Almuerzo y sobremesa con las actrices Irene Escolar e Itsaso Arana: “Brad Pitt arma los personajes comiendo”
Las dos intérpretes comparten menú y confesiones sobre el cine, el teatro y la comida (dentro y fuera del cine) en la Taberna Errante de Madrid
El nombre es poético, qué duda cabe, pero choca con la realidad. Porque de La Taberna Errante uno no querría irse jamás a ninguna parte. Puedes quedarte ahí para siempre. A resguardo de sus dueñas, que con sus artes culinarias y su trato se han convertido en puros pilares dentro del barrio de Palacio por la carrera de San Francisco. En ese vértice entre La Latina, la Paloma y los Austrias se instalaron en 2010 las hermanas Lola y Jopi Hidalgo después de haber marcado época con su Taberna del Norte en Conde Duque a finales de los noventa. Después se unió a ellas Elena Vega Baena, el as en la cocina de este trío de grandes restauradoras madrileñas, y así echaron a andar su local de referencia hoy en el distrito.
Es el lugar que eligen la actriz Irene Escolar (Madrid, 35 años) y la directora, guionista y también intérprete Itsaso Arana (Tafalla, Navarra, 38 años) cuando desde El País Semanal les proponemos una comida para nuestro suplemento especial. No lo dudan ni un segundo. “Os va a encantar, es todo pura autenticidad”, asegura Escolar. “Si tenemos que celebrar algo bonito o traer gente de fuera, venimos aquí”, afirma Arana. Les gusta descubrírselo a sus amigos, quedar bien con todo aquel a quien se lo recomiendan para que desentrañen en sus mesas la misma sensación que les provoca a ellas: “La de saber que tienes alguien fiable y que conoces detrás de cada plato”, comenta Escolar. “Un lugar hogareño, amigable, muy rico, de autor y de barrio a la vez, pero nada grandilocuente”.
La entrada es estrecha, pero pronto te atrapa su encanto. La barra cobra su personalidad y da la bienvenida junto a una colección internacional de postales que les envían sus clientes desde cualquier parte del mundo. Jopi domina el espacio a la entrada, con un control total sobre los vinos, la cerveza, los vermuts que sirve y las botellas que lo decoran en la pared formando una división de sorbos de alta graduación. Lola baila por el comedor con su pericia a la hora de describir las sorpresas del día y un encanto marca de la casa para el trato con la clientela. Elena, con delantal, vocación entregada, creatividad cotidiana, esmero sin interrupción y cierta obsesión perfeccionista, lleva al fondo el frente de la cocina.
La carta mezcla certezas para no fallar y sugerencias con las que seducir a sus fieles y a desconocidos de jueves a domingo. Se han autoimplantado un convenio que comprende tres días de libranza para no quemarse y volver al trabajo con la frescura de quien empieza de nuevo cada vez que abre la puerta. Son fuertes con la ensaladilla. Tanto que han expandido su influencia también los domingos a la calle de Mira el Río Baja, en los alrededores del Rastro madrileño, mediante su sucursal con ambiente de aperitivos y comida para llevar. También con los escabeches, las croquetas, la verdura de temporada preparada a base de recetas originales. Arrasan con las albóndigas: “Mezclamos carne de cerdo y ternera, hacemos una salsa con cebolla, vino y, lo más importante, tiempo, mucho tiempo”, comenta Elena Vega. No faltan las ensaladas, tampoco las tartas caseras y dominan varias virguerías como el carpacho de gamba, al que decoran con crujientes fritos en su propio fumé, el taco de gambón, un montado de atún mechado o los rollitos de ají de pollo. Presumen tanto de ese mestizaje como de su oreja a la plancha y sus callos. Ningún complejo a la hora de aunar corrientes al día y recetas de toda la vida…
Nos sientan en el comedor bajo un cartel con una máxima de Oscar Wilde: “Después de una buena cena se puede perdonar a cualquiera, incluso a parientes…”. Itsaso e Irene se presentan sin un ápice de afrentas, todo lo contrario: dispuestas a disfrutar de lo que les sirvan. Escolar es la guía gourmand perfecta, según Arana: “Muy buena amiga para ir a cenar o comer porque disfruta y contagia su propio entusiasmo. Lo celebra todo”. Son vecinas por el centro de la ciudad y cómplices en un buen abanico de trabajos en común ya a sus espaldas. Coincidieron con Jonás Trueba en Tenéis que venir a verla y después juntas en la primera película que ha dirigido Arana, Las chicas están bien: un experimento sutil, jovial, de disfrute existencial, y campestre muy deudor tanto del cine de Éric Rohmer como del Dogville de Lars von Trier. Con este trabajo, la artista navarra confirmó su elegancia, su delicadeza y su talento detrás de la cámara.
La comida juega ahí su papel. Para ellas, muy importante. “Hay alimentos que actúan bien y otros, en cambio, lo hacen mal”, asegura la actriz y directora. Para la puesta en escena pensó que un tiempo como la sobremesa podía beneficiar a la historia. “Me gustaba mucho el momento de después de comer. No quería hacerles pasar por la incomodidad de estar masticando todo el rato. Ayuda pensar en la planificación contar con alimentos que no se deterioren: la fruta, unas buenas uvas, queso…”.
Cuando planteas rodar planos largos es importante gestionar qué utilizas a la hora de hacer una buena compra en el mercado para una escena. “Se convierte en algo que para los cineastas está claro, pero no resulta muy evidente para el espectador. Los actores, si se sientan para una secuencia a mesa puesta, se tiran siempre a por lo mismo. A por lo más fácil, lo que no hace ruido cuando te lo metes en la boca o aquello con lo que no corren el riesgo de atragantarse. Pero yo creo que el papel que juegan ciertas dificultades en cualquier situación lo enriquece todo”.
Irene Escolar se muestra completamente de acuerdo con eso. Tanto, que lo exige para sus trabajos. Ha construido algunos de sus personajes para el cine y el teatro a base de comidas. “Por ejemplo, a la rusa de la obra Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach, de Nao Albet y Marcel Borràs, la creé, en gran parte, a partir de tomarme un plátano”. Suele pedir que la dejen utilizar alimentos en varias escenas. Para tener algo entre las manos, comenta. Y buena parte de los matices que la traslada a Paula, su personaje de una policía vencida por la amargura al haber perdido a su hermana, en la recién estrenada serie Las largas sombras, tiene que ver con lo que come: “Con el regaliz, al principio, para soltar en eso toda la tensión interior en las mandíbulas o saboreando un cruasán ya más o menos en paz y liberada de fantasmas, en otro estado, al final de la serie”.
Las largas sombras, basada en la novela de Elia Barceló y producida por José Manuel Lorenzo, es uno de los éxitos de la temporada. Se colocó al poco de estrenarse a principios de mayo en el número uno de la plataforma Disney como la ficción más vista, con un reparto donde destaca Escolar junto a Elena Anaya, Marta Etura, Belén Cuesta y Itziar Atienza, entre otras, bajo la dirección de Clara Roquet y Júlia de Paz.
Itsaso también tiene de qué presumir estas últimas semanas. Llega de Cannes. Allí, Volveréis, la nueva película de Jonás Trueba que ella protagoniza, ha ganado el premio de la Quincena de Realizadores. Precisamente, en el festival francés donde en 2013 La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche, se llevó la Palma de Oro a la mejor obra del certamen. Para ambas, es la película en la que mejor se ha tratado la relación entre la interpretación y la comida durante la última década. La dinámica sensual y carnívora que enlaza en sus imágenes estado anímico, sentido del gusto y sexo resulta clave en la historia. Kechiche lo potencia y lo resuelve de manera magistral, según ellas.
Si debes comer cuando ruedas, tienes que arreglártelas para acudir con hambre. “Notas cuando un actor no está queriendo comer si tiene que hacerlo”, asegura Irene Escolar. En La vida de Adèle, la protagonista debe enfrentarse con ansiedad a unos espaguetis boloñesa. Nada resulta fingido. “Te lo tienes que montar en tu vida para llegar así a la situación. Por eso, en dicho momento, cuando Adèle se sitúa frente a un plato de pasta de la manera que lo logra, completamente hambrienta, y se lo devora, nos está contando un montón de cosas sobre el personaje. Tanto personales como de su entorno. La actriz Adèle Exarchopoulos aguantó todo el día para aparecer ahí como debía y eso, claro, se agradece”.
La liberación sexual conquistó el cine hace mucho tiempo. Aquel tabú cayó y ahora es difícil que una película llame la atención por esos planteamientos. Sin embargo, tanto Itsaso Arana como Irene Escolar creen que falta todavía recorrido para naturalizar la comida en el cine o el teatro. “Es bueno pringarse. Que se te ensucie la cara, que se te quede atravesado algo entre los dientes, que esas escenas no tengan que resultar hermosas, sino reales”. Respecto a las mujeres aún cuesta, aunque también creen que en eso ha dado todo un ejemplo Kate Winslet con su papel en la serie Mare of Easttown y su policía aficionada a la comida basura. Los hombres se lo permiten más ese tipo de excesos. “Brad Pitt, por ejemplo, lo aplica todo el rato, arma los personajes comiendo. En películas como Quemar después de leer, de los hermanos Coen, es evidente. Ese planteamiento ayuda”, dice Escolar.
En cambio, para Arana, los actores que comen mal la sacan totalmente de las historias. “Percibo una actitud inorgánica que pasa a convertirse en una cuestión estética”. No se trata de un asunto decorativo, “si lo abordamos así, lo hacemos mal. Debes marcarlo desde la escritura del guion. Los olores, sabores, la música, todo lo que tenga que ver con los sentidos, en según qué escenas, se convierten en elementos a los que debes dotar de poder”, afirma la actriz, también guionista.
En una sala de cine quedan en la pantalla, pero en el teatro, pueden contar como un factor integrador que fomente la participación del público. Esa fue la experiencia de Irene Escolar cuando al principio de su carrera participó en un título legendario como Agosto, de Tracy Letts. Lo hizo dirigida por Gerardo Vera en el Centro Dramático Nacional, junto a Carmen Machi y Amparo Baró en la cabeza del reparto.
En el montaje se cocinaba cada función una tarta de manzana y el patio de butacas quedaba invadido por el aroma. “Olía a eso, la gente lo comentaba porque les metía dentro de la casa en la que se desarrollaba aquella acción”, recuerda la intérprete. Una trama atravesada de conflictos nos introducía sin miramientos en un infierno familiar que nada era capaz de dulcificar. Mucho menos aquella tarta cocida a diario entre los espectadores a la que Irene Escolar tenía que dar su bocado. “Acabé odiándola. Nunca más la he vuelto a probar”.
La actriz no dice eso a menudo. Su relación con el placer de la buena mesa es bastante saludable. “Quizás mi herencia genética me ha permitido siempre comer con toda libertad, pero soy consciente de que no represento a buena parte de la realidad en mi entorno porque el 90% de mis amigas han padecido problemas en ese sentido”.
Itsaso Arana reconoce, por ejemplo, que su caso ha sido distinto. “He ido encontrando mi capacidad para el placer conforme he crecido. De pequeña hacía gimnasia rítmica y no tenía, ni mucho menos, barra libre con las dietas. He ido llegando poco a poco, conquistándolo paso a paso. He vivido mi relación con mi cuerpo como un conflicto. En mayor o menor medida, todas las mujeres hemos tenido nuestras épocas complicadas con la comida. Creo que la mayoría de nuestras madres nos alimentaban de forma saludable y con la mejor intención, aunque, a su vez, ellas venían de la generación del hambre que dejó detrás la guerra y la posguerra. Ahora nos toca a nosotros reflexionar de la manera más natural posible sobre nuestro propio placer”.
Lo dicen mientras dan buena cuenta del postre: una tarta de la leche, incorporada a la carta con la receta de la madre de Elena, la cocinera. Se trata de uno de los faros dulces de La Taberna Errante. Y las dos la degustan sin ningunas ganas de querer largarse de allí para salir a errar el rumbo de la tarde por ninguna parte. Así que estiran la sobremesa con planes comunes y la digestión placentera que les ha dejado una nueva comida en uno de sus lugares favoritos.
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