Hacer mesas del árbol caído
El proyecto Amarar surgió en Mallorca después de que un tornado arrasase con 30.000 árboles. Su madera se convirtió en resistentes muebles de diseño
Cuando un temporal acompañado de un cap de fibló —una especie de tornado que se origina en el mar y que arrasa cuando llega a tierra— se llevó por delante 300.000 árboles en Banyalbufar (Mallorca), un grupo de arquitectos tuvieron una idea: ¿y si aprovechamos el desastre para sacar algo positivo? Así nació Amarar, una idea cuyo origen se sitúa en la intención de reutilizar los troncos de los árboles caídos con el fin de transformarlos en mesas y sillas de diseño minimalista y resistencia propia de un material macizo.
Los arquitectos y amigos Francisco Cifuentes, Jaume Crespí y Sebastià Martorell unieron su visión espacial al saber hacer de Toni Galmés, hijo y nieto de una estirpe de carpinteros mallorquines que durante décadas ha visto cómo la isla perdía el oficio maderero. “A finales de los ochenta, principios de los noventa, se desmontó todo. Se deslocalizó toda la industria, que se fue a países de mano de obra barata, y muchas carpinterías cerraron. Además, los tableros de madera maciza acabaron siendo cambiados por melamina”, explica Galmés desde el patio abierto de su carpintería, donde se acumulan los troncos listos para ser trabajados. Dentro de la nave, un sonido de sierras acompaña al olor dulzón de la madera de pino carrasco, el típico de la sierra de Tramuntana, ya cortada en tablas para convertirse en muebles.
“Tradicionalmente, en Mallorca siempre se habían hecho muebles con maderas locales. Pero luego vino la madera del norte de Europa, más perfecta porque crece en un suelo con más nutrientes. O la madera de la silvicultura, donde los troncos son rectos y sin nudos y es más fácil de trabajar”, explica Cifuentes. Y de esta forma, al mismo tiempo que se abandonaba el tejido productivo de la zona y también la tala de los bosques para crear tierras de cultivos, se abandonó también el pino balear y se olvidó el conocimiento para domar una madera más complicada y nudosa.
La consecuencia no se hizo esperar: de los tres millones de árboles que menciona el Arxiduc Lluís Salvador en sus escritos de 1871, Mallorca ha pasado a tener 46 millones de árboles. Y lo que parece una buena noticia desde un punto de vista medioambiental, ya que la isla está reverdeciendo al mismo tiempo que el resto del planeta pierde masa forestal, se convirtió en un peligro. Si el calor es la llama, los restos secos de los troncos caídos en tormentas como la de Banyalbufar o la borrasca Juliette —que en 2023 arrasó con 1,4 millones de árboles— son un polvorín.
Por la particularidad de la isla, el 91% de los bosques de la sierra de Tramuntana, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco, está en manos privadas. El Gobierno balear, aunque establece unas recomendaciones de prevención de incendios, no obliga a los dueños a limpiar los espacios. Y a los dueños, además, la limpieza no les sale rentable. “Nadie quiere los árboles caídos en tormentas”, explica Crespí. Tampoco se realiza una tala pensada para evitar los incendios. “El bosque crece a una velocidad superior de la que se corta. Pero la gente, cuando le dices que vamos a cortar un árbol, no lo entiende como algo positivo, aunque una tala responsable es también prevención”, denuncia Cifuentes.
Antes de mandar los troncos recogidos o talados al aserradero local o a la carpintería, se los deja reposar en balsas de agua durante un año. De ahí viene el nombre de Amarar, que en catalán significa empapar. La técnica de sumergir la madera en agua durante meses es tan antigua que ya se usaba en China en el año 100 antes de Cristo. Y el resultado de ese adobo acuoso es una madera libre de savia, más trabajable y más resistente.
Cuando nació Amarar, ninguno de los componentes del proyecto sabía lo suficiente para crear los muebles que tenían en la cabeza. “Hemos aprendido a base de tortas, pero es importante experimentar. La versión 23ª de un proyecto siempre será mejor que la 22ª”, sentencia Cifuentes. Además de desarrollar de nuevo un tejido productivo local y de hacer una labor de gestión forestal, Amarar no se olvida del diseño. Sus mesas están todas compuestas por un tablero tricapa que las convierte en más duraderas. Las uniones están libres de cualquier herraje o metal. Las patas se unen a los tableros con unas cuñas hechas en la misma madera. Una mesa solo tiene tres elementos: tablero, patas y cuñas. Y un solo material: madera de pino mallorquín. Las piezas se encajan con un mazo, y una vez el mueble está listo se lima y se le aplica una cera natural para que la madera luzca y esté protegida.
El primer encargo del proyecto les llegó de la mano de la Fundación Esment, que trabaja con personas con discapacidad. “Nos han permitido utilizar 70 toneladas de madera para producir unos 100 muebles”, explica Crespí. Tras ese primer impulso, Amarar trabaja ya en la creación de 30 prototipos distintos. Aunque la mesa fue el germen, en los nuevos diseños también hay mesillas, sillas y butacas en las que colaboran con otras empresas locales para crear los tejidos de los respaldos. La intención es crear algo que dure usando solo lo que hay disponible en la isla. “Igual compramos unas ocho mesas durante nuestra vida. La idea es reducir la madera que importamos, hacer un mueble reutilizable, que dure dos generaciones, que te pueda explicar incluso tu vida misma como lo hacen las cicatrices y las heridas. Un mueble que pueda sustituir esa cultura que activa la dopamina para comprar constantemente”, explica Cifuentes. Nada menos.
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