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MANERAS DE VIVIR
Columna
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De vigas y pajas

Lo peor no es ni siquiera nuestra maldad, sino la necedad, la inmadurez emocional, la falta de pensamiento y autocrítica. Nos enrocamos en nuestras pequeñas ideas, en la comodidad del pensamiento grupal y en los prejuicios

Rosa Montero

Mientras escribo esto, varios días antes de que lo leáis, he alcanzado el punto máximo de saturación ante la espeluznante manipulación trumpista del asesinato de Charles Kirk. Y no porque el atentado no me parezca terrible, sino por el uso y abuso de la víctima para avivar el fuego de un odio fanático que sólo puede agravar la situación. De hecho, que me repugnen las ideas del muerto no debe hacer que me repugne menos su asesinato, pero veo a mi alrededor, en alguna gente progresista, cierto incremento de la demonización de Kirk, como si él mismo fuera de algún modo culpable de su violento fin, un pensamiento que me parece inadmisible pero por otro lado asquerosamente comprensible, porque el sectarismo es muy contagioso y propicia rebotes en el bando contrario. También me extraña que, durante todas estas semanas de inacabable escándalo en torno a Kirk, no se haya recordado mucho más a la pobre congresista demócrata de Minnesota Melissa Hortman y a su marido, asesinados a tiros en el pasado mes de junio por un tipejo llamado Vance Boelter, de 57 años, republicano censado desde 2000, admirador de Trump, antiabortista y homófobo (también disparó e hirió muy gravemente en el mismo día al senador demócrata John Hoffman y a su esposa). ¿Y por qué no mencionamos esto casi nunca, aun siendo tan grave y tan reciente? Porque el arrasador discurso sectario trumpista lo ha borrado. Una pena, porque ser conscientes de ambos crímenes nos proporciona una idea más real de lo que está sucediendo en Estados Unidos. De cómo esa sociedad se está crispando y desgarrando, hundida en la vorágine extremista.

Unos vientos de odio que, por desgracia, soplan huracanados por todas partes. Es lo que tiene el sectarismo, que es uno de los defectos de fábrica del cerebro humano, un pozo negro muy fácil de activar y enconar. Decía Aristóteles que había un rincón de estupidez hasta en la cabeza del hombre más brillante (y de la mujer, añado yo). Y este ridículo fallo mental nos ha conducido una y otra vez a través de los tiempos a la comisión de infinitas barbaridades, al rastro de muerte, destrucción y dolor que vamos dejando a nuestro paso. De modo que lo peor no es ni siquiera nuestra maldad, sino la necedad, la inmadurez emocional, la falta de pensamiento y autocrítica. Somos unos bichos especialmente frágiles ante los sesgos cognitivos; nos enrocamos en nuestras pequeñas ideas, en la comodidad del pensamiento grupal y en los prejuicios, y no sabemos juzgar la realidad de una manera ecuánime. Lo de ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio siempre me pareció un refrán muy atinado que, en menor o mayor medida, nos refleja a todos. A ver, hurgad de verdad dentro de vuestras cabecitas y, con la mano en el corazón, reconoced que, cuando todos hablamos y reclamamos y exigimos tolerancia, en realidad estamos pensando en la tolerancia de los demás ante nuestras ideas; porque, por lo general, las ideas contrarias a las nuestras siguen pareciéndonos despreciables y cabreándonos muchísimo.

Cada día me desconsuela más lo manipulables que somos. Nuestra inacabable necesidad de elogio, cariño, reafirmación, poder. Por ejemplo, puedes haber estado segura durante años de que fulanito es tonto perdido, pero si un día te enteras de que está hablando bien de ti y de tu trabajo, enseguida empezarás a pensar que, en realidad, y si te fijas bien, es la mar de listo. ¡Somos tan previsibles! Inmaduros como niños, pero unos niños insoportables, de esos que apedrean gatos y tienen berrinches, críos maleducados y feroces con botones nucleares al alcance de las pringosas manos.

¿Y qué solución tiene todo esto? No lo sé. Es muy difícil. Habría que potenciar una nueva sociedad que valore el crecimiento personal, el equilibrio emocional, la empatía y la sabiduría, por encima del poder y el dinero. O sea, una maldita utopía. Hace un par de semanas, Rama, el primer ministro albanés, presentó a Diella, una ministra virtual generada por la IA. Se va a encargar de gestionar las contrataciones públicas del Gobierno, para que así los gastos públicos, dijo Rama, sean “100% incorruptibles y transparentes”. Madre mía, qué ilusos. De todos es sabido que las IA, creadas por humanos, reproducen los sesgos cognitivos y los fallos humanos. Mientras no logremos evolucionar emocionalmente, solo produciremos nuevos y peligrosos juguetes para niños malos.

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Sobre la firma

Rosa Montero
Nacida en Madrid. Novelista, ensayista y periodista. Premio Nacional de Periodismo y Premio Nacional de las Letras en España. Oficial de las Artes y las Letras de Francia. Animalista, antisexista y ecologista. Su obra está traducida a cerca de treinta idiomas.
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