Barrio de Lagunillas, un símbolo de resistencia devorado por el turismo en Málaga
Los pisos turísticos se multiplican en esta zona pegada al centro de la ciudad y los vecinos, tras años de lucha, asumen que la gentrificación acabará con su singular identidad
En su agenda caben conciertos, lecturas de poesía, cine, intercambio de idiomas, magia o exposiciones. Y tras su barra se sirven bebida y tapas. La Polivalente, sin embargo, es mucho más que un bar. “Damos cabida a toda la propuesta cultural de la ciudad”, explica el artista y arquitecto Matías Murillo, de 49 años. Lleva ocho al frente del espacio junto a su socio Daniel Vega, tiempo que le ha permitido tener una visión global de la gran transformación vivida por el puñado de calles que le rodean y forman el barrio de Lagunillas, a un paso de centro de Málaga. Un rincón que ha pasado de estar olvidado a acoger cientos de apartamentos turísticos y convertirse en un caramelo para la especulación. “Es inevitable que la gentrificación y la turistificación acaben llegando aquí también. El malagueño es ya una especie en extinción en la ciudad”, señala Murillo a punto ya de levantar la persiana del establecimiento. Hoy toca improvisación teatral.
En Lagunillas, según datos municipales, viven unas 1.500 personas, que ascienden a unos 4.000 si se cuenta la población de la cercana zona de Cruz Verde. En sus calles se mezclan pequeños bloques de viviendas, una sucesión de casas tapiadas y solares vacíos consecuencia, en parte, de la crisis inmobiliaria de 2008. Una placa recuerda que aquí nació la abogada Victoria Kent, diputada en la Segunda República y directora general de Prisiones. Sorprende ver, cámara en mano o sobre una bicicleta, a grupos de turistas que recorren un lugar donde hoy es más fácil ser visitante que residente. En la aplicación de AirBnb se pueden ver hasta 145 alquileres turísticos solo en el corazón de esta zona —con precios que superan fácilmente los cien euros por noche— cifra que se duplica alejando solo un poco el zoom en el mapa. A cambio, en la web de Idealista solo hay un piso de 76 metros para alquiler de larga temporada a 1.100 euros mensuales. Un estudio de diagnóstico impulsado por el Ayuntamiento de Málaga con fondos europeos concluye que el proceso vivido por el barrio en los últimos años le ha llevado a vivir una doble realidad. Una coyuntura entre la “necesaria regeneración que siga conservando su identidad, con una estructura de barrio tranquilo, residentes permanentes y pautas de convivencia” y, la alta probabilidad de “convertirse en un parque de ocio para el turismo, con los problemas de gentrificación y turistificación asociados”.
“A la gente humilde, trabajadora, la han echado poco a poco”, afirma Curro López, presidente desde hace 17 años de la asociación de vecinos Lagunillas. “Esta es no es una zona tensionada, es lo siguiente”, subraya en referencia a la oposición del Ayuntamiento, con el partido Partido Popular a la cabeza, a limitar los precios de alquiler en Málaga. López es una eminencia local, dirige un banco de alimentos, fomenta las relaciones vecinales y se deja la piel contra la exclusión social. Celebra los planes futuros de una promotora de levantar 84 VPO con alquileres entre 375 y 600 euros, pero a nivel de barrio cree que ya está casi todo perdido. “Nos ha devorado el turismo”, subraya. La calle Cobertizo del Conde define bien esas palabras. Un extremo está ocupado por dos bloques dedicados en su totalidad a apartamentos vacacionales: Suites La Merced y La Siesta Málaga. Al otro, hay dos casas ruinosas entre varios solares —propiedad de la Junta de Andalucía— cuyo destino más probable son nuevas viviendas de renta libre. “Lucha Málaga” se lee en un grafiti que representa un puño en alto. “Si me queréis, irse”, dice otra pintada. Aquí hay decenas y tienen un origen reivindicativo.
Acciones vecinales reivindicativas
Hace más de una década, el Ayuntamiento de Málaga impulsó la llegada de artistas urbanos internacionales para crear el barrio del Soho, al sur del centro histórico. Como respuesta, y protesta, numerosos creadores locales —de Dadi Dreucol a Lalone— quisieron llamar la atención con sus propios trabajos. Lo hicieron en Lagunillas, donde encontraron paredes blancas. El artista Miguel Chamorro —fallecido en 2017— había dado el primer paso a principios de los años 2000 con su asociación social Fantasía Lagunillas. Luego llegaron estos artistas, que homenajearon con sus trabajos a personajes locales —desde Chiquito de la Calzada y Pablo Ráez al Cantinero y los vecinos que protagonizaron el documental Ilustres Majaras— o critican la especulación urbanística. A ellos se unieron muchas más iniciativas como Lagunijazz, El futuro está muy Grease, el solar autogestionado Victoria de Quién y otras muchas acciones espontáneas. Como el día que los propios residentes hicieron turismo en sus calles observando y fotografiando a los grupos de turistas que llegaban a su barrio.
“El grafiti y el arte urbano han adquirido una especial relevancia como hilo conductor del proceso de recuperación del espacio público y de toma de conciencia de los habitantes de Lagunillas”, apuntan las investigadoras Andrea Castro-Martínez y Cristina Pérez, docentes de la Universidad de Málaga. En un artículo explican que Lagunillas es “un símbolo de resistencia ante el avance de las prácticas turísticas y especulativas más salvajes, poniendo en valor el carácter beligerante y crítico de la población de la zona”. Muchos de esos residentes forman la asociación vecinal Lagunillas por Venir, nacida en 2017. Son unos 60 y se reúnen en La Casa Azul, espacio que parece sacado del Berlín de los años ochenta y escondido en la estrecha calle Vital Aza. Allí se habla de todo lo que ocurre en este territorio, como el patrimonio derribado o la antigua vida comercial. Apenas quedan ya una droguería y una carnicería, pero las dos panaderías, el asador de pollos o varias tiendas de ropa han sucumbido, como otros muchos locales, hoy convertidos en apartamentos. También proponen acciones reivindicativas. “Siempre han sido lúdicas porque esto es Málaga y aquí no nos gustan los grandes dramatismos”, reflexionan desde la entidad.
El riesgo de la peatonalización
Esa actividad fue uno de los argumentos para que el consistorio, con fondos europeos, iniciase en 2017 un proceso de participación vecinal que, en realidad, no lo era tanto. “Las propuestas importantes estaban decididas, así que realmente era un proceso de información”, explica el arquitecto Rubén Mora, uno de los miembros de la Fundación Rizoma que realizó parte de aquella labor. Ellos fueron más allá y realizaron un censo, vivienda a vivienda, para analizar a fondo la situación, aunque los resultados obtenidos no eran vinculantes. “El problema es que fondos que son para vulnerabilidad social terminaron en infraestructura pura y dura. Y se olvidan medidas sociales como la regulación de los apartamentos turísticos o los precios de alquileres. Por eso territorios como este acaban gentrificados y turistificados”, añade Mora. El alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, que lleva 24 años en el cargo, siempre se ha escudado en que dichas normativas no son de competencia municipal. Desde finales de enero, la Junta de Andalucía sí que permite ya que las ciudades los limiten.
El municipio, mientras, ha impulsado obras por valor de 4,1 millones de euros que, más allá de renovar la red de saneamiento, la de abastecimiento o el alumbrado, peatonalizarán varias calles de Lagunillas. “Hoy las rutas turísticas acaban en la Plaza de la Merced, pero esta peatonalización es como una alfombra para que el modelo desarrollado en el casco histórico siga por aquí. Se harán cosas buenas, claro, pero la experiencia nos dice que al final esto se hace para mejorar el atractivo del barrio y aumentar su valor especulativo. Los pocos comercios que quedan serán franquicias y la vivienda subirá mucho, así que más vecinos acabarán expulsados”, advierte Kike España, arquitecto, investigador, activista en La Casa Invisible y profesor de la Escuela de Arquitectura de Málaga.
También es impulsor de Suburbia, proyecto cuya cabeza visible es una preciosa librería con sede en la calle Ana Bernal, justo junto a un apartamento de dos habitaciones que se alquila por 300 euros la noche, gastos de limpieza aparte. La iniciativa también incluye una rama de investigación, radio comunitaria, programa de estudios y una revista cuatrimestral, Volante, cuyo último número se centra en la turistificación. “No vivimos del turismo: el turismo vive de nosotras”, se lee en su foto de portada. En sus páginas centrales hay otra imagen cenital de un grupo de vecinos junto a una pintada en el asfalto donde se lee “Amenaza en Vital Aza”. En el vecindario temen el proceso que les envuelve, pero algunos creen que pararlo no es una utopía. “No hay nada imposible”, exclama España. “Cada vez hay más voces escépticas ante el turismo. Va mucho más allá del barrio, porque es un modelo insostenible en lo social y lo medioambiental. Las normas pueden cambiar y hay que intentar que lo hagan. El problema es que la gente vota el mismo modelo una y otra vez sea por las razones que sean. Y ni la oposición tiene una posición clara”, concluye España.
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