protestas escolares para impulsar la lucha contra el cambio climático, mucha gente dedicó todo su tiempo a esta causa. El resultado fue que acabaron exhaustos antes de cumplir dieciocho años, convencidos como estaban de que debían salvar el mundo ellos solos”.

Conservacionismo y diversidad étnica

Cuando Mya-Rose comenzó a acompañar a sus padres en las prolongadas jornadas de pajareo descubrió a una comunidad de aficionados que básicamente eran hombres, cincuentones y blancos. Los dos primeros rasgos han cambiado. En apenas dos décadas, una nueva ola de mujeres y de jóvenes se han incorporado a una afición que supone también toda una declaración política de intenciones en defensa de la naturaleza y su conservación. Pero sigue siendo extraño, como le pareció a ella a medida que fue percibiendo su origen bangladesí y el hecho de tener una raza mixta, que las minorías étnicas se incorporen a la causa medioambiental. “No puedo hablar por otros países, y supongo que habrá detrás de esto razones históricas o culturales. Pero en el caso del Reino Unido, durante más de un siglo, la observación de los pájaros o de la naturaleza era un lujo reservado para gente con tiempo, dinero y energía para llevarlo a cabo”, razona Mya-Rose en voz alta. “Y a la vez, se ha desarrollado una creencia cultural entre las minorías étnicas británicas que les lleva a verse a sí mismas como personas urbanas. El campo se ha convertido en un territorio extraño que asusta. Al final, el resultado era que solo la gente blanca de clase media se lanzaba a explorar la naturaleza”.

La joven ornitóloga, en un bosque alrededor de la aldea donde vive con su madre y su padre, en el sudoeste de Inglaterra.
La joven ornitóloga, en un bosque alrededor de la aldea donde vive con su madre y su padre, en el sudoeste de Inglaterra.Manuel Vázquez

Es una de las razones por las que la joven ornitóloga, siempre impulsada por el activismo progresista de su madre, puso en marcha la organización Black2Nature. Tenía apenas catorce años, en septiembre de 2016, y logró poco a poco el respaldo de entidades conservacionistas y de las instituciones públicas para levantar un proyecto que lograra poner en contacto a los adolescentes de minorías étnicas con la naturaleza. Tres años después se convirtió en la ciudadana británica más joven en obtener un doctorado honoris causa, que le concedió la Universidad de Bristol por un trabajo pionero.

Resulta curioso cómo una niña-adolescente-mujer de su generación, que comprendió de inmediato el poder que ponían en sus manos las redes sociales para impulsar determinadas causas, creyó posible preservar su verdadera identidad, su vida personal, sus inquietudes cotidianas propias de la edad, y separarlas de su faceta pública bajo la máscara de birdgirl, la niña pájaro. Los discursos de odio que, como siempre desde el anonimato, arremetían contra su activismo político, su origen étnico, su género, su mismo derecho -a pesar de su juventud- a participar en el debate público, descolocaron a una niña que todavía estaba intentando definir su papel en el mundo. Pocos años después, la solidez con que Mya-Rose expresa sus convicciones presenta a una mujer templada y segura de la justicia de sus ideas. Lleva ya tres años estudiando Ciencias Políticas -no Biología ni ninguna otra rama de las ciencias naturales, como podría esperarse- en la Universidad de Cambridge. “¿A quién se le ocurre trolear [acoso en las redes] a una niña de trece años en Twitter? Hace falta ser estúpido. Me temo que es otra de esas lecciones vitales que te toca aprender del modo más duro. Hoy tengo una piel mucho más dura, y la idea de expresarme en las redes es simplemente una herramienta útil. Pero entonces todo aquello fue bastante doloroso, porque atravesaba por una fase muy delicada en mi vida personal”, recuerda.

La lucha personal de su madre

El hilo conductor del relato de Mya-Rose es el vuelo de cualquiera de las aves que han marcado su vida y pueblan las páginas de sus memorias, pero el objetivo último de seguir el rastro de ese hilo ha sido siempre preservar la unidad familiar de padre, madre e hija, y sobre todo salvar de sus demonios interiores a Helena Ahmed. La hija de una familia bangladesí profundamente tradicional que desafió las expectativas que la vida había diseñado para ella; la abogada inmersa en causas progresistas como la lucha antirracista y la defensa de la diversidad; la madre que ha inoculado en Mya-Rose una fortaleza de carácter y, finalmente, la mujer que se aferró a los pájaros para buscar la paz que su mente se negaba a conceder.

Los intentos de la madre de burlar al destino y a su propio esposo, para buscar el momento propicio de soledad en el que quitarse definitivamente la vida, han marcado el destino y los anhelos de ese trío familiar. Resulta conmovedor el modo en que Mya-Rose describe los esfuerzos de su padre para organizar viajes por todo el planeta. La excusa son los pájaros. El motivo real, recomponer el estado de ánimo y la calma de su esposa, aquejada de un trastorno bipolar que la llevó en dos ocasiones a ser internada en un centro especializado, para poder ser tratada. No hay remedios mágicos para una condición de salud mental de la que no se puede escapar. Ni siquiera los pájaros. Es una combinación de medicamentos, cuyas dosis deben ensayarse hasta dar con el equilibrio químico que devuelva la paz a la mente de Helena; y un amor inagotable de padre e hija hacia la mujer que, realmente, ha sido el ancla que les ha hundido y sostenido durante toda una vida.

“Como trastorno mental, la bipolaridad resulta muy difícil de tratar. Se trata de intentar equilibrar constantemente las sustancias químicas que hay en el cerebro de una persona. Sin embargo, cuando finalmente logró ser diagnosticada -casi diez años después de haber sufrido tanto-, ella lo llevó mucho mejor que mi padre o que yo misma, porque finalmente sabía qué pasaba en su cabeza”, recuerda Mya-Rose.

Fue en uno de los viajes más fascinantes que la joven ornitóloga describe en su libro, cuando toda la familia se desplazó a un paraíso de las aves como es Ecuador, cuando pudo comenzar a comprobar el efecto benéfico que la naturaleza tiene sobre el ser humano. Su madre, recuerda, acababa de salir de un periodo depresivo realmente severo. Se sentía culpable, por no poder disfrutar de la perspectiva emocionante del viaje o por que sus sentidos no estuvieran tan alertas como los de su esposo y su hija. “En un periodo de tres semanas, se transformó, despertó, estaba presente y alegre. Creo que aquel viaje fue para ella una lección vital que le indicaba lo mucho que necesitaba el contacto con la naturaleza”, recuerda Mya-Rose.

Helena se ha convertido en la mejor representante de su hija. Abandonó su trabajo legal definitivamente, y es ella quien ordena ahora la agenda pública de una joven que, de un modo natural y gradual, se ha convertido en un símbolo de la causa medioambiental del siglo XXI. Pero al observar el cariño con que Mya-Rose se dirige a ella, el modo instintivo en que madre e hija se juntan cuando están en la misma habitación y repasan sus planes, permite entender cómo la lucha de una ha sido la fuente de energía para la otra, en una fascinante simbiosis de mujer. “Después de Ecuador”, cuenta en el libro, “comenzamos a vivir una vida muy simple, ahorrando cada penique que era posible para destinarlo a nuestros viajes. Entendí, desde que era una niña, que grandes o pequeños, marrones o coloridos, con manchas, brillantes o sin plumas, había algo alrededor de los pájaros que, aunque solo fuera durante breves momentos, nos hacía alejar de nuestras vidas nuestros ojos mirar hacia arriba, al cielo”.

La mirada de Mya-Rose se dirige hoy en todas direcciones. Su activismo la ha convertido en un personaje político de primer orden, y la delicadeza y elegancia de su escritura anticipa nuevos trabajos con relevancia futura. Pero en el paseo por la campiña inglesa de una mañana soleada de septiembre, la ligereza y humildad con que la “niña pájaro” expresa su opinión sobre el cambio climático, el racismo, el feminismo, la necesidad de combinar la conservación del medio ambiente con la justicia social, sugieren que en algún momento es posible vislumbrar, bajo esa camiseta de algodón reivindicativa, propia de cualquier adolescente, dos alas escondidas en su espalda.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.
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