La próxima vez saldrá mejor
Nada más falso que dividir el mundo entre vencedores y perdedores. La vida es un continuo de altibajos
Cerca de mi casa han puesto una tienda pequeñísima y coqueta que vende solo trufas. No me refiero a las de chocolate, sino a las de verdad, a esos hongos carísimos de olor apestoso y potente sabor que cambian cualquier plato que tocan, así de rotundos son. El local solo lleva unos meses abierto y, cada vez que paso por delante, que lo hago muchas veces, está vacío, a excepción del chico que atiende, que imagino que debe de ser el dueño. La puerta tiene casi la anchura de toda la tienda y el menguado espacio, siempre bien iluminado, es muy visible desde la calle, así que la evidencia de esa soledad es atronadora. Jamás he visto a nadie comprando y ni siquiera curioseando por las baldas perfectamente ordenadas y llenas de tarritos, todo tan menudo y tan bonito que semeja más una joyería que un comercio gourmet, una comparación adecuada si tenemos en cuenta el precio de la trufa: hasta 2.000 euros el kilo de la negra.
Yo tampoco he entrado nunca, porque no cocino y mucho menos exquisiteces tales que puedan llevar un toque trufado. Pero cada vez que cruzo por delante le echo una ojeada al vendedor, un vistazo rápido y escondido, porque casi parece una vergüenza estar siempre tan solo. Y me pregunto cuánto tiempo más podrá mantenerse sin cerrar. Es fácil imaginar la ilusión con la que se metió en este proyecto, cómo reunió el dinero, buscó el local, lo alquiló, lo pintó, colocó las estanterías, hizo el primer pedido; y también es fácil visualizar cómo se va desgastando su esperanza día tras día, al igual que una seda demasiado lavada que acaba por desgarrarse.
Y, sin embargo… Sin embargo, escribo todo esto ahora y me parece que hay un defecto de base en mi mirada. Digo que “casi parece una vergüenza estar siempre tan solo” y se me encienden alarmas ululantes. Cómo, ¿pero me voy a doblegar al tópico mentiroso de la dualidad éxito/fracaso? Yo también he estado unas cuantas veces visiblemente sola en una firma de libros a la que no venía nadie, y no solo no ha pasado nada, sino que lo considero un buen entrenamiento para ir asumiendo la frustración, que es algo muy necesario de aprender pero que nadie nos enseña. Y es que estamos muy mal educados emocionalmente, y enseguida nos salen esos parásitos del pensamiento que son los lugares comunes. Nada más falso que dividir el mundo entre vencedores y perdedores. La vida es un continuo de altibajos y, para más confusión, esos altibajos a menudo se dan a la vez. Es decir: una puede estar triunfando con sus amigos y pifiándola con su pareja, atinando un pleno en el trabajo y hundiéndose en el trato con sus hijos. Vivir es un maldito lío, eso es innegable, pero la buena noticia es que los líos se desenredan, los días fluyen, las cosas cambian y una siempre tiene la posibilidad y la esperanza de aprender a vivir un poco mejor.
Regreso con el chico de la tienda. Ahora se me ocurre que atreverse a poner un local que sólo vende trufas es de una originalidad y una valentía poco comunes. Veo en internet que se trata de una franquicia italiana que va viento en popa en medio mundo, así que no sólo es original y valiente, sino también sensato, porque ha apostado por un modelo que ha funcionado en otros lugares. Por otra parte, los analistas económicos y los 90.000 libros de autoayuda empresarial que hay en el mercado sostienen que los emprendedores siempre aprenden del fracaso y del error (igual que los científicos, por cierto). Ya conocen los ejemplos famosos: Bill Gates arruinó su primer negocio, Steve Jobs fue despedido del suyo y el creador de las famosísimas chocolatinas Hershey’s hundió antes tres empresas de dulces, que eso sí que es perseverancia, digo yo. Pero no es necesario ser Bill Gates: basta con poder sacar adelante un trabajo que te guste. En España, seis de cada diez empresas no aguantan abiertas más de cinco años, el peor dato europeo después de Rumania y Dinamarca. En cuanto a las start-ups, cierran nueve de cada diez antes de los tres años. Pero, aun así, la gente no se rinde. Según la plataforma South Summit, los emprendedores digitales “tienen más éxito cuanta más experiencia han tenido, y al cuarto intento sus probabilidades de fracaso caen a un 8%” (fuente: Josep Catà Figuls en EL PAÍS). Así que, de ahora en adelante, cuando pase por la tienda de trufas vacía, aplaudiré a ese chico mentalmente. Y pensaré: la próxima vez saldrá mejor.
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