La historia de la maqueta que Toño, de Burning, grabó antes de morir y se perdió durante 33 años: “Es el disco de la soledad del genio”
El compositor dejó tres copias de una maqueta de 60 minutos. Su última obra. Dos se extraviaron. La tercera finalmente vio la luz y se edita ahora: ‘Muerde la bala’ se publicará en septiembre
La noche antes de morir, Toño Martín, quien había sido el cantante y compositor de Burning hasta 1983, le dijo a su hija Penny: “Te espero porque no hay espera”. La niña de 11 años no sabía que su padre se estaba despidiendo de ella. Mucho menos que, semanas atrás, había dejado tres copias de una maqueta a buen recaudo: una a su esposa, Esther; otra a su mejor amigo del pueblo, y una tercera registrada en las oficinas de Warner Chappell. Quizá lo que Toño esa noche no pensó, después de leerle un cuento a su hija y acostarla, es que esas tres copias tuviesen el destino que tuvieron: una se extraviaría, otra quedaría sepultada y la otra aguardaría en un cajón de una mesilla de noche durante décadas hasta que llegó a convertirse en el disco que su autor soñó. “Es el disco de la soledad del genio. Se sabía solo y lo muestra así en unas canciones que poquísima gente sabía que había grabado”, asegura Penélope Martín, Penny, hija del músico.
Ese álbum ve ahora la luz. Más de tres décadas después de la muerte de Toño Martín y en el 50º aniversario de la formación de Burning, la discográfica Subterfuge Records publicará el 6 de septiembre Muerde la bala, el conjunto de canciones inéditas y grabadas entre 1983 y 1989 por el que fuera el primer gran frontman de la banda pionera en abrir las puertas del rock and roll en España. Un disco póstumo que, en una edición limitada de 500 vinilos, permite entender mejor cómo se sintió el músico que, junto al guitarrista Pepe Risi, fundó Burning en 1974 en el madrileño barrio de La Elipa y casi una década después decidió dejar el grupo para huir de las drogas y refugiarse con su esposa y su hija en Briviesca (Burgos). “Nunca dejó Madrid y Burning porque estuviese desencantado con la música, sino porque lo estaba con el mundo musical que se vivía en la Movida, tanto en lo artístico como en lo personal”, explica la hija.
Juan Antonio Martín, más conocido como Toño, fue el primer ángel caído del rock en España. Murió el 9 de mayo de 1991 a los 37 años, seis años antes de que lo hiciese el mismo día su amigo y hermano del alma, Pepe Risi, y también mucho antes que otros compañeros de generación como Enrique Urquijo, Carlos Berlanga o Antonio Vega. Con su voz chulesca y su carisma, Toño fue uno de los cantantes más influyentes que tuvo el rock español. Loquillo, Jaime Urrutia, El Drogas, Carlos Tarque, Leiva o Quique González han reconocido su legado. Como dijo una vez Ariel Rot de su etapa en Tequila: “Cuando nosotros empezamos, solo estaba Burning”.
La formación original de Burning nació impulsada por la simbiosis de Toño Martín y Pepe Risi, emblemas de un grupo del extrarradio de Madrid que fue esencia misma de la cultura de calle. “Eran puro rock and roll”, dice Jesús Ordovás, periodista musical y exlocutor de Radio 3 que conoció a Burning en La Elipa. “Alquilé un piso justo encima de un pub del barrio donde paraban y, como no me dejaban dormir, me hice amigo de ellos. Venían a mi casa y les dejaba los discos de Rod Stewart, Faces, Queen… De alguna manera, les hacía de intermediario porque les contaba el ambiente londinense de glam rock que había vivido en mis años allí”.
Toño Martín llegó a Madrid a principios de los setenta desde El Tiemblo, su pueblo natal en Ávila. A su padre, Teófilo, le salió un trabajo de conserje en la capital y se instalaron cerca de la base de Torrejón de Ardoz. Sus hermanas mayores, Delfina y Francisca, Pepi, le sacaban más de 14 años. “Mi tía Pepi se enamoró de un militar estadounidense de la base. Se llamaba Joseph Giménez, hablaba español y era del barrio neoyorquino de Queens. Mi padre tuvo la lucidez desde muy joven de pedir discos a su hermana a través de su novio estadounidense, que, más tarde, sería mi tío Joe. Escuchaba discos que le traía de Nueva York. Gente como Lou Reed, Jim Morrison, Muddy Waters, Chuck Berry…”, cuenta Penélope Martín. Ya en La Elipa, Martín conoció a Pepe Risi, uno de los tantos elipeños que venían de una familia emigrante andaluza. Risi era un guitarrista que comenzó tocando flamenco antes de quedar fascinado por The Rolling Stones y los discos que le ponía su colega Toño. “Eran dos almas gemelas”, asegura Penélope. “Se querían tanto que, si uno de los dos hubiese sido mujer, se habrían hecho pareja”, bromea Esther González, esposa de Toño Martín. Talentosos y amantes del rock and roll más genuino, Martín y Risi crearon un doble liderazgo en Burning. Con ellos estaban el bajista Quique Pérez, el baterista Ernesto Estepa, Tito, y, un poco más tarde, el organista Johnny Cifuentes, el último en llegar y el único que está al frente de los Burning actuales. Con el tiempo, Toño, Pepe y Johnny formarían los tres grandes pilares del grupo. “Vivimos el sueño de los tipos de barrio: formar una banda de rock and roll y que esta fuera la llave para salir del atolladero”, asegura Cifuentes.
Burning se convirtió en una receta infalible de rocanroles divertidos y baladas de sueños rotos. Al más puro estilo New York Dolls, con sus rostros pintados de rímel, sus pañuelos, botas altas y parafernalia teatral, la banda mostraba una rabia rebelde y obrera que suponía una bofetada a los grupos de la canción del verano y, sobre todo, recreaba un particular universo callejero cargado de romanticismo y supervivencia. Y en primera línea estaba Toño. “Era muy simpático y carismático. Tiraba mucho del grupo. Estaba al tanto de todo lo que ocurría en el panorama musical. Se hizo el frontman y tenía una mezcla de Mick Jagger y Lou Reed”, explica Ordovás, que vivió aquellos comienzos de Burning en el Madrid de los setenta que dejaba atrás el franquismo. “Además, cantaba muy bien. Tenía mucha personalidad. Antes de que se hicieran un nombre en Rock-Ola, muchos se quedaron prendados con él en la discoteca M&M. De él partió la idea de dejar de cantar en inglés y empezar a cantar en castellano. Y ahí salió el Toño letrista. Eso fue clave”, añade el periodista musical. Con temas como ‘Jim Dinamita’, ‘Ginebra seca’, ‘Las chicas del drugstore’, ‘Qué hace una chica como tú en un sitio como este’ o ‘Mueve tus caderas’, Toño Martín fue el creador de un fascinante lenguaje musical. Junto con Rosendo, fue el compositor que más contribuyó a construir la primera gran imaginería barrial para el rock en España. En palabras de Carlos Rodríguez Duque, coautor de la biografía Burning. Veneno del rock (Milenio): “Fue el rey y señor del escenario más estiloso e impecable. El mejor frontman que ha dado la música de este país, aunque su figura fue injusta y cruelmente olvidada por medios y compañeros de profesión”. Porque en 1983, tras la publicación del disco Atrapado en el amor y con Burning como banda consolidada pero lastrada por las drogas, Toño Martín dejó el grupo. Ya no regresó. Musicalmente, nunca más se supo nada de él. Desapareció. Se lo tragó el olvido hasta su muerte y poco más. Tan solo hace unos años se supo de él y de su vida fuera de la banda por los testimonios que dieron su esposa y su hija a este periódico. Pero, como un ángel caído, el primer gran frontman del rock español nunca más estuvo vivo en la música desde que dejó Burning. Hasta hoy, que se publica la maqueta.
La historia de esta maqueta parece la de un tesoro de los siete mares, digna de una larga aventura con final feliz. En 1991, unas semanas antes de morir, Toño Martín la registró en las oficinas de Warner Chappell. “A Pepe Risi se la enseñó, pero nunca se la dio porque temía que acabara en manos de Burning y que grabasen sus canciones”, asegura Penélope Martín, quien defiende que en Noches de rock & roll, el primer álbum que en 1984 grabó Burning sin Toño, hubo composiciones que pertenecían a su padre y que ya habían ensayado antes de que abandonase la banda. Una versión que Johnny Cifuentes niega. La hija también defiende que, aparte de por el ambiente de las drogas de Madrid, su padre dejó la banda “dolido” por el rumbo artístico que estaba tomando. De hecho, las desavenencias eran una realidad entre sus miembros hasta el punto de que Johnny Cifuentes fue al Registro de la Propiedad Industrial para registrar el nombre de la banda en mitad de esta crisis. “Fui acompañado de Pepe Risi para salvar a Burning. Era un desmadre total y no quería que se perdiese el proyecto”, señala Cifuentes. Por tanto, para cuando Martín llegó a las oficinas de Warner en 1991, buscaba reactivar su carrera sin querer saber nada del grupo que fundó. No pudo ser. Murió antes y, además, el destino quiso que la maqueta registrada en Warner se extraviase. Aguardó muchos años en sus archivos hasta que la copia terminó por desaparecer en una de las mudanzas de la compañía. Nunca más se supo de ella.
Podía haber sido el fin de esas canciones, pero no fue así. Poco después de ese registro en Warner, Martín preparó otras dos copias. Una fue a parar a su esposa, Esther. “Vino hasta Briviesca y me la dio. Me dijo que había una canción que estaba dedicada a mí. Se llamaba ‘Fría de un pálido azul’ y me recitó el verso que dice: ‘Tú eres como el mar y la cima de la montaña”. Esa copia, por su parte, quedó sepultada en un baúl de recuerdos. Esther reconoce que, tras su muerte, nunca pensó en recuperarla. “Soy celosa de mi intimidad. Toño lo sabía. Me la quedé para mí y la guardé”. La mujer tomó esta decisión en un duro proceso de duelo al tiempo que prefería no recordar al “Toño rockero”, al de “la parte negra de Madrid” y que vivió “la época muy dura de las drogas”. “Yo huía de las fiestas en el Rock-Ola. Me daban miedo. Y de las compañías que él tenía allí prefiero no hablar”, recuerda Esther, quien asegura que, pese a todo, su marido la protegía a ella y a su hija de “las cosas feas”. “Nunca me dejó verle mal”, afirma su hija. “Nos protegía, claro”, señala su esposa, pero añade: “Toño me lloraba mucho porque no conseguía salir de las drogas”. Después de morir el músico, esta segunda de las copias de la maqueta estuvo en un trastero sin que nadie la reclamase.
Quedaba una tercera copia, la que ha dado pie a este nuevo disco. Una figura es clave en este descubrimiento. Se trata del gran guardián. Un hombre que, como un caballero templario con el santo grial, custodió durante 23 años un casete que le regaló su amigo de la infancia. “Cada vez que escuchaba una canción de Burning en la radio, en la verbena o donde fuera, pensaba en la cinta que tenía guardada”, asegura Rafael Martínez, amigo de Toño Martín en El Tiemblo. Ambos se conocieron de niños en el pueblo de Ávila y juntos empezaron a tocar en el parque antes de que Martín se fuera a vivir a Madrid. Su amistad se mantuvo intacta. “Siempre que venía a El Tiemblo quedábamos”, explica Martínez. “La última vez, vino a verme a casa. Charlamos en el salón y me dijo: ‘Te traigo esta maqueta para que la escuches y ya vendré a recogerla’. Nunca más volví a verle”. El amigo guardó el casete negro de la marca Basf, de 60 minutos de duración, en su mesilla de noche y dentro de unas bolsitas para quitar la humedad. Y ahí se quedó durante años. “De vez en cuando me asomaba y miraba la cinta. Estaba escrita de su puño y letra y ponía Antonio Martín”, dice. A veces, antes de irse a dormir, la cogía y le daba vueltas con un bolígrafo con sumo cuidado “para que no se quedase pegada”, pero temeroso de poder dañarla. “Tenía cargo de conciencia porque me parecía que la cinta tenía que estar con su familia. Era una atrocidad que la tuviese yo”, confiesa. Incluso, cuando se fue a vivir una época a Madrid, se la llevó consigo.
Esta tercera copia fue la que reactivó el sueño de Toño Martín, es decir, su disco en solitario. La mujer del músico fue un día a El Tiemblo y quedó con el amigo de infancia de su marido. Ya se conocían de antes. Este le insistió que tenía una cinta que debía tener la familia y Esther decidió que fuera la hija quien viniera a buscarla al pueblo natal de su padre. Penélope apareció en El Tiemblo y se llevó la cinta custodiada por Rafael durante más de dos décadas.. “Me quité un peso de encima”, reconoce el amigo. “No paraba de pensar que, si le pasaba algo a la cinta, sería un verdadero disgusto. Un atentado contra la memoria”, añade. Ya en Briviesca, la hija comprobó algo importante: a diferencia de la copia que tenía su madre, este casete tenía los títulos de las canciones. Rebuscó en el baúl de los recuerdos de su madre en el trastero y se dio cuenta de que todo coincidía con las libretas que su padre tuvo durante tantos años en las que apuntaba letras de canciones, incluso escribió a mano un cuento que se inventó para leer a su hija cada noche llamado El caballero de los siete rubíes. “Después de morir mi padre cuando yo tenía 11 años, traté durante mucho tiempo de entender quién era como papá. Entonces, con la maqueta, empecé a querer entenderle como artista”, explica Penélope Martín. “Me di cuenta de que esta música se correspondía con mi etapa con él en Estados Unidos y Canadá entre 1985 y 1987. Viví con mi padre en casa de mis tíos en Nueva York, donde conoció a Johnny Thunders. Allí, en el sótano de aquella casa, componía canciones. Otras fueron compuestas durante tres meses que nos fuimos a Canadá y estuvimos viviendo en una caravana”.
Muerde la bala se descubre como un cancionero muy vivo que ilustra a la perfección al hombre que, acercándose al Lou Reed de crooner barriobajero, amaba el rock and roll, pero sufría por su condición errante en el reino en el que, como cantaba con Burning en ‘Jim Dinamita’, “Dios no reina”. Los títulos de las canciones son elocuentes: ‘Nací perdedor’, ‘Demasiado orgulloso para pedir perdón’, ‘No tengo nada’, ‘Cenizas de rock and roll’ y, sobre todo, ‘Ángel caído’, en la que canta: “Recuerda que un día tuvo luz, aunque ahora viva en recuerdos”.
El 8 de mayo de 1991, un día antes de morir, Toño Martín llegó a Briviesca. Fue a pasar la popular fiesta de la Tabera junto a su esposa y su hija. “Toño siempre encontraba la paz en Briviesca”, cuenta su mujer. Esa noche, Toño leyó a su hija, Penny, el cuento de El caballero de los siete rubíes, en el que un hidalgo se marcha de su reino y deja atrás su fortuna y a su familia porque busca la verdad guardada en una piedra filosofal y, después de recorrer medio mundo, llega con su caballo a una loma y un sabio le dice que esa verdad que andaba buscando siempre estuvo en su hogar. La piedra filosofal estaba en su interior. “Te espero porque no hay espera”, dijo luego Toño a su hija y le dio el beso de buenas noches. Al día siguiente apareció muerto de un infarto y no de una sobredosis como se dijo en diversos sitios. “Tenía soplos en el corazón desde joven”, señala su esposa. “Siempre creí que vino a morir con nosotras. Eligió el día. Estaba ya muy herido y agotado de su guerra con las drogas”, apunta Penny.
“Te espero porque no hay espera”. Su hija bien lo sabe. Más de tres décadas después de morir y medio siglo desde que fundó Burning, Toño Martín estaba ahí. El primer ángel caído del rock español aguardaba en una maqueta, dispuesto a renacer del olvido, a morder su última e increíble bala.
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