Itsaso Arana: “No creo en el sobrehormonamiento actual del cine”
La intérprete debuta como directora con ‘Las chicas están bien’, una comedia en la que juega a mezclar realidad y ficción al contar los ensayos de una obra de teatro con cuatro actrices y una dramaturga
Al día siguiente de que España se proclamara campeona mundial de fútbol, Itsaso Arana se sienta a hablar de su primera película como directora, Las chicas están bien, que nada tiene que ver con el deporte, pero sí con mujeres alejándose de patriarcados, de referentes femeninos o de besos a príncipes y a sapos. “Prefiero no opinar mucho sobre el beso de Luis Rubiales a Jennifer Hermoso, porque me he enterado esta mañana, y me gusta informarme antes de hablar”, responde la actriz, guionista y ahora directora. El día anterior, el domingo, mientras otros celebraban un triunfo deportivo histórico, Arana cumplía 38 años.
Las chicas están bien, que se estrena este próximo viernes, juega a comedia pastoral, a conversación femenina y a reflexión sobre la interpretación. Cuatro actrices (Bárbara Lennie, Irene Escolar, Itziar Manero y Helena Ezquerro) se juntan a ensayar con una directora (Arana) su próxima obra de teatro en una casa rural. En un granero adyacente colocan una cama con dosel y se ponen un vestuario de época, por lo que Las chicas están bien mezcla las conversaciones personales, las confesiones de miedos, pasiones y recuerdos vitales con los ensayos, y con un aporte añadido de confusión: las actrices en pantalla tienen los mismos nombres que las intérpretes reales que las encarnan.
El filme nace de la aspiración de la actriz de Tafalla (Navarra) por crear algo completamente suyo, y confirma y niega su confesado “perfeccionismo exacerbado”. Porque el guion fue minuciosamente escrito, porque Arana, que también actúa dando vida a una directora teatral, entrevistó previamente a sus cuatro compañeras actrices para usar elementos autobiográficos en la trama, y esos detalles han sido quirúrgicamente trasplantados al libreto. Pero a la vez, en el rodaje, Arana decidió abrirse a cualquier acontecimiento, a que las jefas de equipos técnicos, en su mayoría debutantes en su cargo, aportaran ideas. “Lo mismo ha pasado con el montaje”, asegura. “Al haberlo hecho rápido queda un aroma de ligereza y apuesta documental que yo ansiaba. Si hubiera tenido más tiempo, habría caído en una forma más meditada... y eso iba en contra de la película”, cuenta entre risas.
El hombre no tiene que ser motor en la vida de nadie. O sí, si queremos que lo sea. Pero dejadnos decididlo a nosotras”
Solo hay un hombre en pantalla, un chaval al que el cuarteto conoce en las fiestas del pueblo. “El hombre no tiene que ser motor en la vida de nadie. O sí, si queremos que lo sea. Pero dejadnos decididlo a nosotras. Mucha gente cuando ve la película se sorprende de ese personaje, al que da vida Gonzalo Herrero, un actor al que yo amo, y con el que he trabajado desde que tenía 8 años, porque estuvo en mi compañía de teatro [La tristura]. Él no cambia la trama, y le confesé que venía ‘a hacer bonito’, como ha ocurrido tantas veces con mujeres en el cine, que me atreví a este guiño con ironía”, reflexiona Arana, que nunca dudó en debutar como directora a la vez que actuaba. “Fue una trampa autoimpuesta. Ese lugar de honor entre la cámara y las actrices me permitió que la trama fuera porosa, que la vida entrara en el guion. Hay momentos que espero se disfruten como vibrantes y vivos porque estábamos reescribiendo el libreto dentro del plano. Ha provocado una extraña fórmula metaficcional. Visto con retrospectiva, me ha parecido un atrevimiento total, no sé si ingenuo, pero sí de valentía algo ligera, de acto de fe en lo mío”.
Con hacer algo realmente suyo, Arana se refiere a que la compañía La tristura la conforman tres creadores y a que sus aventuras en guion han sido bien en pareja (con Jonás Trueba coescribió La virgen de agosto), bien en colectivo (ahora redacta con Trueba y el actor Vito Sanz un nuevo libreto, que será la próxima película de Trueba con Sanz y Arana como protagonistas). “Me tenía que probar”, asegura. Sin embargo, lo ha hecho con una historia coral. “Por supuesto, es un esfuerzo colectivo, en el que mis compañeras han compartido generosamente sus lecciones de vida, han sido transparentes. Son irremplazables y no imagino la película con otras. ¿Qué es en el fondo Las chicas están bien? Un paseo por mi cabeza, es un filme asilvestrado entre géneros porque así ha salido”. E insiste: “El cine es el arte de frustración. Yo escribí para esa casa, para esas mujeres, para regatear ese peligro de caer en la frustración. Es una película libre”. Como lo fue su anterior y único mediometraje, John y Gena, en el que entrevistó a sus exparejas, y que solo se vio en el festival Punto de Vista.
En la vida diaria intento no actuar mucho... y si lo hago no me pillan, soy buena”
Entre las trampas que disfrutará el público está la ligereza con que envuelve temas profundos. “Hui de la solemnidad, aunque las conversaciones sean confesionales. La intensidad emocional habitualmente se hermana en pantalla con una solemnidad que no se da en la vida real. Se puede llorar y hacer chistes en tanatorios. Como en pantalla ves a actrices que hacemos de actrices, no ocultamos que somos extraños seres conformados con una herramienta que nos permite saltar de temas hondos a ligeros con rapidez. En la vida diaria intento no actuar mucho, prefiero ser honesta... y si lo hago no me pillan, soy buena”.
La muerte de su padre
Otras de las semillas de las que germina Las chicas están bien son los miedos en los escenarios —ilustrado con una curiosa anécdota sobre cómo superarlos antes de empezar una representación— y la muerte del padre de Arana, rodeado de su esposa y de sus hijas. Con su hablar pausado, reflexivo, la navarra se zambulle en aquel recuerdo: “Me dio una dimensión distinta de la vida. Sentí que no volvería a verla igual, que de repente conectaba con los cimientos básicos y con nuestro fondo reptiliano de manera feroz. Por desgracia, a veces desconectamos con esas experiencias. En fin, eso me aportó valentía en el salto a la dirección”.
En ese defensa de la horizontalidad, de pocas imposiciones desde la jefatura, Arana explica que aún cree en “la utopía de que el cine puede mejorar a la gente”. Desgrana la idea: “Es una industria muy clasista. Por eso parece que en la película nos apartamos otro mundo, sin actrices mejores que otras, porque creo que la sabiduría que recoges en la vida es tu mayor riqueza. No hay más”. ¿Esto no nos lleva a Éric Rohmer? “No sé, puede que sí de forma indirecta, porque a Jonás [productor del filme con su empresa Los ilusos y pareja de Arana] le imponen la huella Rohmer [carcajada]. Es una herencia ilusa. Mis referentes han sido más Matías Piñeiro o Céline Sciamma, salvando las distancias y con la mayor humildad. Mi vida está rodeada de interpretación y de cine, cierto. He nacido entregada a esto, dominada por mis pasiones. Aunque lo he elegido así”. Otra herencia de Los ilusos: sus lanzamientos en el festival checo de Karlovy Vary: “No tengo síndrome del impostor, mi carrera ha ido a pasos, me gusta el rastro que voy dejando. Porque no me creo ni la burbuja ni el sobrehormonamiento actual del cine. Piensa en la alfombra roja, en la atención mediática que recibimos... En Karlovy Vary nos veía en el estreno, y me daba la risa. He aprendido a no creerme el cuento. Y no por algo cínico, sino que desde el agradecimiento asisto a los estrenos y a estos fastos... con humor. Nadie está esperando mi película”.
Un rodaje es la extensión total de la personalidad de quien dirige. Y yo creo que si estás bien rodeada y con humildad, salen cosas bellas”
¿Qué le pasa a Arana con el verano? Las chicas están bien transcurre y se estrena en verano, como La virgen de agosto o Tenéis que venir a verla, que Trueba estrenó el año pasado, con Arana en el reparto. “Me gusta el verano, es mi estación ideal, conversas de otra manera y me gusta el estado y la plasticidad, cercana a la relajación, de los cuerpos en estos meses... Aunque el estío de Tafalla sea tan distinto al de Madrid”, apunta. “Este año lo estoy pasando rodando una serie en Bilbao [Detective Touré, para TVE]. No siento que salte de la actuación a la dirección. Es más un paso de baile, no algo ajeno. Actuar se parece a escribir, y escribir a dirigir. Con sus distintas herramientas, cierto. Una filmación es la extensión total de la personalidad de quien dirige. Y yo creo que si estás bien rodeada y con humildad, salen cosas bellas. Al menos, intenté caerme bien a mí misma en el rodaje”.
Babelia
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