Natalia Vodianova, de supermodelo a gurú tecnológica: “Las redes te hacen sentir que no eres lo bastante bella o lo bastante rica”
De una industrial ciudad soviética al lujo capitalista de París. De la pobreza a la riqueza. De lo más bajo a la cima. La supermodelo rusa lo ha conseguido todo en la moda, pero quiere más. A sus 41 años es musa de Guerlain, embajadora de la ONU, filántropa y accionista en una veintena de compañías y aplicaciones tecnológicas
“Apóyate sobre esa puerta”. “Crúzate de brazos”. “No mires a cámara”. “Ahora mírame”. El fotógrafo da órdenes y la modelo obedece, fijando sus ojos azules en el objetivo fotográfico. “Ahora siéntate en el sofá”. “Recuéstate”. “No tanto”. “Repetimos”. Las horas pasan en un piso de París, cerca de la plaza de la Bastilla, y el fotógrafo no deja de dar instrucciones. La maniquí, que ha madrugado y lleva toda la mañana ejecutando poses, no parece cansada. En un altavoz suena Blue Monday, de New Order, para animarla. Es una sesión de fotos como tantas otras, pero ella no es una más del montón. Natalia Vodianova (Nizhni Nóvgorod, Rusia, 41 años) es una de las supermodelos mejor pagadas del mundo y esposa de Antoine Arnault, director general y vicepresidente de Christian Dior SE, el holding familiar que controla LVMH, el conglomerado francés de marcas de lujo como Dior, Louis Vuitton, Fendi y Loewe. La industria de la moda le ha puesto el apodo de Supernova por su carrera explosiva, meteórica y fulgurante. Con 17 años dejó atrás su casa, en un barrio humilde de la antigua ciudad soviética de Gorki —Nizhni Nóvgorod, desde 1990—, para probar suerte en la capital francesa. Con 19 ya había llegado a la cima.
Vodianova se sigue pareciendo físicamente a la quinceañera introvertida que vendía manzanas en las calles de una ciudad gris de Rusia y soñaba con triunfar en la Ciudad de la Luz. También conserva la mirada infantil y la voz suave, por momentos imperceptible. Pero ya no es esa niña. Lleva cerca de 25 años trabajando como top model y sigue protagonizando portadas, desfilando y prestando su imagen para campañas. Desde hace 15 es embajadora de Guerlain, firma de belleza bicentenaria, quintaesencia de la cosmética francesa y una de las joyas de la corona del gigante del lujo LVMH. “Es raro llevar tanto tiempo con una misma marca. Cuando lo consigues, es algo tan preciado que intentas mantenerlo. Con Guerlain tenemos una confianza mutua que es difícil de encontrar en este negocio”, dice durante un receso de la sesión de fotos. Ahora sus contratos como modelo representan una pequeña parte de todo lo que hace. También es un business angel con inversiones en más de 20 empresas tecnológicas que desarrollan aplicaciones de estilo de vida con millones de usuarios en todo el mundo. Es fundadora de Naked Heart, una fundación con la que ha recaudado millones de euros para ayudar a niños con autismo, parálisis cerebral y síndrome de Down. Es embajadora de buena voluntad del Fondo de Población de las Naciones Unidas para concienciar sobre los estigmas que hay en torno a la menstruación. Y es madre de cinco hijos, tres de ellos fruto de su primer matrimonio, con el aristócrata inglés Justin Portman, y dos con Arnault.
Vodianova hace justicia al apodo que le dio la industria de la moda. Es como una supernova, imparable. Nada parece torcer el curso de su trayectoria. “¿Qué cosas me preocupan? Puedes pasar toda tu vida preocupada y más en los tiempos que corren. Aquí en Francia las cosas no van del todo bien y hemos pasado meses difíciles”, dice refiriéndose a las protestas contra la reforma de las pensiones impulsada por Emmanuel Macron. “El mundo está polarizado y hay muchas preocupaciones. Pero yo procuro centrarme en lo que puedo controlar y cambiar. Soy una mujer práctica”, explica.
Cuando eres una de las modelos más cotizadas del mundo, y además estás casada con uno de los hombres más ricos del mundo, puedes controlar y cambiar muchas cosas. En 2004, tras la masacre en una escuela de Beslán, en Osetia del Norte, donde murieron más de 180 niños, la supermodelo creó su propia fundación para construir parques y zonas de recreo infantiles seguras y adaptadas a todas las capacidades. “Tenía 22 años y tenía mucho éxito, pero no sabía qué hacer con todo ese éxito. Cuando pasó lo de Beslán, supe lo que tenía que hacer”, recuerda. En estos 20 años ha recaudado más de 65 millones de euros con los que ha construido cientos de espacios de juego y ha ayudado a más de 25.000 niños con necesidades especiales. “Hemos descubierto que la mejor manera de juntar dinero es organizando eventos bonitos para personas que aman las cosas bonitas”, dice sobre sus galas y subastas benéficas. “Hace poco encargamos un informe a la consultora Ernst & Young sobre el impacto de nuestra fundación y concluyeron que cada euro que invertimos genera tres euros de impacto. Es decir, en realidad esos 65 millones de euros se han triplicado”, apunta. Este año lanzará un programa en Francia para asesorar y formar a padres con hijos con autismo.
El trabajo en su fundación le ha servido para sanar viejas heridas de su infancia. “Fue una manera de reconciliarme con mi pasado de pobreza, lucha y sufrimiento. Este proyecto me ha permitido asumir todo eso”, reflexiona. Hija de una vendedora de pasteles, la modelo creció en una casa humilde de Nizhni Nóvgorod. Una de sus hermanas, Oksana, padece parálisis cerebral severa y autismo. Así que Vodianova no solo sufrió la pobreza, sino también las bromas crueles y la incomprensión de los otros niños. “Sufrí acoso”, admite, aunque no quiere profundizar en su experiencia con el bullying. “A mis hijos les enseño a relativizar las cosas. No puedo impedir que alguien los acose o lastime, pero puedo evitar que sufran por ello. Solo porque alguien diga algo sobre ti no significa que eso sea verdad. A mis hijos les enseño a sentirse seguros de sí mismos y a valorar a su familia. Les digo que todo lo que sucede fuera de nuestra casa hay que cogerlo con pinzas. No puedes controlar las acciones o emociones de los demás, pero puedes controlar las tuyas”.
Quizá ese autocontrol y disciplina la han ayudado a llegar a lo más alto de un negocio ferozmente competitivo y extremadamente lucrativo para las modelos femeninas, quienes suelen ganar entre dos y tres veces más que los hombres. “No puedo decir que la industria de la moda sea más igualitaria que otras. Es cierto que hay un pequeño grupo de mujeres que ganamos mucho más que los hombres. Pero hay millones de mujeres que no ganan lo suficiente”, denuncia. “Este es un sistema diseñado para el éxito, no para el fracaso. Y hay muchas mujeres que no logran el éxito. Si fracasas, nadie te va a apoyar o ayudar a recuperarte. Esto les sucede a muchas modelos, diseñadoras y costureras”, continúa.
Su asociación con el Fondo de Población de las Naciones Unidas está centrada en la llamada “pobreza menstrual”: una de cada cuatro mujeres en el mundo tiene dificultad para acceder a productos de higiene femenina. La modelo ha ayudado a esta agencia internacional a repartir millones de “kits de dignidad” en albergues de emergencia y campos de refugiados en 58 países. Cada mochila está provista de compresas desechables y reutilizables, ropa interior, jabón de cuerpo, cepillo de dientes y pasta dental y detergente en polvo. También lidera una campaña llamada Lets Talk en la que habla con celebridades sobre su experiencia con la regla. Las supermodelos Emily Ratajkowski, Izabel Goulart y Natasha Poly han participado en el ciclo. “Es interesante hablar con mujeres tan diferentes sobre algo que todas tenemos en común: la menstruación”, dice. “Muchas se sienten incómodas al hablar de la regla. Si hoy entrara a esta sesión de fotos y dijera que no me siento bien porque tengo la regla, mucha gente me miraría raro. Pero si dijera que me duele el estómago o la cabeza, nadie se sentiría incómodo. Tenemos que cambiar eso”, continúa. “Yo lo he pasado muy mal muchas veces por este asunto. Recuerdo que una vez manché las sábanas de un hotel. Corrí al baño a limpiarlas y sentí mucha vergüenza, como si hubiera hecho algo malo. Si me hubiera cortado un dedo, no habría tenido la misma sensación. Es la misma sangre, pero no vemos con los mismos ojos la de la menstruación”.
En 2015 dio un paso más en su idea de capitalizar su notoriedad para apoyar causas sociales y empezó a construir un porfolio de inversiones en empresas tecnológicas que diseñan aplicaciones y plataformas para cambiar la vida de la gente. Su primera inversión fue en Elbi, una red social filantrópica que permitía a los usuarios hacer donaciones con solo un clic. Elbi ahora es Locals, una red diseñada para conectar a personas en el mundo real. “Las redes sociales solo muestran una parte idealizada de la vida. Entras en Instagram y ves a personas con vidas perfectas y sientes que tú no tienes esa vida tan interesante, que no estás haciendo todo lo que deberías hacer, que te estás perdiendo cosas. Las redes te hacen sentir que no eres lo suficientemente bella, exitosa, inteligente o rica”, reconoce. “Nuestra idea con Locals es inspirar a la gente a hacer cosas. Si te gusta alguien, puedes interactuar con esa persona y unirte a su club. Si te interesa una actividad, puedes apuntarte a ella. Locals te motiva a actuar, a hacer algo positivo”.
Su siguiente apuesta fue Flo, una calculadora de ovulación que predice de forma fiable la menstruación y los días fértiles. “Invertí en ellos hace siete años y comencé a hablar con los medios de comunicación sobre su misión. Los periodistas se quedaban en shock. Flo ha ido creciendo y ahora es la aplicación de salud femenina más grande del mundo, con 300 millones de usuarios activos al mes”, señala. “Ese éxito me animó a invertir en otras empresas que también tienen como propósito ayudar a los demás”. Su cartera de inversión ya tiene 25 compañías. “En algunas nos ha ido mejor que en otras. Pero el balance es positivo”, admite. Es accionista en la empresa de realidad aumentada Wanna, que trabaja con marcas como Gucci y Puma; y en PicsArt, el editor de fotos para móviles más usado, con 150 millones de usuarios. También ha invertido en Loóna, la primera app para la higiene del sueño, nombrada en 2020 como la mejor de Google Play Store; Zenia, el primer asistente virtual de yoga del mundo, o Voir, una app de maquillaje que, utilizando la inteligencia artificial, permite probar la paleta de colores de los productos de cosmética sin salir de casa.
LVMH, el imperio de su familia política, domina el negocio del lujo y ahora aspira a conquistar el metaverso, el mundo virtual. Este verano, el grupo francés anunció una alianza con el desarrollador de software de juegos Epic Games, creador de éxitos como Fortnite, para construir nuevos entornos y experiencias inmersivas para los clientes: probadores de ropa y desfiles de moda virtuales, carruseles de productos 360°, realidad aumentada, avatares o gemelos digitales. Vodianova está entusiasmada con la nueva dirección que está tomando la moda y el nicho del superlujo. Le parece una forma de democratizar una industria que hasta ahora estaba al alcance de unos pocos. “El metaverso te ofrece formas de soñar, te hace compañía si estás solo y te permite ser quien quieras ser: puedes tener superpoderes o ser rico… ¿Por qué no? Y ayuda a preservar el medio ambiente porque es una plataforma anticonsumista. Allí puedes hacer muchas cosas sin consumir recursos reales”, dice.
Ella misma tiene un avatar en Drest, un juego del metaverso que gira en torno a la moda, el lujo, la belleza y el estilo de vida. También tiene una gemela virtual en Altava, una plataforma social y de comercio electrónico gamificada en la que ha invertido. “Los avatares nos pueden ayudar a imaginar mejores versiones de nosotros mismos y a aspirar a ser otras personas. Es fantástico, ¿no?”, concluye, quizá sin darse cuenta de que ella ya ha conseguido convertirse en la mejor versión de sí misma.
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