Annie Ernaux: “A muchos no les queda nada más que la violencia. A veces, está justificada”
Ganadora del Nobel de Literatura en 2022, esta maestra de la escritura sin ornamentos conversó, en su casa de las afueras de París, de su vergüenza de clase, de los efectos del MeToo, de su apoyo a Palestina y de la cercanía de la muerte
Casi dos años después de ganar el Nobel de Literatura, Annie Ernaux sigue siendo la misma: una silueta solitaria en una casa con jardín en Cergy, una ciudad sin historia, construida en los setenta para aliviar la concentración urbana, a unos 40 kilómetros de París. A lo lejos se divisa la capital desde su ventana, al fondo de un magnífico paisaje de verdes surcados por el río Oise. Sus dos gatos duermen la siesta. En el vestíbulo hay un cartel de una de sus películas favoritas: Lejos del mundanal ruido. Tiene sentido.
Este verano cumplirá 84 años. ¿Cómo los lleva? “No muy bien”, se resigna. Le duele la cadera, por una deformación congénita agravada por la edad, y tiene miedo a caerse. Está escribiendo un nuevo libro del que no dará explicaciones, salvo una: “No se inscribirá en la doxa actual”. A mediados de junio, Ernaux visitará Barcelona y Madrid, donde participará en un acto con lectores y presentará la película Los años de Super 8, montada a partir de sus grabaciones familiares. Además, acaba de publicar Lo que ellos dicen o nada (Cabaret Voltaire), una de sus primeras novelas, y la traducción catalana de El lugar (Angle), el libro sobre la muerte de su padre con el que se ganó la fama a mediados de los ochenta.
Su primer viaje a España fue en los años cincuenta: cruzó la meseta a bordo de un dos caballos. ¿Qué recuerda?
Era un país sumido en la dictadura. En la terraza de un bar de El Escorial me intentó ligar un joven español. De repente me di cuenta de que era franquista hasta la médula. Fue aterrador.
Imagino que le dijo que no.
Sí, claro. Para mí era imposible, entonces ya era bastante de izquierdas. Hasta el gaullismo me parecía inaceptable. No podía irme con un tipo tan de derechas…
¿Nunca ha tenido una pareja de derechas?
Una vez estuvo a punto de suceder, pero no duró mucho. Es algo superior a mí. No tienes la misma mirada sobre las cosas, sobre las personas, sobre el mundo.
¿Qué ha cambiado el Nobel?
El premio me ha convertido en un personaje público. Antes solo era una escritora. Ahora soy un icono, un símbolo, todas esas palabras pomposas que carecen de significado para mí. Me sentí como esa Virgen, Notre-Dame de Boulogne, a la que pasearon por parroquias de toda Francia al terminar la II Guerra Mundial.
No parece que le haga muy feliz.
No, nada feliz. Lo que me satisface es ver a esos jóvenes lectores que me conocen por las traducciones que se han hecho gracias al Nobel. Pero toda la parte oficial se me ha hecho pesada. Me ha quitado tiempo para escribir.
La mañana que la llamaron para anunciarle el premio prefirió no contestar al teléfono…
El año anterior me gastaron una broma pesada, me dijeron que había ganado y era mentira. No me iba a dejar estafar una segunda vez. Dejé que sonara el teléfono y esperé hasta que lo anunciaron en la radio. Mientras, me puse a vaciar el lavavajillas…
¿Se arrepiente de haber ganado el premio?
No. En realidad, yo nunca me arrepiento de nada. Sin duda, es una reacción a mi educación católica.
Al ganar el Premio Formentor en 2019, me dijo que experimentaba “un sentimiento de impostura”.
Hay una incongruencia entre mi forma de trabajar y el reconocimiento de esos premios literarios. Me parece desproporcionado, pero tal vez exageré al hablar de impostura…
También dijo sentirse “indigna” para cualquier premio.
Sí, debido a mi origen social. Aunque al ganar el Nobel sentí la necesidad de reivindicar esos orígenes, a diferencia de lo que sucedió con otros premios. Me sentí en el deber de representar a aquellos con quienes comparto ese origen social.
En solo dos generaciones, su familia pasó de ser campesina y analfabeta a ganar el Premio Nobel.
Eso debería ser lo normal. Lo anormal es que casi todos los premiados tengan ascendencia intelectual. Mi abuelo no sabía leer y mi padre nunca había oído hablar del Nobel. Yo supe lo que era a los 17 años, cuando lo ganó Camus. Todavía recuerdo su discurso de aceptación: “Quien eligió su destino de artista porque se sentía diferente aprende rápidamente que solo alimentará su arte y su diferencia admitiendo su parecido con todos”.
Para usted, esos orígenes fueron motivo de vergüenza.
Sí, claro. Al principio hubo esa vergüenza, porque mis padres no eran burgueses parisienses sino tenderos de un pueblo modesto de Normandía. Todo el trabajo ha consistido en darle la vuelta y convertir esa vergüenza en algo útil, usarla para pensar el mundo de otra manera.
Es decir, que ha transformado la vergüenza en orgullo.
Algo así. De pequeña, cuando sacaba buenas notas, las monjas que me educaron, a las que odiaba con todas mis fuerzas, me decían: “Espero que se lo agradezcas a Dios”. Yo no entendía por qué yo debía agradecérselo y no las demás niñas. Me costó años entender que lo decían porque era pobre. Me sigue sucediendo: a los tránsfugas de clase, como nos denomina la sociología, se nos reprocha siempre la falta de gratitud.
Es cierto, le reprochan que sea ingrata y plañidera.
Me pueden decir lo que quieran menos plañidera. Mis libros expresan la realidad, y la realidad es violenta. Nada más.
El lugar empieza con una cita de Jean Genet: “Escribir es el último recurso cuando uno ha traicionado”. ¿A quién traicionó?
A mi clase social. Es una sensación que ha disminuido, o que se ha transformado, más bien, en un sentimiento de injusticia. ¿Por qué yo y no mis padres? ¿Por qué yo y no mis primas? ¿Por qué yo tengo esta bonita vista ante mis ojos y ellas no? ¿Por qué ellas van mal vestidas y yo no?
A los 20 años, escribió en su diario íntimo una frase de Rimbaud: “Soy de raza inferior para toda la eternidad”.
Así es. La contrapuse a otra de mi cosecha: “Voy a vengar a mi raza”. Es la frase que recordé al recibir el Nobel.
¿Lo ha conseguido?
He hecho todo lo posible. Con los medios de los que dispongo, tengo el deber de hacer tomar conciencia sobre las injusticias fundamentales. El éxito no me ha afectado, habría vivido igual de bien sin el Nobel. En realidad, me afligen la gloria y la celebración.
Muchas personas de izquierdas de su generación se han vuelto conservadoras con la edad. ¿Cómo lo evitó usted?
No fue difícil. Esas personas a las que se refiere eran, a menudo, burgueses, aunque no siempre fueran conscientes de ello. Estaban conectados con círculos intelectuales que yo no frecuenté. Yo solo era una profesora en el extrarradio. Nunca me alejé de mis convicciones primeras.
Tengo la impresión de que también es una cuestión de ética.
Sí. ¿Y no cree que la ética procede de la sociología de uno? Es decir, que uno tiene la ética de su clase social. La mía está entre dos mundos, pero se suele inclinar hacia la de mis padres: no aprovecharse indebidamente de nadie, no buscar nunca la gloria. Jamás.
Austeridad y rectitud moral.
Sí, eso viene de mi madre. Era una persona extremadamente moral. No era católica de fachada, profesaba un catolicismo verdadero. Esa rectitud que acaba de mencionar significa mucho para mí.
Su educación religiosa tuvo doble cara: le confirió una gran solidez moral, pero frenó su liberación sexual.
Sí, la tara de ese modelo está en lo sexual. Y no es poca cosa: es una fuerza de vida que te amputan, sobre todo a las mujeres. Debíamos ser vírgenes hasta el matrimonio, sin conocer nunca el placer. Pero no se puede rehacer el pasado, tengo que vivir con lo que cargo a cuestas…
Eso no le impidió liberarse.
No, pero tomó su tiempo, y a un precio bastante alto. Durante muchos años, sentí que no tenía identidad, que no pertenecía a ningún sitio, ni en lo social, ni en lo personal ni en lo sexual. De joven, me sentía como una mujer con deseo de hombre.
¿Diría que los jóvenes la entienden mejor que los lectores de su generación?
En general, sí. Especialmente, las chicas, las mujeres jóvenes. Una de las primeras veces que me sentí entendida fue cuando Laurent Cantet, que acaba de fallecer, estrenó su primera película, Recursos humanos. Pensando en sus padres, escribió este diálogo: “Tengo vergüenza de tener vergüenza”. Lo tomó prestado de Los armarios vacíos. Su película se estrenó en 1999, 25 años después de la publicación del libro. Autores que se inspiran en mi obra, como Didier Eribon o Édouard Louis, publicaron sus libros hace solo 10 o 15 años. Va lento…
Cuando ganó el Nobel, Le Figaro le dedicó un artículo bastante violento. “Esperemos que haga un buen uso de su cheque”, decía. ¿Sigue percibiendo una animosidad?
He tenido muchas resistencias, en la derecha y también en la izquierda, y ahí siguen. ¿Sabe quién es ese tipo de derechas, el filósofo Pascal Bruckner? Un día encendí la radio y le escuché decir: “Annie Ernaux se está quejando todo el día cuando es multimillonaria”. Al margen de ser una calumnia, me parece de una extrema violencia. Que haya cientos de personas con patrimonios inmensos heredados de su familia no es un problema para nadie, pero que yo gane dinero…, ¡eso es inaceptable!
Otra cosa que le disgusta es que la asocien a la autoficción. ¿Por qué?
Porque yo no hablo de mí. Parto de mi vida, pero en ningún caso para hablar solo de mí misma.
¿Hay en sus libros una aspiración a lo universal?
Sí, la idea es partir de lo que le ha sucedido a uno para buscar en ello una especie de ley universal. Salvando las distancias, es a lo que aspiraba Proust…
La diferencia es que usted es mujer. Hasta no hace tanto, esa ambición que describe había sido exclusivamente masculina.
Exacto, y eso supone un cambio mayúsculo. Sí, tal vez haya sido una de las primeras escritoras en tener esa aspiración. Y creo que no seré la última…
¿Conoce la música de Taylor Swift? Es la mayor estrella del pop del momento, pero se le reprocha que hable de sus rupturas sentimentales. Se la ridiculiza como si su obra fuera irrelevante, igual que le sucedió a usted.
No la conozco, pero la voy a escuchar. El desprecio por la experiencia femenina sigue ahí, las cosas no han cambiado tanto. Repita su nombre, que me lo apunto… Swift, ¿como Jonathan Swift?
¿Qué balance hace del MeToo, un movimiento que creyó que no vería?
Vemos sus resultados a diario. El otro día me mandaron un libro que hablaba del aborto espontáneo de su autora. Y recordé que yo también viví un aborto espontáneo, al margen del aborto clandestino que narré en El acontecimiento. Entre mis dos hijos, tuve un aborto a los cuatro meses. Iba a ser niña, ya nunca tendría una hija. Nunca he hablado de ello. Lo digo aquí por primera vez.
¿Por qué no contó esto, habiendo narrado tantas experiencias íntimas, de su vida sexual a su cáncer de mama?
Porque ese no era un sufrimiento reconocido. Una de cada dos mujeres ha sufrido un aborto espontáneo, pero ese era un tema que no existía. Es producto del control masculino sobre la reproducción. Los pintores han representado a la Virgen con su niño, pero todo lo que se salga de esa imagen idílica resulta asqueroso. No es digno. Persisten muchos tabúes sobre nuestra experiencia, y el MeToo está contribuyendo a derribarlos. Es normal que ese proceso venga de las mujeres: no podemos esperar mucho, me permitirá que se lo diga, de los dominantes.
Hace unos meses se expresó a favor de la gestación subrogada. Durante muchos años estuvo en contra. ¿Por qué ha cambiado de opinión?
Una pareja homosexual de mi entorno recurrió a ello. No fue como imaginaba. La madre portadora tuvo un vínculo muy fuerte con la pareja y gestó a sus dos hijas. Las niñas la conocen, ella forma parte de sus vidas. Pero les costó mucho dinero, porque, al no ser legal en Francia, tuvieron que hacerlo en Canadá. Para mí, debería estar regulado.
Su postura sorprendió, en todo caso, en España, donde la izquierda y el feminismo son desfavorables a la gestación subrogada, al suponer la mercantilización del cuerpo de la mujer.
Lo entiendo, yo era de la misma opinión. Es cierto que puede haber mujeres que lo utilicen como fuente de ingresos. Pero, en ese caso, también habría que prohibir la prostitución. ¿Y realmente podemos prohibir la prostitución? Sinceramente, me parece difícil…
¿No era usted abolicionista?
Sí, pero he cambiado de opinión sobre ambas cuestiones.
¿Se puede ser feminista, de izquierdas y estar a favor de la prostitución y la gestación subrogada?
No me parece incompatible. Pero bueno, también hay feministas que están en contra de la transidentidad… Yo estoy a favor. Al final, todo consiste en la libertad de cada mujer para usar su cuerpo.
Ha recibido acusaciones de antisemitismo por su posición sobre el conflicto entre Israel y Palestina. ¿Qué responde?
A todos los que no aprobamos la posición de Israel se nos trata de antisemitas. Se confunde a los judíos con Israel, y no es lo mismo. He dicho que Hamás ha cometido actos deplorables e irreparables, pero la intención de Netanyahu es apoderarse de Gaza. Se buscan todos los eufemismos posibles, pero esa es la realidad. Solo los movimientos de estudiantes están salvando el honor de Francia. Todo esto está alentado por Macron, un líder que no ha vivido la guerra. Yo sí la viví. La guerra son las bombas y el hambre. Hasta el final de su vida, mi madre llevó sobres de azúcar en su bolsillo, lo que dice mucho sobre las carencias de esa generación. Soy irreductiblemente pacifista.
A la vez, ha defendido movimientos como la revuelta en los suburbios franceses de 2005 o los chalecos amarillos en 2019. La han acusado de patrocinar la violencia.
Cuando llevas décadas sin obtener nada por otras vías, ¿qué te queda? A muchos no les queda nada más que la violencia. A veces, la violencia está justificada. Cuando uno es víctima de injusticias continuas y no ve ninguna perspectiva de que terminen, ¿qué puede hacer?
En Memoria de chica escribió: “La vida que tengo por delante se acorta. Habrá necesariamente un último libro”.
Sí, llevo años escribiendo cada libro como si fuera a ser el último. Cuanto más tiempo pasa, más se vuelve una realidad posible. Hace unos meses murió Louise Glück. Y el otro día, Alice Munro. Las dos tenían el Nobel. Me digo que tal vez seré la siguiente.
¿Cómo afronta esa posibilidad?
Uno no puede hacer mucho al respecto. Para mí, ni la vejez ni la muerte son motivos de angustia. Lo que no me gusta de envejecer no son las arrugas, sino perder la fuerza. El cuerpo ya no tiene resistencia. Pero me he acostumbrado al hecho de “haber vivido”, a que ya no me pasen cosas emocionantes como antes, a dejar de esperar sorpresas de la vida. Eso facilita esta transición hacia la nada.
Lo dice con gran serenidad.
Tengo la suerte de tener hijos y nietos. Me siento como el eslabón de una cadena que ellos continuarán. Me gusta pensar que verán cosas que yo no veré. En el futuro, la concentración de riqueza o que algunas personas vivan en la calle serán cosas tan inadmisibles como el esclavismo. Quiero pensar que mis nietos tendrán una vida apasionante, igual que la mía. Porque otra cosa no, pero mi vida ha sido bastante interesante…
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