Desde Tàpies hasta Barceló: Jean Marie del Moral, el fotógrafo que retrata a los artistas en la intimidad de sus estudios
Lleva 45 años fotografiando en el lugar donde nacen sus creaciones a Miró, Tàpies, Saura, Motherwell o Lichtenstein. Pero Miquel Barceló ha sido y es su presa favorita. Una relación que cobra vida en el stand de EL PAÍS en Arco.
Jean Marie del Moral quería ser escritor. Nada. Cineasta. Tampoco. “Soy un escritor y un cineasta frustrado”. Puede que pintor. Imposible. No se sabe qué nos perdimos pero sí que, descartadas tales opciones artísticas, y tras haber entrado un día de hace 45 años en el estudio de Joan Miró en Mallorca, algo hizo clic en su cabeza. Sería definitivamente fotógrafo profesional (ya llevaba algunos años haciendo pinitos, con grandes reportajes sobre los disturbios de Mayo del 68 y la pos-Revolución de los Claveles portuguesa) y, además, pondría en marcha lo que hoy es toda una historia del arte moderno, una historia en imágenes escrita en los estudios de los pintores y los escultores. O dicho de otro modo: el ojo que acecha al artista.
Así que, durante lustros y más lustros, este todoterreno gráfico, lo mismo reportero del diario comunista L’Humanité que colaborador en lujosas revistas de viajes, nacido en Francia de padre andaluz y madre catalana exiliados tras la victoria franquista, convenció a los más grandes para hacerse un hueco entre sus caballetes, sus pinceles, sus atavíos plagados de manchurrones. De Miró a Plensa y de Saura a Sicilia, pasando por Tàpies, Palazuelo, Apel·les Fenosa, Clavé, Campano, Chillida, Broto, García Sevilla o Esther Ferrer, fue componiendo un fresco gigantesco de la actividad creadora en el arte español del último medio siglo. Eso, por no hablar del panorama internacional y los maestros del expresionismo y el pop estadounidenses (Motherwell, Lichtenstein, Francis, Katz, Stella, Schnabel…) y de estrellas hipercotizadas como Zao Wou-ki, Damien Hirst, Marina Abramovic o Ai Weiwei. Pero nada comparable a su relación con Miquel Barceló.
Jean Marie del Moral (Montoire-sur-le-Loir, 71 años) empezó a fotografiar al artista mallorquín en 1985. Había conseguido su teléfono gracias al pintor Miguel Ángel Campano. Convenció a Barceló de que le permitiera acudir a su estudio de la avenida de Breteuil, en París. Se trataba de un piso desvencijado en el que el artista —entonces ya una estrella de 28 años que había triunfado en la Documenta de Kassel y había sido ungido por el dedo protector del galerista Bruno Bischofberger— ultimaba las pinturas de su primera exposición estadounidense, para la galería Leo Castelli de Nueva York. Barceló aceptó a regañadientes ser inmortalizado mientras pintaba y mientras retumbaba en el estudio la música de Jimi Hendrix a todo trapo.
Así recordaba en el libro Diez horas con Miquel Barceló (La Fábrica) su renuencia inicial a aceptar la presencia de un fotógrafo: “Me cuesta horrores pintar mientras alguien me mira. Es una impostura. Pintar no es algo que se haga en público; es como la masturbación o un asesinato, algo que no haces delante de la gente. Es difícil pintar sabiendo que hay una cámara por ahí, pero Jean Marie, a pesar de ser tan grandote, sabía pasar inadvertido. Así ha conseguido hacer fotos estupendas. Al cabo de un tiempo me di cuenta de que se estaba empezando a formar una serie y de que me gustaba el ojo de Jean Marie. He probado con otros fotógrafos y él sigue siendo el mejor”. Barceló explica a El País Semanal: “Tiene la discreción de un fotógrafo naturalista especialista en animales nocturnos o zorros albinos”, y define así su forma de hacer: “Parece que siempre trabajara con la cabeza dentro de una caja de tela negra. Eso hace su presencia en el taller casi imperceptible. En cualquier foto mía en el estudio hecha por cualquier otro fotógrafo, estoy de pie mirando impaciente a la cámara, esperando que se vaya. En las fotos de Jean Marie, nada de eso. Como dice Lezama, se hace notar más por su ausencia que por su presencia. Eso debe de ser un don. Uno raro”.
Así que a partir de aquel primer encuentro, en París y en Angers, en Artá, en Vilafranca y en Farrutx, en Palermo y en Ségou o Gao (Malí), en Barcelona y en Lanzarote…, se forjó una relación profesional y amistosa que dura ya cuatro décadas. Nunca un fotógrafo cartografió con tanto ahínco, y con las mismas dosis de eficacia que de creatividad, el universo de un artista en acción. Ni David Douglas Duncan o Brassaï con Picasso, ni Hans Namuth con Jackson Pollock, ni Paul Strand con Georges Braque se atrevieron a tanto y durante tanto tiempo. Ni siquiera sus adorados dioses de la fotografía, Paul Strand, Robert Doisneau o Henri Cartier-Bresson. La de Barceló / Del Moral es una relación de complicidad, silencio y palabra que cobrará cuerpo a través de 23 fotografías de gran formato en el stand de El PAÍS en la feria de arte contemporáneo ArcoMadrid, entre el 6 y el 10 de marzo. Posados, escorzos, miradas, dudas, complicidades, escepticismos, color, blanco y negro, figuración, abstracción, interiores, paisajes…, todo cabe en la Nikon del fotógrafo, aplicado en la composición de una biografía no al uso.
La actividad de Jean Marie del Moral, un tipo altísimo de andar y gesto pausado, educado hasta la extenuación y aparentemente más tranquilo que un elefante marino, es en realidad frenética. La preparación, estos días, de su exposición en Arco es un capítulo más dentro de su incansable ritmo de producción, con incesantes sesiones fotográficas para revistas, periódicos y catálogos, y sobre todo para sus queridos fotolibros, con títulos como Barceló, Barceló detrás del espejo y El ojo de Miró (los tres editados por La Fábrica); Horta Picasso / Miró Mont-Roig (Fundació Palau); Passes per Palma, con textos del escritor mallorquín Biel Mesquida (Vibop Edicions); Fuga Mundi (Ensiola Editorial); Alenar dins el fang (Ensiola Editorial, un libro de pequeño formato sobre el retablo de Barceló en la catedral de Palma), o Conversaciones con Jean Marie del Moral (Ensiola Editorial), del escritor y periodista Pere Antoni Pons, un volumen en el que el lector puede asomarse con lujo de detalles a la trayectoria vital y artística de Jean Marie del Moral. Lo mismo que ocurre con el precioso documental Compás de silencio, dirigido por Cesc Mulet con producción de La Periférica Produccions y Allegra Films, de próximo estreno y del que podrán contemplarse extractos en el stand de EL PAÍS en Arco: un verdadero retrato de vida en imagen y palabra. Y en 2025, el fotógrafo dará a luz a su nueva criatura: el monumental ensayo fotográfico Jean Marie del Moral / Barceló (Suite), que considera como una verdadera retrospectiva de su trabajo sobre el pintor y escultor de Felanitx.
El editor y escritor francés Patrick Mauriès, que coordinó el proyecto del libro Barceló, definía en su prólogo esta relación: “Una mirada sucede a la otra y se ve irrevocablemente alterada: se trata de un relato o una crónica que súbitamente se interrumpe (o se concentra, o se revela) debido a incidentes que sobrevienen al azar, debido a detalles que son una revelación”. El azar. Un ingrediente imprescindible en la labor de sabueso de imágenes emprendida hace 45 años por Jean Marie del Moral. Otro sería la discreción espartana, que en Compás de silencio toma cuerpo en esos planos del personaje agazapado en un rincón del estudio de Barceló en Farrutx, como un monje cartujo pero cámara en ristre. Y otro, una innegociable huida del artificio: “Intento eliminar lo superfluo, tanto en la vida como en lo que estoy mirando”. Amén.
Sentado en el estudio de la preciosa casa de Ses Salines, en el extremo sur de Mallorca, donde vive con su pareja, la autora francesa Catherine de Montalembert, y con su gata Tita, el fotógrafo explica así los procesos de trabajo en su aproximación al universo de Barceló: “Cuando estoy en su estudio con él, intento colocarme en un lugar donde sé que no le voy a molestar. Y claro, a veces me quedo ahí quieto y de repente me doy cuenta de que desde otro sitio tendría un ángulo de visión mucho mejor, pero ya no me atrevo a moverme. A veces es muy complicado”. La timidez del fotógrafo, enfrentada a la agresividad de la cámara, un asunto que obsesiona a Jean Marie del Moral, autor de una frase que es toda una profesión de fe: “Un fotógrafo es un cazador pacífico, busca no sabe bien qué presas, el ojo es el perro y la cámara la escopeta”. En ese combate a menudo ha resultado vencedora la timidez. Eso le ha hecho perder fotos. Incluso grandes fotos. Pero él considera que no se puede transigir con según qué principios. “Nuestros días están llenos de aciertos y también de cosas que te pierdes, y esa es la perfecta metáfora de la vida, y es extraordinario, lo que pasa es que vivimos en un mundo donde lo queremos todo, todo el tiempo. Pero no, a veces yo veo algo que me interesa pero no lo registro. Porque a veces, por lo que sea, por respeto, no registras las cosas. Y sé que es una foto extraordinaria… y que no la estoy haciendo”.
El cruce de caminos con Miquel Barceló y en general con todos los grandes artistas que ha retratado es, según él, pura cuestión de tiempo. Del tiempo. Se diría, con relación a eso, que la suya es una obra consciente y casi militantemente relacionada con la memoria: “Ha pasado mucho tiempo y en España sigue sin tenerse en consideración a los españoles que estuvieron fuera. No existen”, lamenta. “Yo he hecho un trabajo que nadie ha hecho —y lo puedo decir sin ninguna vanidad— sobre una parte importante de la memoria fuera de España. España a través de sus pintores. Desde pequeño, gracias a mis padres, supe que este no era solo un país en el que gobernaba un caudillo de mierda culpable de que yo hable español con acento francés, sino que era también un lugar en el que había grandes artistas y grandes poetas… Y crecí con eso, y a lo largo del tiempo descubrí en París a los exiliados españoles, Clavé, Baltasar Lobo, Campano, Viñes, Xavier Valls, Orlando Pelayo, Apel·les Fenosa, y es lo que siempre he querido retratar, una España del saber, del arte y de la poesía, sin ningún espíritu de revancha en absoluto”.
El drama vivido por sus padres, que pasaron un año en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer, en el sur de Francia, la amarga experiencia de sus abuelos lejos de su tierra, su niñez en la France profonde y luego en París, el regreso a España… Todo ello dejó huellas. No necesariamente huellas felices. “Del exilio creo que no te curas del todo nunca”, concluye. “Nací en Francia…, pero no tengo nada de francés, aunque tengo que reconocer que llevo dentro una doble cultura, la francesa y la española, y creo que eso es un regalo de la vida. En todo caso, si tengo que definirme, soy un español nacido en Francia. Y antes de nada, un medio catalán medio andaluz”.
Y medio anarquista. O anarquista entero. Lo que no quiere decir caos o desorden. “Soy un anarquista cívico, no entiendo el anarquismo como ‘hago lo que me da la gana’, nada de eso, vivimos en sociedad y hay unas reglas y unos deberes, aunque a veces creamos que solo tenemos derechos. Pero que no me venga ningún político a contarme qué tengo que hacer. Yo reivindico la posibilidad de ser honestos. Si todos fuéramos honestos, no necesitaríamos ni políticos, ni policías ni curas”. Jean Marie del Moral está convencido de que la metáfora perfecta de todo ese anarquismo con reglas, de ese caos ordenado, es el estudio de un artista, que reivindica como expresión artística en sí mismo. Aunque no todo el mundo parece pensar lo mismo. “Los estudios de los artistas son propiamente obras de arte, lo que pasa es que normalmente nadie los mira. Son auténticas cuevas mentales, pero casi nadie las sabe ver, los comisarios y los críticos de arte pasan sin verlas, no les interesan”.
Palabra del ojo. Del ojo que acechaba y sigue acechando a los artistas.
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