Metal extremo: si existe el demonio, este es su sonido
Una exposición en Berlín reconstruye el itinerario maldito de los grupos escandinavos que popularizaron el género en todo el mundo
Satanismo, quema de iglesias, músicos asesinados… Pocos géneros del rock han sido tan denostados y han dado tanto juego a la crónica de sucesos como el metal extremo, un paraguas estilístico que tiene en Escandinavia su mayor potencia global. La exposición Der harte Norden (el norte duro) examina este insólito fenómeno sonoro… ¡en la sede de las embajadas nórdicas de Berlín! Organizada por las cinco legaciones (Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega e Islandia) que comparten edificio en pleno Tiergarten de la capital alemana, la prolija muestra estudia sus orígenes, sus variantes locales y el éxito de bandas como Entombed, Bathory o Mayhem. Y sin ahorrarse los detalles más peliagudos, que no son pocos.
“Fueron las propias Embajadas las que contactaron conmigo”, aclara la periodista sueca Ika Johannesson, comisaria de la exhibición, que se podrá visitar hasta el 29 de septiembre. Autora del libro Blood Fire Death. The Swedish Metal Story, recuerda cómo un movimiento creado en los dormitorios de unos adolescentes escandinavos conquistó el mundo. “Es muy fácil denostarlo como algo infantil, algo de lo que deberías olvidarte cuando creces. Pero quiero que los asistentes entiendan por qué esta comunidad es tan fuerte”, apunta, señalando las conexiones de estos sonidos con la literatura, la mitología o la filosofía. Ella creció dentro del círculo death metal de Gotemburgo en los noventa. “Fue un momento mágico. Nadie entendía lo que hacíamos. Al principio había muy pocas mujeres y tenías que demostrar más que los hombres”.
Con paradas en el doom y el pagan metal, la muestra se centra en el nacimiento de las dos principales corrientes nórdicas, hijas ultraagresivas del heavy y el thrash: primero, el death metal, y posteriormente, el (aún más radical) black metal. Mediante vinilos, fanzines, objetos rituales, ropa y mucha memorabilia, se analizan las diferencias entre ambos en cuanto a ritmo, letras y actitud hacia la sociedad. Johannesson explica: “En pocas palabras, el death es colectivista y el black, individualista. Muchos de los fans del black metal viven según el lema del ocultista Aleister Crowley: Haz lo que quieras, esa será toda tu ley”.
Y así llegaron los problemas. Pelle Dead Ohlin, el cantante de Mayhem, se suicidó en 1991. Cuando su compañero Øystein Euronymous Aarseth encontró su cuerpo, hizo fotos del cadáver para usarlas como material promocional y distribuyó partes del cráneo a unos pocos fieles. El ambiente se enturbió aún más al relacionar a músicos noruegos con la quema de iglesias, unos ataques que pronto saltaron a países vecinos. En 1993, las cosas se desquiciaron todavía más cuando Varg Vikernes, el líder de Burzum, asesinó a Aarseth y se convirtió en una especie de mito. Johannesson tuvo serias dudas sobre si incluir o no este género en la exposición. “El black metal es provocación y violencia, quiere que reacciones y sientas asco. El razonamiento general para incorporar a un artista fue: si recibió una sentencia y la cumplió, su crimen está expiado. Pero si sigue incitando al odio, entonces no puede estar aquí”.
¿Cómo se explica la pujanza del metal extremo en estas cinco naciones que juntas no llegan a 28 millones de habitantes? “Una teoría es que se adapta a nuestro clima, con cambios dramáticos entre luz y oscuridad. Otra es que somos un pueblo taciturno, introvertido, con una historia ligada al protestantismo que nos oprime, lo que hace de estos sonidos una salida a sentimientos reprimidos”, apunta la comisaria de la exposición berlinesa. Aunque, ahora, esos gruñidos guturales ya no resultan tan indigestos. “La gente se acostumbra”, concluye. “En los años setenta se consideraba que Kiss eran muy duros, lo cual es ridículo hoy en día”.
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