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Palos de ciego
Columna
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Cómo acabar de una vez por todas con la antipolítica

Necesitamos políticos que no nos mientan ni nos engañen, cuya palabra tenga valor, políticos que jueguen limpio

El Primer Ministro portugués Antonio Costa en Lisboa, Portugal, el 9 de noviembre de 2023 tras su renuncia como primer ministro
El Primer Ministro portugués Antonio Costa en Lisboa, Portugal, el 9 de noviembre de 2023 tras su renuncia como primer ministro Lucas Neves (NurPhoto/Getty Images)
Javier Cercas

Qué casualidad: apenas había escrito yo que el resultado más pernicioso de que hoy la mentira posea mayor capacidad de difusión que nunca es el descrédito vertiginoso de la verdad y la extensión cancerígena del cinismo en política, cuando vi en internet a un reputado politólogo que, mientras defendía la Unión Europea, abogaba con fervor por el cinismo, se declaraba “enormemente partidario de mentir” y concluía: “Hay que jugar sucio, porque los malos juegan sucio”. ¿Cómo queremos que nuestros políticos no sean cínicos y mentirosos si quienes susurran a su oído les aconsejan la mentira y el cinismo? Leyendo con cuidado las encuestas del CIS, uno comprende que, diga lo que diga el propio CIS, el principal problema para los españoles es la clase política; pero no se engañen: quien practica la antipolítica no es esa mayoría palpable de españoles, sino los políticos que abrazan con buena conciencia creciente la mentira y el cinismo.

Nadie es más partidario que yo de una Europa unida –ni siquiera el susodicho politólogo-, pero no todo vale para defenderla. Aquí hay un malentendido: como descriptor del poder, Maquiavelo es brillante -por eso es el padre de la politología-, pero como prescriptor del poder es una calamidad: la historia muestra que no es el fin el que justifica los medios, sino los medios los que justifican el fin, y que el fin más noble se emponzoña si los medios usados para obtenerlo son ponzoñosos. En un discurso pronunciado en la ONU, el presidente Sánchez afirmó: “La democracia libra una batalla por su supervivencia y no puede aspirar a ganar con una mano atada a la espalda”. Discrepo: esa mano atada a la espalda es el estado de derecho, y quienes ponen en riesgo la supervivencia de la democracia son quienes, desatándose la mano, lo violan o socavan. La democracia española tenía derecho a defenderse del terrorismo de ETA, pero no con el terrorismo de estado del GAL: eso es desatarse la mano de la espalda; Israel tiene derecho a defenderse del terrorismo de Hamás, pero no arrasando Gaza: eso es desatarse la mano de la espalda. Cuando la democracia se desata la mano de la espalda, emprende el camino de la autocracia. Si el fin justifica los medios, todo está justificado y se impone la dialéctica schmittiana amigo/enemigo, típica del populismo: contra el enemigo, todo; contra el amigo, nada (aunque mienta o se corrompa). ¿Los jueces imputan a nuestros enemigos? Justicia. ¿Los jueces nos imputan? Lawfare. Las reglas rigen para los enemigos, pero no para nosotros, que somos los buenos y podemos jugar sucio. Pervertidos por ese sectarismo letal, es lógico que, en su fuero interno, tantos políticos se rieran del socialista portugués António Costa cuando dimitió de su cargo de primer ministro -”para preservar la dignidad de la institución”- en cuanto un juez imputó a uno de sus asesores y abrió una investigación sobre él. Una noticia veraz publicada por el digital The Objective ha pasado inadvertida. Poco después del tenebroso encuentro en Barajas entre José Luis Ábalos y Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Venezuela, el entonces ministro de Transportes y hoy sospechoso de corrupción citó en su casa al presidente de AENA -empresa encargada de gestionar los aeropuertos- y le exigió que borrase las imágenes grabadas de su presencia en el aeropuerto. El responsable de AENA era Maurici Lucena, economista y militante socialista; sin embargo, y aunque Ábalos era su superior -además de mano derecha del presidente Sánchez y hombre fuerte del gobierno-, Lucena se negó en redondo a acatar la orden. Ábalos montó en cólera, pero Lucena no cedió. “Eso es ilegal y yo no puedo hacerlo”, le dijo al ministro.

¿Por qué nos resulta admirable el gesto de Lucena? ¿Por qué la dimisión de Costa parece casi “angelical” (el calificativo es de un politólogo)? Necesitamos políticos que no nos mientan ni nos engañen, cuya palabra tenga valor, políticos que acepten luchar con una mano atada a la espalda, que jueguen limpio, que respeten las reglas, respeten a sus adversarios y nos respeten. Necesitamos políticos íntegros. Necesitamos Costas y Lucenas. Así se acaba con la antipolítica.




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Sobre la firma

Javier Cercas
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962. Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.
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