La desconocida vida de Toño Martín, el cantante que colmó de actitud al rock español al frente de Burning
Lo tenía todo para convertirse en un líder musical de época, pero se borró. Por qué. Con los testimonios de familiares y gente que lo trató reconstruimos la historia de un músico cuyo carisma en el escenario creó escuela
Son tres papeles horizontales. Escritos a mano por Pepe Risi, guitarrista de Burning. “A mi hermano Toño”, se lee como encabezado. Extractamos algunos pasajes: “A tus ojos los veo sonreír, eras el inconformismo de este nuevo y viejo mundo… Lleno de toda la sensibilidad que pueda captar la belleza… Rey de las estrofas más cortas y contundentes, rey de los corazones sedientos de rock and roll…”. La despedida: “Te quiero y siempre te querré”. Risi escarbó en la tierra y dejó los manuscritos a los pies de la tumba de Toño Martín, cantante y, junto a Risi, fundador de Burning. Luego, en un arrebato, los desenterró y, con las uñas colmadas de tierra, se acercó a la viuda del cantante y se los puso en la mano. “Es mejor que los conserves tú, Esther”.
Era el entierro de Juan Antonio Toño Martín, muerto por sobredosis el 9 de mayo de 1991 en Briviesca (Burgos), a los 37 años. Había desaparecido el vocalista que imprimió carácter al rock español, reverenciado desde Loquillo (“de Antonio aprendí a cantar”) a Leiva (”prendió la mecha que encendió a cientos de bandas; una voz esencial para entender el rock de aquí”). Un tipo que interiorizó a Lou Reed, que se mostró tan desafiante como Mick Jagger, un artista imitado, influyente y hasta falsificado. Martín rompió con todo y se retiró los últimos ocho años de su vida, un periodo de tiempo brumoso y lleno de especulaciones que han decidido contar a este periódico su viuda, su hija y gente que lo trató. El viernes 17, una placa con su nombre y el de Pepe Risi se descubrió en una calle de La Elipa, el barrio madrileño donde comenzó su leyenda.
Esther González (Burgos, 60 años) se sienta en el sofá del salón de su casa de Briviesca enfrente de una caja llena de recuerdos del que fue su marido. Es la primera vez que los muestra a la prensa. Entre ellos saca la carta que Pepe Risi le escribió a su compañero el día del sepelio. “Él quería que yo me la quedase. Pepe sufrió mucho la muerte de Antonio. Recuerdo que después del entierro nos fuimos a un pub del pueblo a beber whisky, con unos amigos. Yo hacía que bebía, porque apenas pruebo el alcohol, pero Pepe no paraba. Estaba casi más destrozado que yo”. Tanto Esther como la hija del matrimonio, Penélope (40 años), definen la relación de Martín/Risi como “un historia de amor”, quizá la más grande que surgió en el rock de la Transición, la de dos músicos que se conocieron en La Elipa, compusieron clásicos de la música española (Qué hace una chica como tú en un sitio como este, Mueve tus caderas, Es especial, Jim Dinamita…) y cuyo fervor por la música les llevó a apurar los estereotipos del rock and roll, incluyendo las drogas duras.
“Mi padre tenía una mirada de pillo inconfundible, un tío con mucho carisma, culto, que vivió a todo trapo junto a Pepe en la buena época y que luego se desencantó con la industria musical, que no con la música. Yo creo que sabía que el tiempo se le iba y los tres últimos años los pasó mucho conmigo, nos fuimos a Nueva York, me llevó al MoMA, a exposiciones de Basquiat… Me hablaba de forma muy madura. Me estaba armando para la vida. Me enviaba cartas: estudia, sé libre, sé tú, que nadie te humille…”, cuenta a borbotones Penélope Martín, que tenía 11 años cuando falleció su padre, una noche en la que estaban los dos solos en la casa familiar de Briviesca. Hoy es licenciada en Historia del Arte y Filología Inglesa, tiene un hijo de tres años y trabaja de profesora de inglés en Bilbao.
Toño Martín llegó de niño a Madrid desde El Tiemblo (Ávila), cuando su padre consiguió un trabajo de conserje en un edificio de La Elipa. Su madre se puso a servir en la casa de la familia de Pío Baroja. “Fue una señora que valoraba mucho la cultura a pesar de no tener estudios. Ella era muy artista en todo lo que hacía: cómo se expresa, las ansias de aprender… Eso se lo inculcó a Antonio”, relata Esther. Martín conoció en el barrio a José Casas (Pepe Risi), también de familia inmigrante (Rute, Córdoba) afincada en la capital. Tiraron piedras juntos, se liaron los primeros canutos y escucharon rock and roll: Lou Reed, los Stones, Slade, The Doors... En 1974 formaron Burning. Franco todavía vivía, la Movida estaba aún lejos y los grupos surgidos en los sesenta (Los Brincos, Los Canarios, Miguel Ríos…) o habían desaparecido o vivían un declinar.
El periodista musical Jesús Ordovás fue de los primeros en descubrirlos. “Fue fácil: ensayaban debajo de mi casa, en La Elipa. Un día bajé a ver qué era ese ruido y me los encontré. Destacaba la guitarra de Risi y sobre todo Toño. Era un animal de escenario: chuleta, guapo… Luego, cuando se bajaba era tranquilo, amable. Recuerdo que en las entrevistas explicaba las cosas muy bien. Destacaba en aquella época”. Burning nacen con las carreteras sin construir: es mediados de los setenta y no existe en España la figura del manager de rock, ni locales acondicionados ni equipos de música profesionales ni discográficas acostumbradas a otra música que no fuese melódica. Javier García Pelayo fue uno de sus primeros managers: “No había nadie como Toño, con esa actitud tan rock. Recuerdo que en el mítico festival de rock de Burgos de 1975 se puso a simular una felación a Risi, en plan David Bowie con Mick Ronson. El organizador, escandalizado, subió al escenario para suspender la actuación. Pero la gente le abucheó y le tiró de todo. Estaban encantados con ese porte tan provocador”.
Después de una larga lucha de cuatro años y de cientos de conciertos editan en 1978 su primer disco, Madrid, donde destacan las letras de Martín: crónicas barriales con delincuentes, chicas y chicos complicados, juergas… y una pieza dedicada a la heroína que sonará macabra unos años más tarde: “Lo más oscuro del día. / Sin tiempo para vivir. / En mi vena he sentido tu beso. / Y el dolor dentro de mí. / Voy a poner fin a mi vida, bailando un rock and roll suicida” (Sin tiempo para vivir). Su voz es a la vez salvaje y romántica, con un acento donde un “sí” suena “se”.
En un concierto en Briviesca, Martín se enamora de una chica del pueblo, Esther González, de solo 19 años. El grupo vive su mejor momento. La canción Qué hace una chica como tú… suena en la película del mismo nombre de Fernando Colomo. Una pieza que les colocará en la historia del rock español para siempre. “Fueron valientes. Eran chicos de barrio que se pintaban como puertas al estilo de los New York Dolls. Y tuvieron mucha habilidad para crearse su propio universo. La pregunta es: ¿cómo pudieron tenerlo todo y luego hundirse?”, reflexiona el periodista musical Diego A. Manrique, que vivió de cerca su carrera.
Publican El fin de una década en 1979, su obra maestra. Por fin llega el dinero. “Fue muy rápido”, relata Esther González, “y la cuenta corriente empezó a engordar”. “Nos casamos en 1980 y Antonio compró una casa en Ventas [Madrid], donde vivimos. Les llegó la fama y no la asimilaron bien: solo eran unos chicos de barrio”. Todo lo que ganaban lo pulían: en equipos de música, pero también en pasarlo bien y en heroína, que por aquella época era costosa. “En 1980-81 llega la Movida y ellos se quedan fuera. La mayoría de los grupos de la Movida eran del centro de Madrid y hubo un rechazo a las bandas de barrio. Topo, Asfalto… También a Burning. Sí, fue injusto”, asume Ordovás.
El álbum Bulevar (1980) se vende razonablemente bien, pero comienzan a bajar las actuaciones: los Ayuntamientos solo quieren contratar a grupos de pop. Paralelamente, la dependencia del cantante aumenta. Surgen los desencuentros entre los miembros de Burning. No es buena época para el grupo. La pareja, que ya tiene a su hija Penélope, decide retirarse temporalmente. Es 1983 y aquí tanto la viuda como la hija quieren corregir la versión de Johnny Cifuentes, teclista del grupo y responsable de la supervivencia de Burning más allá de Martín y Risi. “Johnny siempre ha dicho que mi padre dejó el grupo para viajar a Bilbao porque allí la heroína era más barata. Eso no es cierto. Mi padre vino a Briviesca con su mujer y conmigo para alejarse de un ambiente que no le convenía”, relata Penélope. Mientras, Cifuentes corre al Registro de la Propiedad Industrial y se da cuenta de que “Burning” no está cogido. Lo inscribe a su nombre. “Mi intención fue asegurar que el nombre no se fuera a ningún sitio irrecuperable”, señala Cifuentes.
Ordovás: “Sin duda Toño se apartó para encontrarse a sí mismo fuera del mogollón, como hizo Jim Morrison cuando se marchó a París. Él era el más sensible del grupo. Pero fue un movimiento suicida, porque era el mejor cantante de rock and roll del momento. Dejar eso debió de ser duro”. En Briviesca Martín vive tranquilo, aunque con su tortura soterrada. “Siempre tuvo dignidad estética. Nunca le veías mal. Era un artista. Estaba en Briviesca y no consumía en dos o tres meses. Pero luego salía de aquí y había mucho descontrol. Yo le animaba: ‘Pero, Antonio, puedes con ello. Mírate hoy, estás bien’. Él lo sufría mucho, y lo lloraba. Decía: ‘Cómo es posible que pueda estar tres meses sin probarlo, pero luego me vea arrastrado a ello’. Y lloraba”, relata Esther.
Lo intentó dejar en varias ocasiones, pero el desconocimiento de la enfermedad en esa época no aportaba soluciones médicas ni psicológicas eficaces. Hasta 1987 le llegaba dinero de los derechos de autor. Y seguía componiendo música. Su mujer, que regentó una peluquería y luego una perfumería, contaba con el respaldo económico del padre, un empresario conocido en Briviesca. “Pepe Risi venía muchas veces, o papá iba a Madrid. Su amor nunca cesó. Componían juntos, charlaban, grababan…”, relata Penélope mientras mira una casete con las letras de canciones escritas a mano por su padre. Pronto se convertirá en el disco póstumo de Toño Martín. Una de ellas se titula Mala chica, grabada, asegura ella, en 1982: es idéntica a Esto es un atraco, una de las piezas estrella de Noches de rock & roll (1984), el primer disco de Burning sin Martín, y firmada por Johnny Cifuentes y Pepe Risi.
Cuando se acaba el dinero, Martín acepta trabajos chocantes para una estrella del rock: camarero en Briviesca, socorrista en un parque acuático de Barcelona... “Aunque lo he leído por ahí, nunca nos separamos”, señala Esther. Antonio viaja a Nueva York (donde vive su hermana) y Canadá con Penélope, entonces de nueve años. Escuchan a The Cure, U2, Guns N’ Roses, Radio Futura, El Último de la Fila… De vuelta a Burgos vuelve a su vida fluctuante: periodos de tranquilidad y escapadas. Toca con algunos grupos locales. “Yo le veía muchas veces en ese parque de ahí, leyendo sentado en un banco o paseando con Penélope”, apunta Timoteo González, señalando una plaza del centro de Briviesca. González, propietario de una tienda de fotografía en la localidad burgalesa, fue el último que captó imágenes de Martín. “Le comenté un día que estaba interesado en sacarle unos retratos y accedió. Estuvo muy agradable durante la sesión. Al mes murió”, señala.
El 9 de mayo es un día importante en Briviesca. Se celebra la fiesta de Santa Casilda y La Tabera. El pueblo se corta al tráfico, se sacan mesas y sillas a la calle y se juega a la taba apostando dinero. Una tradición. Esther, muy aficionada, sale a jugar con unas amigas. Deja la cena preparada para su marido y su hija: morcilla y vino de Burgos. Cuando llega, a las cinco de la mañana, se asoma primero al cuarto de la niña. Dormida. Sin embargo, la luz del dormitorio de la pareja está encendida. Muy raro. Esther se encuentra a su marido sin vida.
“Tengo un recuerdo bonito de su muerte. Se murió bonito. Estaba muy dulce y guapo. Transmitía paz, nada de dolor. Solo le faltaba reírse y decirme: ‘Te quiero”, relata Esther emocionada. Y añade: “Antonio tenía delicado el corazón porque de niño le dio un soplo. Ya había tenido tres fallos cardiacos. El médico le advirtió: ‘Cualquier cosa puede provocarte un infarto’. Pedí una segunda autopsia para saber si le habían dado algo en mal estado. Yo quería saber cómo había sido. Me dijeron que no había cantidad suficiente de heroína como para provocar la muerte a una persona sin problemas cardiacos. Era muy pura y su corazón, que ya estaba mal, no aguantó”.
Pepe Risi siguió viendo a la familia de su gran amigo. Le gustaba pasar tiempo sobre todo con Penélope, a la que a veces alojó en su casa madrileña. Compartieron horas de charla. El guitarrista compuso Una noche sin ti para su amigo. El deterioro físico de Risi provocado por la heroína se acentuó a principios de los noventa. Hasta que otra vez un 9 de mayo, fiesta de Santa Casilda, el mismo día que su alma gemela pero seis años después (en 1997), falleció de una pancreatitis aguda a los 41 años. El equipo más engrasado del rock and roll español de finales de los setenta había desaparecido.
Esther se ha vuelto a casar, con un jerezano seguidor de Tomasito y Kiko Veneno. “Tengo muy pocos malos recuerdos de Antonio. Todos son buenos. Si acaso tristeza, porque tenía un don para la música y podía haber seguido creando y llegado a viejo”, comenta. Todavía le duele un poco escucharle cantar. Pero cuando va a visitar a su nieto, su hija Penélope aprovecha y pone Es especial, aquella canción que su padre, ese rockero salvaje de corazón romántico, dedicó a su madre.
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