Junts per Catalunya, o cómo dispararse en el pie
El partido de Borràs y Puigdemont se queda fuera del Gobierno catalán, sin cargos y sin garantías de avanzar hacia la independencia
Los socialistas tuvieron que picar piedra durante más de 20 años para desplazar a Convergència de la Generalitat. Esquerra Republicana, cuando ha logrado la presidencia, ha tenido que entregarles a los posconvergentes la mitad de su Gobierno. Y ni la corrupción ni los casos de financiación irregular lograron en su día hundir totalmente a Convergència i Unió y sus reencarnaciones. Por esto resulta incomprensible para más de uno que sean ellos solitos quienes se hayan borrado de la principal institución de autogobierno de Cataluña con una consulta producto de un ejercicio de amateurismo sin precedentes en el espacio político que un día representó la catedral del orden catalán.
Se van. Junts deja el Gobierno de Pere Aragonès, y con ello una pléyade de cargos públicos, asesores y técnicos que tenían por misión reconstruir el espacio posconvergente al calor —y a sueldo— del poder autonómico, mientras seguían alimentando un discurso independentista cada vez más excluyente y montado en el populismo.
Junts podrá ahora predicar la independencia unilateral sin ataduras institucionales. Y podrá hacer oposición al Gobierno que hasta hoy mismo ha estado apoyando. Lo que no se sabe es cómo va a gestionar su paso a la oposición, especialmente cuando sus agitadas bases vean que si la independencia ha sido imposible estando en el poder peor lo tendrán haciendo oposición.
El sector del partido que no se siente heredero de la vieja Convergència y que cree que puede renacer desde la oposición ha llevado a Junts al callejón sin salida de una consulta interna que solo podía beneficiar a sus rivales. Si ganaba la opción de salir del Govern los conducía directamente a la fría bancada de la oposición. Si triunfaba la casilla de mantenerse en los cargos lo hacían humillados y tragándose sus palabras altisonantes.
Hay euforia en Esquerra. Especialmente en el sector que hoy se siente liberado de las históricas tutelas convergentes. Aspiran a gobernar en solitario la Generalitat y a aplicar su plan para seguir estirando el chicle de la independencia sin grandes bravuconadas y aprovechando su presencia institucional para consolidar el partido. Una quincena de consejerías y 500 cargos de confianza siempre bien remunerados son el mejor pegamento de cualquier partido.
Pero no lo tendrán fácil. Aragonès y ERC solo tienen 33 diputados en el Parlament, de un total de 135. Gobernar en solitario es una quimera. Y, autodescartado Junts, Esquerra tendrá que acercarse al PSC, su otro gran rival en Cataluña. Salvador Illa está por la labor de echar una mano, pero no a implicarse más de lo estrictamente necesario. Al fin y al cabo, su objetivo final es liderar una alternativa en Cataluña más que ejercer de muleta. Solo lo hará mientras el PSOE requiera de apoyos republicanos en el Congreso de los Diputados. Cuando acabe la legislatura en el Congreso ya se verá. Y luego están los comunes. Necesitados de proyectar su imagen más allá de la Barcelona de Ada Colau los ocho diputados de Catalunya en Comú ayudarán a Aragonès como lo han venido haciendo hasta ahora. Pero ni la Generalitat es su prioridad ni gobernar al lado de los independentistas les ilusiona lo más mínimo tras haber sido víctimas de sus insultos durante años.
Junts inicia la travesía del desierto, pero Aragonès se prepara para su viacrucis.
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