Carne de olvido


Los niños son la calderilla del mundo. Lo que sobra tras una transacción. Lo que se pierde en el fondo de los bolsillos o entre los cojines del sofá. De vez en cuando, surge uno con valor numismático, como el pequeño Aylan, ¿recuerdan?, de tres años, que apareció muerto en una playa de Bodrum, en la costa turca. Su familia huía de Siria en una lancha que naufragó al poco de zarpar. Estaba boca abajo, con la ropa (la ropita, si me permiten el atrevimiento sentimental) aún puesta. Su imagen dio la vuelta al mundo y se convirtió en un objeto de consumo muy preciado porque gozó, temporalmente al menos, de la capacidad de avergonzarnos. Es lo que ocurre cuando la calderilla abunda: que de repente, en medio de toda esa chatarra, una moneda adquiere un brillo especial. Sucedió también, por poner otro ejemplo, con Kim Phuc Phan Thi, la niña del napalm. En 1972, cuando tenía nueve años, fue fotografiada desnuda, corriendo con expresión de espanto por una carretera de Vietnam del Sur con el cuerpo en llamas por los efectos de una bomba de napalm. La imagen le valió a su autor un Premio Pulitzer. En fin.
Pero no es lo normal. Ignoramos los nombres de los bebés muertos o mutilados bajo el fuego israelí, así como los apellidos de los jóvenes raptados en Ucrania para venderlos o prostituirlos al por mayor en Rusia, qué vida. Nadie verá jamás los rostros de los niños que en algunos países viven en las alcantarillas buscándose la vida como ratas. Los de la imagen son chavales palestinos, anónimos también, que buscan leña y plástico en un vertedero de Gaza. Carne de olvido.
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