Un mundo alucinado
Hay épocas en las que, a la tragedia, se suma un matiz desaforado, un viento de portentosa chifladura


Como bien sabéis quienes me leéis, por razones de impresión tengo que entregar este artículo 15 días antes de que se publique, lo cual, claro está, me suele llenar de zozobras, porque a saber lo que pasará en las dos semanas que faltan para el nacimiento oficial de estas palabras. ¿Y si la noticia que comento se resuelve, o bien empeora drásticamente antes de que salga? Pues bien, en los últimos tiempos ya no me preocupan solo las derivas que el tema del artículo pueda experimentar. Ahora hay más. Mucho más. Por ejemplo, hoy, mientras escribo esto, no sé si cuando se publique estaremos metidos en la Tercera Guerra Mundial, si me encontraré escondida en un sótano, si las cabezas nucleares habrán frito una cuarta parte del planeta, o, ya puestos, si nos habrán invadido los marcianos o habrá caído al fin el meteorito.
Nunca he creído que la realidad fuera algo muy fiable; más bien me parece una construcción social y mental; un decorado frágil que puede derrumbarse en cualquier momento dejando a la vista las sucias tramoyas. La vida, ya se sabe, es resbaladiza y fugaz: “Quien quiera estar contento que lo esté, del mañana no hay certeza”, como decía el poeta y dirigente renacentista Lorenzo de Médici. Pero esa sensación de irrealidad se está multiplicando hoy hasta lo grotesco, hasta lo risible. Hay épocas en la historia sumamente trágicas y graves. Y hay otras épocas en las que, a la tragedia, se suma un matiz desaforado, un viento de portentosa chifladura. Por ejemplo, la Revolución Cultural china debió de ser así: una maldita locura colectiva. Murió mucha gente y causó un enorme sufrimiento, y al mismo tiempo hacían cosas tan disparatadas como cambiar de la noche a la mañana el sentido de las luces de los semáforos, porque el glorioso color rojo no podía significar “detente”, sino “avanza”. Desternillante y atroz (por lo visto, las ciudades colapsaron).
Acabo de volver de Lausana, Suiza, en donde he participado en una actividad en la Universidad, y en una pared de la estación central de la ciudad, entre otros paneles publicitarios, he visto un gran cartel con la imagen de un ovni en gris sobre una nube rosada (era el platillo volante clásico de los años cincuenta, parecido a la bacía de don Quijote) y debajo las palabras: REVOLUTION, pour una humanité pacifique! Accueillir les extraterrestres dans une ambassade (Revolución, ¡por una humanidad pacífica! Acoged a los extraterrestres en una embajada). Y me chocó, pero la verdad es que tampoco tanto. Está todo tan raro que ya no nos extrañamos de lo extraño: vivimos en un mundo alucinado. Investigué un poco y es un anuncio del movimiento ovni raeliano, una secta más que fundó en 1973 un friki francés de 78 años autodenominado Rael que, antes de ser abducido por los marcianos y ver la luz, fue cantante y periodista deportivo. Hasta aquí, un achicharramiento de cabeza como cualquier otro. Pero lo inquietante es que la secta sigue viva, cree a pies juntillas en los extraterrestres y tiene el dinero y el desparpajo suficiente como para pagar ese pedazo de anuncio en la estación central de Lausana. En el corazón de Europa. En la Suiza burguesa, tranquila, mercantil y cauta. Seguro que los raelianos están aumentando en los últimos tiempos.
No entendemos nada. Hemos dejado de entender el mundo. Ya no se sostienen los antiguos y convencionales relatos de la realidad. Cualquier psiquiatra os dirá que el delirio psicótico, esas alucinaciones desenfrenadas que padecen los enfermos de psicosis, son en realidad una defensa. Sucede que el enfermo deja de comprender la realidad y, como el cerebro es un afanoso tejedor de certidumbres, enseguida inventa una explicación (un delirio) para que las cosas vuelvan a tener sentido. Pues bien, me temo que la humanidad entera está atravesando por un vacío y un trastorno semejante. Por ejemplo, miro alrededor y veo a un pseudocientífico, Jose Luis Cordero, íntimo amigo del inenarrable Milei, prometiendo que a partir de 2045 los humanos seremos inmortales (Cordero viene en octubre a Madrid a organizar uno de sus circos, preparaos). Asimismo veo que triunfa y arrasa lo que se conoce como internet muerta, que es el contenido manipulador y falso creado por la IA (hace dos años ya calcularon que el 40% de la Red era artificial; hoy debe de ser mucho más). Por cierto: esa IA omnipresente también alucina. Como nosotros.
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