La procesión va por dentro
Las imágenes ilustran el proceso por el que en el interior de un embrión de cerdo crecen unas células de riñón humano. La idea de utilizar cuerpos de otras especies como semilleros de nuestros propios órganos de cara a los trasplantes del futuro resulta fabulosa y extraña, estupefaciente e insólita, magnífica y monstruosa, todo a la vez, todo de forma simultánea, todo junto y revuelto. Diríamos que pertenece a la lógica delirante y lúcida de la reina de Alicia en el País de las Maravillas. No deberíamos por tanto acostumbrarnos a leer estas noticias como el que lee las últimas declaraciones de un político sobre el encaje de Cataluña en España. Lo asombroso es el encaje de un órgano humano en un animal o viceversa, pues viene a ser como encajar la mitología en la ciencia o la ciencia en la mitología, de ahí el nombre de “quimera” dado al experimento.
Tenemos la obligación de asombrarnos, en fin. Lo logrado en China por un grupo de investigadores, entre los que figura un médico español, es bárbaro. La copia de una víscera podría impresionar poco porque la procesión, como suele decirse, va por dentro. Pero imaginen, por ejemplo, un caballo con cuatro manos humanas en vez de los cascos a los que nos tienen acostumbrados.
Advierten los científicos del peligro de que algunas de estas células renales migraran al cerebro del cerdo embrionario transformándose, supongo, en neuronas humanas. Ignoramos qué resultaría de esta colonización. Pero pensémoslo al revés: imaginemos a nuestro órgano pensante habitado por un grupo de células nerviosas de un cochino.
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