“Buena parte de Málaga ya se ha perdido”: así se desvanece el patrimonio arquitectónico de una ciudad
Una normativa anticuada y escasa, el desarrollo turístico y la gentrificación se han convertido en un tsunami que acaba con edificios e interiores valiosos, pero exentos de protección. Los ciudadanos empiezan a coleccionar sus recuerdos
Envuelto con mimo, Óscar Hilillo, de 35 años, saca de su mochila un precioso azulejo blanco y azul. Abre poco a poco el plástico de burbujas y, con cuidado, lo deja sobre la mesa. Está hecho a mano y tiene más de 200 años. Lo recogió de un contenedor, como otros muchos elementos que ha ido recopilando durante más de una década. Es el tiempo en el que ha documentado y denunciado cómo el patrimonio arquitectónico de Málaga desaparece. A veces son edificios enteros. Otras, elementos interiores como suelos hidráulicos o zócalos que decoran una pared. Y en algunas ocasiones son detalles que a simple vista pasan desapercibidos, como forjas, balcones, ventanas o artesonados. “La ciudad está perdiendo su identidad, lo que la hace única”, explica este joven formado en comunicación audiovisual que, además de una colección de piezas recuperadas, ha hecho acopio de miles de fotografías que permiten contrastar paso a paso cómo el pasado de la capital malagueña se desvanece derribo a derribo. “Ahora buena parte de su historia está solo en los libros: en la realidad ya se ha perdido”, lamenta.
Hilillo fue una de las personas más implicadas en la manifestación convocada en marzo de 2019 para intentar parar la demolición del edificio conocido popularmente como La Mundial, muy cerca del mercado de Atarazanas. Como él mostraba con cartelería y vídeos, se quejaban de los planes para la demolición del inmueble, levantado en el siglo XIX por Eduardo Strachan. Defendían su valor histórico, pero no sirvió de nada. Fue derribado días más tarde para levantar un polémico hotel diseñado por Rafael Moneo y, al lado, una nueva versión del edificio demolido. “Una vez que algo se tira, lo perdemos, no se puede recuperar. Y por desgracia lo hemos comprobado en La Mundial: la que se demolió no tiene nada que ver con la reconstruida. No solo son materiales contemporáneos, es que es un proyecto en manos de un premio Pritzker que no termina de conseguir una copia mimética, así que imagínate al resto”, opina Rafael Pozo, responsable de la Oficina de Rehabilitación del Colegio Oficial de Arquitectos de Málaga.
Aquella fue la primera gran movilización en defensa del legado local. Sirvió para mostrar la creciente preocupación entre los malagueños y a finales de ese año un grupo de ellos, Hilillo incluido, ejercieron de anfitriones en las XV Jornadas de defensa del patrimonio español tituladas Ciudad vs Marketing. En 2016, el geógrafo Anton Ozomek había publicado un estudio que alertaba que de los 1.280 edificios incluidos en los límites del centro histórico —declarado Bien de Interés Cultural— casi la mitad habían sido ya demolidos desde 1957. La etapa en la que el ritmo destructor se acelera es la reciente. En los primeros 16 años del siglo XXI cayeron 218 inmuebles, frente a los 355 de los 42 años anteriores. Otros muchos lo han hecho de manera completa o parcial en los últimos siete años. Y no solo en el centro histórico, también en otros puntos de la ciudad, como ya le ocurrió a barrios completos como La Coracha o a su legado industrial, hoy eliminado.
La desaparición de edificios completos es el escalón más visible, pero antes hay uno que pasa casi desapercibido. Está oculto porque se refiere al valor que tienen muchos inmuebles en su interior y al que los niveles de protección de las administraciones suelen hacer aún menos caso. Ahí se incluyen artesonados, suelos, forjas, ventanales o azulejos como los que periódicamente Hilillo rescata de las cubas con destino a vertederos. “¿Por qué no se mantienen donde están? ¿Por qué no se recuperan?”, se pregunta quien tiene ya el ojo entrenado para detectar cuándo una obra de rehabilitación modifica cualquier elemento original. Su larga trayectoria y la extensa documentación que realiza —esos más de diez años fotografiando su entorno— le permiten hacer comparaciones de los cambios. Algunos ejemplos son incomprensibles, afirma. “Se pasa de interiores históricos y con mucho valor a diseños estándar que podrían estar en cualquier ciudad del mundo”, insiste Hilillo, que pone como ejemplo el caso de un edificio en calle Fresca, en el centro, donde unas bonitas vidrieras, varias puertas, rejas y azulejos han sido borrados en la reforma. “Y por defender todo eso hay quien me dice antimalagueño”, suspira.
Normativa obsoleta
El malagueño apunta que no todo es negativo. Hay buenas muestras de recuperación, como la que hizo Mayoral de la antigua fábrica de Intelhorce o la que sirvió para que la antigua Casa de Misericordia de la ciudad —inaugurada en 1862— acoja desde 2012 el centro cultural La Térmica. También existen luchas acabadas con éxito, como la que inició una vecina de La Malagueta cuando vio que las obras de reforma del portal de su bloque lo iban a destrozar. O profesionales que hacen trabajos exquisitos: Francisco González o Antonio Díaz Casado, que ha recuperado pinturas murales en fachadas del siglo XVIII.
“Hay intervenciones de muy alto nivel”, subraya Rafael Pozo. El especialista, sin embargo, revela que no todos sus colegas tienen las misma preocupación por la conservación. Y destaca que la capital está azotada por “una tormenta perfecta” formada por varios factores: una normativa anticuada “que no está a la altura”, con un catálogo “obsoleto” que protege muy pocos edificios (es de 1989); el poco interés del ayuntamiento en actualizarlo, puesto que lleva más de una década sin hacerlo a pesar de que tiene la obligación; la escasez de técnicos y funcionarios —algunos muy comprometidos con la defensa del patrimonio, pero a quienes se les acumulan los expedientes por la lenta burocracia—, y promotores cuya prioridad es obtener la mayor rentabilidad posible. “Vivo y trabajo en el centro y hay casos de edificios derribados de manera incomprensible”, señala Pozo. Entre los que destaca La Mundial. “Las administraciones hicieron un traje a medida para ese hotel. Siempre estuve en contra del proceso”, afirma.
Otro ejemplo claro de esa tormenta perfecta es la villa La Atalaya, en la zona este de la ciudad. Era una casona de casi un siglo de vida con elementos de interés —solerías hidráulicas o una gran escalera de madera— y un exterior que compartía rasgos comunes con la arquitectura de la zona. Fue derribada legalmente porque el edificio no tenía protección. Después, la Gerencia de Urbanismo municipal arguyó que durante dos años sus técnicos habían intentado visitar la vivienda para estudiarla, sin éxito. No lejos de allí, en 2019 las piquetas derribaron Villa Maya, casa que había sido refugio de víctimas de los dos bandos en la Guerra Civil, pero la protección como lugar de la memoria histórica tampoco llegó nunca. Dos años después, el consistorio malagueño instaló una placa para recordar su valor.
“El municipio no hace absolutamente nada, penaliza la conservación y premia al derribo”, insiste el arquitecto Ico Montesino, de 41 años, que cree que la ciudadanía no percibe esa pérdida de riqueza interior porque quedan eclipsados por aquellos en los que sí se ha hecho bien; pero también por lo que denomina “fachadismo”. Es decir, se conserva toda o parte de la fachada pero desaparece el resto de un inmueble, dando la sensación de que se ha mantenido al completo.
Montesino habla de uno de esos casos y se refiere al antiguo Palacio Solecio, reconstruido al completo —solo se mantuvo en pie el exterior— para albergar un hotel. En el proceso, asegura, se perdió buena parte de su identidad, además de “desvirtuar” el edificio original. También va más allá. Habla de un tercer escalón en la espiral de destrucción de patrimonio: la destrucción urbanística. Es lo que ocurrió con la desaparición de la calle Pasillo de Atocha bajo, de nuevo, el hotel de Moneo. “El entramado urbano es el que sustenta la arquitectura. Si se pierde una calle se pierde su nombre, el camino que utilizaban los vecinos, parte de la ciudad. Y todo por hacer un hotel”, añade quien, además, critica que la remodelación de calles haga que se pierdan pavimentos, como viejos adoquines o cantos rodados, “algo que también influye en la desaparición de oficios tradicionales”. Hay zonas en las que simplemente se sustituyen por asfalto.
“Tirarlo todo y avanzar”
“Creo que en general el interés actual es el de devaluar el patrimonio y la identidad de Málaga. La visión es que todo eso se convierte en un lastre para el desarrollo y progreso de la ciudad. Es todo más materialista, centrado en operaciones inmobiliarias, en tirarlo todo y avanzar. Eso genera un desarraigo y una pérdida de identidad. Mucha gente ya no reconoce la ciudad como suya, cuando antes sí lo hacía. Y al final deja de importarte lo que hagan”, sostiene Fran Campos, de 33 años. Con formación tanto en marketing digital como en gestión cultural, cuenta historias relacionadas con rincones de la capital en Twitter y la SER, donde también denuncia todo lo que se está eliminando. Cree que cada elemento destruido suma a favor del desarraigo vecinal. “Al final a la gente le termina dando igual lo que pase. Y se acaba pensando que quienes defendemos estas cosas estamos en contra del progreso”, señala. También liga este proceso al de gentrificación. “Hay edificios de los que se saca a los vecinos, se cierran los comercios y luego se dejan morir. Así se tiene finalmente una excusa para derribarlos”, relata.
Campos centra en la actualidad parte de sus esfuerzos en denunciar lo que está por venir. “Ahora ese proceso de desaparición sucede también en barrios como El Perchel o Capuchinos. Sobre todo en zonas icónicas como Pedregalejo y El Palo”, aclara. “No hay equivalentes en otra capital andaluza: barrios de pescadores en plena gran ciudad”, insiste Campos. Ambas barriadas, alejadas del casco histórico, se encuentran ahora envueltas en una espiral de crecimiento de los precios de alquiler y compra de viviendas. “Hay lugares que empiezan a ser derribados para hacer apartamentos, casas carísimas y hoteles. Pierdes identidad y, además, ni siquiera lo reviertes en la ciudadanía local, porque al final eso queda en manos de grandes empresas extranjeras y fondos de inversión”, protesta Campos.
Estos tres defensores de Málaga —y otros muchos incluidos en la plataforma Defendamos nuestro horizonte— inciden en un cuarto escalón: la desaparición de un intangible como el paisaje. Se refieren al polémico rascacielos que el municipio ha aprobado en el dique de levante del puerto, un proyecto con fondos qataríes que podrá tener hasta 150 metros de altura. Su ubicación, por la geografía malagueña, lo hará visible desde cualquier punto de la ciudad y sus montañas, además de parte de la Costa del Sol. Lo dicen ellos, pero también lo hizo el Ministerio de Cultura que en 2021, que en un informe señaló que su construcción “alteraría de manera irreversible el paisaje histórico y natural que caracteriza el centro histórico”. “Si sale adelante, hará mucho daño a la ciudad”, cree Óscar Hilillos. Con todo atado a nivel local, solo falta que se pronuncie el Consejo de Ministros, que será donde se dé o no luz verde al edificio. “La conclusión que podríamos sacar es que, a lo mejor, hacer un hotel ahí si nos representa como ciudad. Sería la afirmación de que renegamos del patrimonio y apostamos por la masificación turística, que es lo que se lleva haciendo muchos años”, concluye Ico Montesino.
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